La semana pasada en Tamaulipas, el Cártel del Golfo dejó maniatados a cinco de sus integrantes en una céntrica avenida con escritos que los inculpaban en el secuestro y muerte de un par de ciudadanos de Estados Unidos que visitaban Matamoros. La fiscalía del estado tomó por “buenos” a los entregados y les abrió procesos penales.
Y el día de ayer, nos enteramos que la Fiscalía de otro estado, la de Chihuahua, informó que se localizó el cuerpo de un ejecutado, al parecer José Portillo Gil, alias “El Chueco”, quien sería el autor material e intelectual del asesinato de varias personas en la zona de Cerocahui, incluidos los sacerdotes Javier Campos y Joaquín Mora. En este tema también, otro Cártel, ahora el de Sinaloa, habría ejecutado a uno de sus operadores en la sierra Tarahumara y, al igual que en Tamaulipas, lo pone y avisa a las autoridades.
En ambos casos, los cárteles hacen justicia ellos mismos. Las autoridades federales y locales parecen meros espectadores. En el de Tamaulipas pasaron cinco días para la entrega de los criminales y en el de Chihuahua pasaron nueve meses de los hechos. El común denominador parece ser que a los cárteles no les gusta la presión mediática -les valen las autoridades- y con tantas notas de prensa de lo sucedido en Matamoros, y una campaña promovida por los Jesuitas para la sierra Tarahumara, los liderazgos criminales prefirieron “entregar” a los suyos para regresar al status quo.
Lo acontecido, si bien quitará el reflector mediático del tema y seguro implicará una disminución de la presencia policial en Matamoros y en Cerocahui, debe de dejar muy, pero muy intranquilos a sus habitantes. Son los “malos” los que deciden quién vive, quién muere y sobre quién se hace justicia.
Recientemente estuve varios días en Cerocahui investigando el homicidio de los jesuitas. El miedo en toda la población es evidente. Esperaban que la autoridad atrapara al perpetrador para que iniciara un proceso de paz y retrospección. No fue así. Los cárteles hicieron justicia y ahora toda la población debe pensar que se les va a mandar a otro alfil que tome el lugar de “El Chueco”.
Por cierto, “El Chueco” se adentró a la vida criminal luego de que hace décadas otro cártel matara a su padre frente a él. Una espiral de violencia que traspasa generaciones y parece no acabar. Por cierto, este mismo líder criminal se encargaba del trasiego de la heroína, del cobro a los aserraderos, del derecho de piso a las mineras y hasta de la venta de la cerveza en toda la sierra. Así de amplío el espectro y el control de los carteles en esta zona del país.
La comunidad jesuita tiene razón en estar indignada con lo sucedido. La aparición del cuerpo “no puede considerarse como un triunfo de la justicia, ni como una solución al problema estructural de violencia en la sierra. Por el contrario, la ausencia de un proceso legal, conforme a derecho, con relación a los homicidios, implica un fracaso del Estado mexicano frente a sus deberes básicos y confirmaría que en la región las autoridades no detentan el control territorial”.
Que los jesuitas y la iglesia digan esto -en una zona que desde hace 500 años conocen mejor que nadie- es la derrota total de la justicia en México y la victoria de los designios criminales sobre la población. En el caso de Cerocahui, una población pobre y marginada que no sólo tiene que sobrevivir al hambre y al frio, ahora también tiene que pagar “derechos” al cártel de la zona.
Lo siento mucho por la gente buena y hospitalaria de Cerocahui. Querían que regresara la paz a su comunidad. Hoy tienen claro que eso es, en el México actual, un sueño iluso. Todos les quedamos a deber. Mientras esperan que llegue la justicia – y no se vayan las fuerzas federales que custodian su comunidad- seguirán pasando el tiempo en pequeños pasatiempos y, sobre todo, guardando silencio, pues saben quién manda… ¿Adivine?