Los hombres no son amigos
Desde hace tiempo he leído artículos que demuestran la existencia de una fuerte debilidad emocional de los hombres que no afecta a las mujeres: que nosotros, a diferencia de ellas, no conocemos la amistad. Acabo de encontrarme esa tesis, muy bien presentada, en el diario británico The Guardian.
El articulista, Max Dickins, cita “investigaciones recientes de la organización benéfica de salud mental Movember”, según las cuales “uno de cada tres hombres no tiene amigos cercanos”. El señor Dickins no necesitaba de tales estudios para entenderlo, ya que él mismo ha experimentado la falta de amistades masculinas: “En el verano de 2020, cuando planeaba proponerle matrimonio a mi novia, Naomi, me di cuenta de que no tenía a nadie a quien llamar para ser mi padrino”.
No se trata de un tema de ninguna manera novedoso. Sobran artículos que analizan el fenómeno. En el New York Times, la columnista Jane E. Brody recurrió a una psiquiatra para contar con una explicación acerca de ese comportamiento típicamente varonil que de ninguna manera puede ser positivo: “Las amistades entre hombres a menudo están basadas en las actividades mutuas como los deportes y el trabajo en vez de lo que les sucede psicológicamente. A las mujeres se les enseña que pueden hablar libremente entre ellas; no pasa lo mismo con los hombres”.
Presidentes ‘amigos’
Tal vez el peor periodo en la historia de México fue el de dos presidentes que eran “amigos”, Luis Echeverría y José López Portillo.
¿Amigos? Lo cierto es que entre Luis Echeverría y López Portillo, que se conocían desde jóvenes, no había amistad, sino compañerismo, complicidad, compadrazgo… Esto es, no eran verdaderamente amigos, sino condiscípulos, camaradas, cuates, socios, colegas, compinches, cuadernos y hasta hermanos —o cualquiera que sea la palabra para expresar que su trato dependía de lo que hacían juntos, no de la amistad que conduce a confiar al otro sus sentimientos y emociones, sobre todo sus inseguridades y temores—.
La amistad no engaña, el compañerismo sí, especialmente el basado en relaciones de subordinación. El director de una empresa —o el presidente de un país— tiende a creer que la gente con la que trabaja puede con cualquier responsabilidad. No es así, por eso en las empresas serias los consejos de administración exigen que en las nuevas contrataciones participen headhunters o cazatalentos, esto es, profesionales dedicados únicamente a encontrar profesionales no solo competentes, sino los más adecuados para un puesto determinado.
Anticipo una objeción. Antes de que se me diga que la experiencia de Vicente Fox en la presidencia prueba que los headhunters no deben ser utilizados para formar un gobierno, aclararé que lo mejor del gabinete foxista sí fue recomendado por cazatalentos. Lo peor —la causa del caos durante ese sexenio— lo eligió el mismo Fox, quien no consultó a nadie, por ejemplo, para darle excesivo poder a su esposa, Marta Sahagún, o para entregar la banca de desarrollo y la secretaria de Energía a un grillo con escasa operatividad productiva como Felipe Calderón.
López Portillo y Luis Echeverría eran cuates, compañeros y hasta condiscípulos. No sé si estudiaron leyes al mismo tiempo, pero evidentemente tuvieron idéntica formación, inclusive los mismos maestros.
Es un hecho que la relación entre ellos fue endogámica. Es decir, Echeverria entregó el manejo de la economía —primero la Comisión Federal de Electricidad, después la Secretaría de Hacienda— al hombre que más conocía, con el que más amistad tenía y quien a su juicio más se le parecía.
López Portillo era una persona inteligente. En 1973 sabía que no estaba calificado para ser el secretario de Hacienda del presidente Echeverría. Ante un amigo —que no tenía— lo habría admitido: ese cargo, tan técnico, debía ser para un especialista. No lo admitió y acabó con la economía de la nación. Después, como presidente —tampoco estaba preparado para serlo—, no pudo detener el desastre que él y su cuaderno habían iniciado.
En el sexenio de Echeverría ya existían los headhunters, al menos en Estados Unidos; no sé si, en esa época, en las empresas mexicanas se acostumbraba recurrir a sus servicios, pero cuánto le habrían ayudado al entonces presidente a seleccionar a un eficaz ingeniero administrador para la CFE y a un economista competente para Hacienda. ¿Su sucesor en la presidencia de la república? Por lo menos lo debió haber pensado dos veces antes de optar por su compañero de tantos años.
AMLO y el 2024
El presidente López Obrador sin duda pudo haber armado un mejor gabinete con asesoría profesional; le habría servido para nombrar especialistas reconocidos en los puestos técnicos. No lo hizo, los resultados —buenos o malos— se juzgarán al final del sexenio. En lo relacionado con su sucesor o sucesora AMLO ha apoyado un criterio más o menos basado en el mérito y no en las preferencias personales del titular del ejecutivo: se quedará con la candidatura presidencial para el 2024 quien gane dos encuestas aplicadas por Morena.
La pregunta es la de quiénes aplicarán esas encuestas. No es una pregunta irrelevante. Murió Raymundo Artis, quien había sido el encuestador más confiable de Morena, aquel por quien Andrés Manuel metía las manos a la lumbre. ¿Existe en el partido de izquierda alguien capaz de sustituirlo? No creo, entonces se tendrá que reclutar aceleradamente a alguien con calificaciones similares, o bien el morenismo se verá obligado a recurrir a empresas encuestadoras que, por su naturaleza, buscan más el negocio que la verdad.
Cuando Marcelo Ebrard y AMLO disputaron la candidatura del PRD en 2011, recurrieron a compañías encuestadoras que cobraron honorarios más o menos razonables por el trabajo. Ambos grupos —el de Marcelo y el de Andrés— se vigilaron. No hubo mano negra ni trampa ni, tampoco, dinero para financiar una manipulación de los datos.
Y no hubo dinero en 2011 porque solo se iba a elegir al candidato presidencial del PRD, que no iba a partir como favorito. Ahora, lo que se elegirá con la encuesta de Morena será, de plano, al presidente o a la presidenta de México. Esta es una invitación para que busquen manipular el resultado no solo quienes aspiran a la candidatura, sino sus simpatizantes o grupos de poder económico que tendrán motivación de sobra para apoyar a la persona que piensen mejor garantiza sus intereses.
Una opción creíble sería que el INE aplicara las encuestas de Morena, pero… se llevan tan mal la autoridad electoral y la presidencia de México que ello solo complicaría las cosas.
Es mucho lo que debe reflexionara Andrés Manuel, con la dirigencia de Morena, para diseñar un procedimiento que minimice el riesgo de que alguien —puede ser cualquier persona o grupo con suficiente dinero— intente manipular las encuestas, lo que probablemente no le quitaría al partido de izquierda la presidencia, pero lo dividiría y, todavía peor, generaría condiciones para un cambio de rumbo en el proyecto de la 4T, que el sentido común recomienda mantener —desde luego con los ajustes necesarios— porque México no resistiría otro brusco viraje en la administración pública.