He compartido antes en estas páginas mi interpretación sobre las transformaciones históricas del país.
En breve, en el contexto de sendas revoluciones industriales, que reconfiguraron paradigmas científicos y mapas de poder internacional, lo mismo que coágulos sociales nacionales, reclamamos soberanía con nuestra Independencia, libertad y progreso mediante la Reforma, y justicia social e identidad a través de la Revolución.
Al mismo tiempo, como secuencia contradictoria de esos tres procesos, antítesis tales como el borbonismo, santanismo o el porfirismo provocaron las respuestas que derivaron en síntesis complejas.
Si asumimos que la 4T significa un contrapunto a la desviación y pérdida de la más reciente y muy riesgosa apuesta para buscar nuevos objetivos y métodos de posicionamiento del país en el contexto de la 3a y el inicio de la 4a revolución industrial, es decir, la apuesta neoliberal, podría entenderse mejor qué es lo que podría pasar en el futuro previsible.
Lo que puede pasar se ubica en tres posibles escenarios.
En el primero, las fuerzas políticas pro 4t ganan de manera abrumadora las elecciones 2024, al punto que reclaman la mayoría calificada en las dos cámaras del Congreso y los congresos locales (resultado que tendría que juzgar el tribunal electoral pues se pondría en duda el principio del pluralismo político que protege la constitución democrática).
Las fuerzas opositoras entran en una crisis más profunda de la que no se pueden recuperar en todo el sexenio, de manera que el proceso de la 4t se consolida y se extiende al menos un sexenio mas.
Es probable que durante el último cuatrimestre de 2024 se aprobara una nueva Constitución con lo que concluiría el periodo y los acuerdos de la transición democrática y se formalizaría la transformación en curso, de manera similar a como ocurrió en 1857 y 1917 trasladando más poder al pueblo o la ciudadanía.
En el segundo, las fuerzas políticas que creen en el proceso e impulsan el proyecto de la 4T ganan las elecciones de 2024, sin mayorías calificadas en el Congreso federal, pero sí con amplia base federal y local, de manera que continúan forjando el estado producto de esas dinámicas.
No habría condiciones para gestionar una nueva Constitución, aunque sí se podrían negociar algunas reformas pendientes, por ejemplo en materia fiscal, electoral, municipal o anticorrupción.
En ese escenario, las fuerzas opositoras hacen crisis, pero logran reponerse y, si sus contrapartes se dividen o cometen errores graves, podrían reposicionarse para ganar las elecciones 2030.
Un tercer escenario corresponde a una imaginable pero improbable derrota cerrada de las fuerzas pro 4T en 2024.
El gobierno sería dividido y débil, el proceso podría entrar en un impasse, tipo Ecuador, y las circunstancia podrían orientar el sistema hacia un giro “santanista” o “porfiriano”.
Entendida como un proceso histórico, la 4T depende del juego de fuerzas sociales y políticas que se confrontan para definir e imponer un proyecto o modelo de estado y de nación, nunca completo y tampoco óptimo.
Cuando la transformación concluya, si resulta triunfante, nuevas estructuras e instituciones podrán guiar la vida pública, pero irremediablemente llevarán incrustadas los fragmentos del pasado.
Estarán ahí Instituciones y personas políticas que se arriesgaron con más o menos solvencia a abandonar lo que habían contribuido a construir y, oportunamente, consideraron que ya no era viable.
La historia seguirá su curso.