De muchas formas puede leerse el texto presidencial pronunciado en la magna concentración del pasado 19 de marzo. Sin duda los contenidos y formas de expresión ahí empleados fueron antecedidos por una reflexión detenida, pues el escenario fue en sí mismo un discurso, merced a los simbolismos evidentes de los que fue acompañado.
La ocupación plena del zócalo de la capital fue el primer mensaje, en él resulta claro que se buscó acreditar que el gobierno supera cuantitativamente cualquier otra convocatoria movilizadora, aunque para lograrlo haya sido permisivo y promotor abierto en el empleo del más diverso abanico de mecanismos, como lo son la participación de promotores de los programas públicos oficiales, colaboradores del gobierno, aportaciones extraordinarias visibles -con la implícita sanción política a los renuentes a brindar la contribución requerida- además del activismo de su partido y de la militancia con la que éste cuenta.
Una magna manifestación desenfadada con los aspectos cualitativos de la logística para realizarla, a cambio del trofeo obtenido por alcanzar el mayor número de asistentes respecto de cualquier otra precedente, especialmente de las promovidas por organizaciones ciudadanas. Nomás faltaba, el gobierno se califica como el más grande movilizador, a menoscabo del mérito que ello representa; pues no puede estar en duda las grandes posibilidades que le confiere para ello la nómina pública, el control vertical de los programas sociales y su estructura prendaria. Vista así, incluso puede pensarse que la movilización se quedó corta.
Otro aspecto relevante del simbolismo usado para la ocasión tiene que ver con la fecha, debido a la conmemoración de la expropiación petrolera y de la exaltación de la figura de quien la puso en práctica, Lázaro Cárdenas del Río. En ese contexto, la reiteración del gobierno en el sentido que se habrá de alcanzar la autosuficiencia para abastecer el mercado interno con la producción de los dos millones de barriles que cubrirán la demanda nacional de petróleo para satisfacer, mediante refinerías propias, la dotación de gasolina.
A ese respecto la réplica del Ing. Cuauhtémoc Cárdenas en el sentido de lamentar la prioridad conferida a la extracción del petróleo pues sobra la inversión para la industria petroquímica, así como del incremento excesivo del costo de la refinería de “Dos Bocas”.
Lo que se conoce como mensaje político fue orientado a la definición sobre la designación de la candidatura presidencial entre las llamadas “corcholatas”, con la advertencia de que no se deberán dar zigzagueos, en el entendido que desde ahora se decreta la continuación del programa político en marcha, independientemente de quien sea postulado.
Sin duda un mensaje político “sui generis”, en tanto marca una definición que ya no le corresponderá a quien preside el actual gobierno, pero que sin reparo en ello define una línea de continuidad que trasciende su mandato y el sentido de éste.
Viene a cuento aquí la propia figura de Lázaro Cárdenas del Río. No debe olvidarse que él se rebeló a que su gobierno fuera sujeto de un mandato supremo mediante el peso político del entonces jefe máximo, quien había mantenido una influencia decisiva por más de un lustro en la marcha del país, de modo que ese período ha sido identificado como “Maximato”. Así, la controversia que generó en la opinión pública algunos comentarios del jefe máximo sobre la marcha de la administración cardenista, en la fase inicial de su período de gobierno, tuvo como respuesta el abrupto rompimiento de éste con aquél, al grado de derivar con el reemplazo del gabinete en pleno y con el exilio político del otrora hombre al que se le atribuía el mayor poder.
Cárdenas pasó a la historia por ser el hombre que decretó la expropiación petrolera, pero también por haber puesto fin al dominio del llamado “Maximato” y de diseñar la operación del sistema político dentro de un nuevo acomodo para ordenar tal sustitución, lo que diera lugar al surgimiento del presidencialismo mexicano.
En esa línea, se sustituyó el papel que desempeñó el dominio de una persona por el que desempeñaría, a partir de entonces, una institución; de modo que terminó el Maximato e inició una etapa de articulación del ejercicio del poder a partir de la presidencia de la República y de su dominio sobre el partido en el gobierno, que el propio Cárdenas transformara a Partido de la Revolución Mexicana, PRM, en reemplazo del anterior PNR: El nuevo esquema político no terminó ahí, pues Cárdenas renunció a inaugurar un nuevo Maximato a partir de eludir un dominio que excediera la temporalidad sexenal del mandato presidencial; él mismo se sujetó a las definiciones del gobierno que lo reemplazó y se constituyó en una respetuosa y serena figura como ex presidente de la República.
A contrapelo de eso, el gobierno convocó a que la “corcholata” que sea designada para la candidatura presidencial se mantenga en el poder y mantenga el proyecto de gobierno en curso; se trata de una definición que vuelve sus pasos por el camino del viejo Maximato y con la pretensión de hacerlo compatible e imbricarlo con el presidencialismo. Así, el gobierno proclama el culto a Cárdenas, pero de una forma maniquea, pues desdeña, en paralelo, una de las partes más lúcidas de las lecciones políticas del cardenismo.