No se sabe si es un pacto o un acuerdo; tampoco qué tanto voluntario o imposición; pero, como en los viejos tiempos, el presidente de la República se reúne con empresarios y sus representantes para comprometer voluntades a manera de mantener a raya la inflación. Debe decirse que el gobierno ha hecho lo suyo: atemperar el incremento de precios ha significado un elevado costo fiscal. Algunos señalan que en un año tendrá un costo de 2 puntos del PIB.
La población resiente la carestía y la pérdida de poder adquisitivo, de poco sirven explicaciones o razonamientos sobre las causas de la inflación. El incremento en los precios se deriva de la invasión de Rusia a Ucrania, lo que afecta severamente el mercado mundial de energéticos y de alguna manera el de granos. Además, el encuentro bélico por sí mismo genera condiciones de inestabilidad por las sanciones económicas impuestas al gobierno del país invasor.
Hay otras causas externas que impactan el costo del dinero, como es el incremento de ayer a las tasas de interés en Estados Unidos por parte de la FED. Las medidas correctivas o preventivas del país vecino impactan fuertemente en México. La inflación es global y todos hacen su parte para mitigar sus efectos; pero, el problema es que en México los alimentos son los que mayores incrementos han tenido. Mientras que en la primera quincena de abril la inflación general fue de 7.72%, la de alimentos preparados aumentó 16.6% y las frutas y legumbres, 17.26%.
En las condiciones actuales es poco el margen que ofrece la economía para controlar por mucho tiempo la inflación. El gobierno ha tenido el acierto de enfrentar el problema por la vía de la oferta; sin embargo, las causas inflacionarias persisten. La guerra en Ucrania se extenderá por meses; la gestión de la pandemia en China afecta la producción y las cadenas de suministro, y es previsible que ante este adverso escenario persista una política monetaria restrictiva con elevadas tasas de interés.
A pesar de los buenos deseos y del esfuerzo fiscal que las autoridades federales emprenden, será muy difícil contener la espiral inflacionaria. Por otra parte, es muy importante el crecimiento, que no tiene qué ver con lo que suceda en el exterior, sino con lo que se hace en el país, especialmente por las autoridades.
El presidente debería entender a estas alturas que promover la inversión no es materia de reuniones y acuerdos con los grandes empresarios y sus representantes. La inversión resulta de la confianza y de la certidumbre de derechos. La retórica estatista y de desprecio a la inversión extranjera desincentiva, tanto como proyectos legislativos a contrapelo de la economía de mercado o el amago de no honrar los acuerdos y contratos suscritos. La confianza es un intangible trascendental. México tiene condiciones privilegiadas para atraer inversión, más ahora por las dificultades que enfrenta la relación económica y política entre China y EU.
El voluntarismo presidencial da para mucho, no para la economía. Los pronósticos presidenciales de crecimientos han sido desacertados por amplio margen. En todo caso, allí está un secretario de Hacienda con conocimiento suficiente para entender a la economía tal cual es y no como se quisiera que fuera. En septiembre pasado el pronóstico de crecimiento económico de especialistas recolectado por el Banco de México estaba en el orden de 3%; en días pasados ha disminuido a 1.72% y es muy posible sea revisado a la baja.
Los prospectos de la economía nacional se perfilan complicados en extremo para el resto de 2022. A diferencia de lo ocurrido en la pandemia, en esta ocasión López Obrador al menos concertó con los sectores productivos una respuesta institucional. Los resultados cuentan y mucho, también una postura de entendimiento y de responsabilidad compartida. Deseable ocurriera en los demás temas de la agenda nacional.