El día de ayer, Culiacán, la capital de Sinaloa, ha vivido otro capítulo oscuro en su historia reciente con un incendio devastador que ha consumido un casino y parte de una plaza comercial. El siniestro en la Plaza Cinépolis afectó al casino Royal Yak y al Air Jump Trampoline Park, dejando un paisaje de destrucción y avivando las preocupaciones sobre la seguridad pública en la región.

Este no es un evento aislado. El incendio ocurrió cerca del Congreso del Estado de Sinaloa, donde previamente se había encontrado el cuerpo de un exagente de investigación, evidenciando la violencia que no parece ceder. ¿Cómo es posible que en pleno centro de la ciudad y a plena luz del día se produzcan estos actos sin que la seguridad sea palpable? La respuesta se encuentra en la falta de una estrategia eficaz contra los grupos delictivos que operan con impunidad.

Protección Civil ha señalado que el incendio fue causado por un accidente en trabajos de soldadura, descartando cualquier conexión con actividades criminales. Sin embargo, en un contexto donde la violencia ha alcanzado niveles alarmantes, donde secuestros, bloqueos y ataques a comercios son comunes, estas declaraciones son cuestionadas. Se abre entonces un debate sobre la transparencia y la efectividad de las autoridades en la investigación de estos incidentes.

Este suceso nos obliga a mirar más allá de las llamas. Culiacán, una ciudad que debería ser un símbolo de cultura, comercio y desarrollo en el norte del país, se ve constantemente asediada por la violencia. Las autoridades deben hacer más que simplemente apagar los incendios; necesitan prevenirlos, y para ello, se requiere una política integral que aborde las causas profundas de esta crisis.

La reacción de la sociedad civil es evidente: hay miedo y frustración. La gente no solo pide justicia; exige un cambio, una seguridad que se siente cada vez más lejana. Mientras tanto, las autoridades federales y locales deben asumir su responsabilidad. No basta con declaraciones de condolencias o promesas de investigación; se necesitan acciones concretas y coordinadas para restablecer la paz y la confianza en las instituciones.

Este incendio es más que una pérdida material; es un recordatorio de que Culiacán, y por extensión Sinaloa, está en llamas, no solo literalmente, sino como un grito silencioso por un cambio que parece tardar en llegar. La pregunta que hoy resuena en las calles de esta ciudad es: ¿hasta cuándo? Hasta cuándo seguirá esta espiral de violencia antes de que se tomen las medidas necesarias para devolverle a Culiacán su tranquilidad y a sus habitantes, su derecho a vivir sin el constante temor a la violencia.