Al padrino, Felipe

Las oposiciones institucionales siguen descarriadas en su laberinto de estulticia, narcisismo y ambición. Entre el triunvirato conformado por los dirigentes de los partidos Acción Nacional, de la Revolución Democrática y Revolucionario Institucional y el feudo que simboliza Movimiento Ciudadano, no hacen ni un gigante con pies de barro.

Las dirigencias nacionales de los partidos de oposición han devenido protagonismos irrisorios en esta tragedia en gestación que empieza a significar la sucesión presidencial de 2024 en México. En ocasiones se han prestado de comparsas y paleros en la obra del presidente de la república, quien funge tanto como héroe, como conductor de orquesta, como antagonista, como titiritero, como director y como espectador en este espectáculo grotesco.

El libreto fue redactado en Palacio Nacional. El desenlace del drama se antoja previsible. Aunque los improvistos siempre pueden suscitarse en política. No obstante, desde la paulatina instauración de nuestra incipiente democracia—con excepción del fraude electoral de 2006—, todos los resultados de las últimas elecciones presidenciales se han podido prever: Fox, Peña Nieto, López Obrador. Consecuentemente, no sorprendería a nadie que la siguiente presidenta de México resulte ser Claudia Sheinbaum Pardo.

Es por esto que se viven tiempos de fatalismo y apatía entre los detractores del lopezobradorismo. La notoria negligencia y falta de carisma de los líderes opositores han empantanado las esperanzas del electorado opositor.

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Aunado a lo anterior, el monopolio de la política en manos de los políticos—valga la redundancia—ha desalentado la participación de la sociedad civil organizada en cuestiones electorales. De resultas, la batalla contra el oficialismo ha quedado como responsabilidad de un puñado de incompetentes y necios que siguen sin entender que no entienden. No entienden a México. Insisten en promoverse bajo siglas que representan marcas absolutamente desprestigiadas. Siguen tercos en darles la espalda a la realidad nacional, ofuscados en la absurda negación de que se le puede vencer al oficialismo con las cenizas de lo que antes fueron el PRI, el PAN y el PRD.

Si bien en 2021 las oposiciones organizadas lograron conformar un dique de contención contra la ola anticonstitucionalista del oficialismo, pues el incentivo para la participación ciudadana en los comicios intermedios fue la de evitar la instauración de un gobierno autócrata y autoritario—y funcionó—. Sin embargo, con el paso del tiempo se fueron desdibujando unos y traicionando otros. Por consiguiente, al día de hoy la prioridad de la ciudadanía debe volver a ser el resguardo y protección de nuestra Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. No la presidencia. Esa está perdida.

Así las cosas, deben entender los simpatizantes de las oposiciones que 2024 se trata de la Constitución. No de los poderes ejecutivos que se disputan.

Lo que se debe pretender es frenar el avance de Morena. Más que posicionar una ideología, candidato o partido en particular en cargos de gobierno, la estrategia debe ser ir por 100 distritos. Evitar que el oficialismo se quede con mayoría calificada en el Congreso.

Por eso se necesitan buenos candidatos, aunque no vayan a ganar. Se necesitan candidatos que pierdan dignamente. No como los de 2018. Para eso se necesita gente que salga del estereotipo partidista de la oposición institucional, que vaya más allá de las terribles marcas de PRI, PAN, PRD. Para que no los arrastren y se lleve Morena el carro completo.

Hay que cuidar la Constitución, porque hasta un buen presidente puede hacerla pedazos si se le da el control para cambiarla a su antojo.

Pensar que Enrique de la Madrid, Beatriz Paredes, Santiago Creel, Et. Al., tienen posibilidades de ser presidentes, ya es pecar en ser un poco más que solamente iluso.

He ahí la importancia de que surjan personajes como Xóchitl Gálvez, quien sin incurrir en despilfarro de recursos ha logrado posicionarse entre los aspirantes más populares a la candidatura presidencial de oposición.

Xóchitl Gálvez trasciende a la policromía de los partidos políticos. Se le puede asociar tanto con la derecha como con la izquierda.

Entusiasta de la incorporación de los programas sociales del lopezobradorismo a la Constitución, pero una opositora feroz frente al poder, Gálvez Ruiz ha venido de abajo, como toda su vida lo ha hecho, para enfrentarse al oficialismo como David a Goliat.

Una candidatura presidencial opositora encabezada por Bertha Xóchitl sería competitiva. En primer lugar, porque no abonaría a la narrativa oficialista que se nutre del encono y la polarización imperantes. La imagen de la senadora es conciliadora, amable y carismática. Por otro lado, la figura de Xóchitl desarmaría al oficialismo, cuya arma más efectiva es la del insulto y la descalificación a partir de las clases sociales.

A Xóchitl no la puedes calumniar con las etiquetas clasistas del oficialismo. Nadie puede tacharla ni de fifí ni de conservadora ni de privilegiada. Privilegio es haber estudiado en Berkey como Sheinbaum; o usar relojes Patek Philippe como Adán Augusto; o lentes Cartier como Marcelo; o manejar una Volvo como Noroña; o llevar 30 años viviendo del erario como Monreal; o vacacionar en Vail como Velasco.

Una candidatura como la que podría liderar Xóchitl Gálvez podría obtenerles esos 100 distritos a las oposiciones. Incluso igual ganar la presidencia. Improbable, pero posible. Logrará mucho más para el país como candidata presidencial, que como candidata a jefa de gobierno de la Ciudad de México considerando que el candidato opositor a la CDMX muy probablemente acabe siendo Ricardo Monreal.