La consulta de revocación de mandato es un mecanismo de democracia participativa interesante. Permite a la ciudadanía castigar al presidente de la República removiéndolo del cargo a través del voto. Sirve para que los mandatarios den resultados y dediquen esmero para mantener el puesto. Va más allá de informes y control de la realidad. Esta herramienta permite que la continuidad de un proyecto político dependa de la voluntad popular y no del mandato constitucional. Diría el clásico: el pueblo pone; y el pueblo quita.

Los antecedentes geopolíticos de esta figura son un tanto preocupantes: Venezuela y Bolivia. Con la diferencia que en los países sudamericanos referidos se impulsó desde la ciudadanía y se logró imponérseles a los presidentes dichos referéndum revocatorios. En ambas ocasiones venció el oficialismo: Chávez y Evo lograron ser refrendados como presidentes de sus respectivos países.

Aquí en México la situación es distinta. La consulta de revocación de mandato fue ideada, orquestada y será ejecutada por el oficialismo. Claro que el Instituto Nacional Electoral intervendrá en la organización de la elección. Sin embargo, la promoción y operación de esta consulta estará en manos de los oficialistas, pues la inmensa mayoría de los opositores y no simpatizantes del presidente López Obrador se abstendrán de votar.

En su momento, tanto los legisladores de oposición como los del oficialismo debatieron la promulgación de esta ley desde la genuinidad de la política. Por ello se pusieron diversas trabas y candados para que la herramienta electoral no se viciara. Fueron los y las diputadas de Morena y partidos afines los que determinaron la prohibición de que servidores públicos promovieran la participación en la consulta de revocación de mandato. Posteriormente, al percatarse el presidente de que entorno a esta figura rodeaba la apatía y el escepticismo instruyó a sus correligionarios a que contralegislaran y se permitiera el proselitismo y la propaganda para publicitar el referéndum revocatorio. Esto lejos de ayudar, le quitó legitimidad a la idea de la consulta.

Afortunadamente el decretazo se quedó trunco. Empero ya no es novedad enterarnos de que protagonistas del oficialismo han quebrantado la norma de manera constante y sistemática suscitando y fomentando la participación de la ciudadanía en las elecciones para revocar o ratificar a Andrés Manuel. Lo hacen por órdenes expresas de presidencia. La meta es obtener al menos 10 millones de votos a favor de la continuidad de la actual administración para poder asegurar a la gente que la popularidad de AMLO se ha mantenido intacta.

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Porque si bien es cierto que en 2018 López Obrador obtuvo alrededor de 30 millones de votos; no obstante, por motivos presupuestales el INE instalará una tercera parte de las casillas que se instalaron en la pasada elección presidencial. Consecuentemente, el objetivo para Morena es alcanzar los 10 millones de sufragios. Cualquier cifra por debajo de esto, le representaría un fracaso al oficialismo, pues la oposición, en primer lugar, hará notar que el tabasqueño ya no cuenta con la popularidad del inicio del sexenio; y, en segundo lugar, que el resto de los no votantes empadronados engloban la fuerza electoral opositora. Es decir, cerca de 80 millones.

Es por esto que a la oposición le interesa que nadie participe. Además, le servirá de argumento contra la austeridad que pregona el presidente; pues es sabido que el costo fiscal que le representará al país esta consulta será de casi 3 mil millones de pesos. Si no se obtienen 37 millones de votos, el resultado no será vinculante ni tendrá repercusión alguna fuera de haberle significado a México un derroche de recursos innecesario en plena pandemia, contexto de guerra, inflación e incertidumbre.

Cuestiones y aspectos como los detallados en el párrafo que antecede han servido para disuadir a la población de participar en el mecanismo múltiples veces mencionado. Resulta imposible no distinguir el halo megalomanía y populismo que rodea a la consulta de revocación de mandato. Además de que quienes defienden la importancia de votar en ella, sostienen su postura sobre cimientos viscerales y sensibles.

En esta serie de entregas intentaré desentrañar lo que para mí simboliza la revocación de mandato. El viernes esgrimiré mis argumentos y concluiré si vale la pena o no votar en este referéndum revocatorio.