“Con dinero y sin dinero
Hago siempre lo que quiero
Y mi palabra es la ley
No tengo trono ni reina
Ni nadie que me comprenda
Pero sigo siendo el rey”
José Alfredo Jiménez
“El Rey reivindica en Puerto Rico el ‘modelo español’ de colonización de América”. Esto lo leí en El País, diario español con notable presencia en México.
Encuentro algunos problemas en esa nota de Miguel González, quien estudió periodismo en la Universidad de Barcelona y es “experto en aprender”.
La mayúscula
Es cursi y ofensiva y creo que va contra las normas ortográficas impuestas desde la propia España la expresión Rey con mayúscula. Ese trato no lo merece ni siquiera el mejor rey conocido y universalmente aceptado, el de José Alfredo Jiménez.
Consulté a la FundéuRAE —de la agencia Efe y la Real Academia Española— y encontré que desde el punto de vista lingüístico, no hay diferencia entre enunciados como La maestra llegó tarde y El rey (o reina) llegó tarde.
En la FundéuRAE se hace la aclaración de que si bien se podría argumentar, en España, que en la designación del monarca de ese país podría “utilizarse una mayúscula de relevancia o dignidad”, ello solo “sería comprensible si nuestra Ortografía estuviera destinada exclusivamente a los españoles”. Pero se trata de una “obra creada por y para todos los hispanohablantes”.
¿Sabrán en el diario El País de estadística? Veamos unos números. Si hay en el mundo alrededor ese 580 millones de personas que hablan español o castellano, y si España solo tiene 47 millones de habitantes, entonces apenas el 8% encontraría sensata una mayúscula de “relevancia o dignidad” en la palabra rey… pero, un momento, según algunas encuestas más del 25% de la población de España es republicana —por lo tanto rechaza la monarquía—, así que unos 6 millones de personas en esa nación con gusto le pedirían a los editores del mencionado diario madrileño que se dejaran de pedanterías y le bajaran de tamaño a la r de su rey.
En fin, tiene razón la FundéuRAE: “No existen razones lingüísticas que nos permitan imponer desde España a los hablantes de otros países la mayúscula en palabras como rey”.
Exageraciones de un monarca español y españolista
Aunque respeto a Felipe VI —creo que su trabajo ha sido bastante aceptable después del desastre de frivolidad y corrupción que fue el reinado de su señor padre—, de plano se excedió al decir en Puerto Rico que los españoles trajeron a América “valores” que “nutren el acervo de lo mejor de las sociedades democráticas”.
¿Es en serio, don Felipe? ¿No conoce usted la historia de su país? El consenso entre los expertos españoles es que la democracia en España nació en 1975, casi 500 años después de que Colón llegara al Caribe. O sea, la sociedad española se tardó de más en la construcción de su sistema democrático.
Mucho ha aportado España a América, pero entre sus aportaciones no está el sistema democrático, que debemos a pensadores y aun a políticos estadounidenses, franceses, ingleses y hasta griegos.
Aunque seguramente está más consolidada que la mexicana, la democracia española presenta serios problemas que le restan legitimidad y credibilidad, uno de ellos, muy grave, el no permitir que en Cataluña la gente vote acerca de si desea ser, o no, una nación independiente.
A mí me gusta viajar a Barcelona —lo hago cada vez que puedo— y me sentiría triste si alguna vez aterrizara en esa ciudad como capital no española. Deseo, entonces, que no tenga éxito tal proceso independentista, pero no es algo que a mí me corresponde decidir, sino a la sociedad catalana. Por desgracia, la democracia española no lo permite, es decir, no actúa democráticamente, sino con autoritarismo, quizá justificado por consideraciones políticas y económicas pragmáticas, pero de ninguna manera es algo digno de aplauso.
Por lo demás al rey español le habría beneficiado, en Puerto Rico, un poco de autocrítica. Muchas cosas buenas llegaron a América desde España, pero también muchas malas. De estas últimas Felipe VI no se acordó. Ese olvido alimenta el resentimiento y nos separa.
Quizá no fue correcta la forma en la que AMLO pidió al rey una disculpa por las atrocidades —que las hubo— de la conquista o invasión de hace tantos años. Más allá de formalismos tal disculpa es necesaria. ¿Que alguna vez se disculpó el reino de España? Qué maravilla, pero ahora que lo haga de nuevo. Mucha gente en la América actual lo exige y debe ser atendida.