Cito a Enrique Quintana, director de El Financiero:

√ “¡Sorpresa! Crecimos a 4.7 por ciento”.

√ “Ni los optimistas esperaban un resultado en materia de crecimiento económico en México como el que ayer dio a conocer el INEGI”.

√ “Vaya, ni siquiera el INEGI lo esperaba”.

√ “Hay algunos sectores que presentaron saltos espectaculares. Por ejemplo, el de hoteles y restaurantes tuvo un incremento de 23 por ciento a tasa anual respecto a agosto del 2021 y de 5 por ciento con relación a julio”.

√ “Sin duda, el movimiento turístico, así como la actividad restaurantera y de cafés y fondas, va claramente hacia arriba”.

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Cito la nota de El Economista, cuyo director editorial es mi amigo Luis Miguel González:

√ “Actividad económica sorprende en agosto”.

√ “El indicador preliminar preveía un nulo crecimiento”.

√ “En su comparación anual, la economía mexicana arrojó un crecimiento de 4.7%, el mayor desde julio del 2021″.

√ “La actividad económica en México sorprendió en agosto, al crecer por arriba de lo pronosticado y anotar su mejor desempeño en cuatro meses, de acuerdo con la información del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi)”.

¿Desafiando la lógica o una nación perfectamente viable a pesar de de los augurios perversos?

El Economista cita al señor Marcos Daniel Arias, analista de Monex: “Con la publicación de los datos del IGAE para agosto del 2022, se dio una sorpresa mayúscula en la coyuntura local… Con ello, nuestro país sigue desafiando la lógica de desaceleración”. ¿? ¿Qué chingaos significa eso de desafiar la lógica de desaceleración?

Enoja que los economistas mexicanos sean tan malos para expresarse coherentemente. ¿Qué quiso decir el señor Arias? Quizá que según sus datos y sus referentes más ideológicos que teóricos, México no podía crecer tanto. Afortunadamente nuestro país refutó a ese y al resto de los especialistas, quienes hoy están sorprendidos.

Un crecimiento de 4.7% les parece sorprendente, es decir —recurro a algunos sinónimos de tal palabra—, algo extraordinario, maravilloso, admirable, hasta milagroso.

Pero no, no hay ninguna maravilla, ningún milagro en el buen desempeño de la economía mexicana. Es el simple resultado, absolutamente lógico y esperado, de la combinación de dos hechos: (i) un gobierno que, pese a tantas críticas, inspira confianza a la gente dedicada a invertir, y (ii) el esfuerzo y la creatividad de hombres y mujeres de negocios que no han dejado de creer en México.

Vuelvo a Enrique Quintana: “Estos datos muestran que el crecimiento de la economía ya no está basándose exclusivamente en las exportaciones, sino que ahora parece que finalmente se está apoyando fuerte en el mercado interno.

No sé si la actividad que más creció, la turística deba ser considerada mercado interno. Obviamente pienso solo en los y las visitantes que llegan de otros países, que son quienes más gastan y pagan en dólares.

Alguna vez discutí con un experto en comercio exterior acerca de que quizá al turismo extranjero, por así llamarlo, debería incluírsele en las estadísticas de exportaciones. Está bien, acepto que exportar significa llevar mercancías nacionales a otras naciones para que las disfruten o utilicen consumidores de Estados Unidos, España, Reino Unido, Alemania, etcétera. ¿No es el turismo extranjero esencialmente lo mismo, pero al revés? Digo, como no se pueden llevar las playas mexicanas a tales países, traemos a estadounidenses, españoles, británicos y alemanes para que las gocen por acá. En vez de que se toman una botella de tequila en Madrid, pues mejor hacerlo admirando el mar de Cortés, alias mar Bermejo o golfo de California.

Pregunto: ¿por qué es mercado interno un gringo que pasa una semana en Cabo San Lucas, gasta un montón de dólares en hoteles, comidas, bebidas, paseos en lancha…? Los sabios en metafísicas económicas tendrán la respuesta. Para lo que estamos discutiendo, da igual.

Lo relevante es otra cosa: que el turismo crezca tanto significa que los y las visitantes de Estados Unidos, España, Reino Unido, Alemania, etcétera confían en que se la pasarán muy bien en nuestro país, al que siguen considerando razonablemente seguro. Hay problemas, desde luego, pero se están atendiendo y se ha evitado la catástrofe, esa que a diario pronostican los y las columnistas, quienes con su trabajo brutalmente crítico se refutan a sí mismos cuando afirman que vivimos la peor de las dictaduras. Lo dicen, lo dicen y lo dicen y nadie les molesta. Ni en las democracias más consolidadas hay tanta libertad de expresión. En fin.

Cuando termine el sexenio la comentocracia, si es objetiva, dirá lo que hoy dicen los expertos de El Economista y El Financiero: “¡Sorpresa! Al final las cosas le salieron a López Obrador”.