Nadie puede poner en duda el descarado derroche de recursos empleado para la promoción de las llamadas corcholatas, basta mirar los espectaculares que existen en la Ciudad de México y en todo el país, para advertir que la lucha que emprenden quienes protagonizan las precandidaturas de Morena -bajo la cobertura de una lámina con respaldo de corcho y de forma circular para servir de tapadera- tiene como músculo el alto gasto.

Tampoco nadie puede poner en duda que las personas que utilizan el paraguas de tales láminas buscan alcanzar la nominación a la candidatura de Morena a la presidencia de la República, siendo parte de un juego que pretende eludir ese hecho. A pesar de tales obviedades y de lo que proponía la Unidad Técnica de lo Contencioso electoral del INE, conforme a los argumentos de la consejera Claudia Zavala., los consejeros Jorge Montaño y Rita Bell López -integrantes de dicha instancia- rechazaron el proyecto que les fue sometido a su consideración.

Los intereses - mal encubiertos de razones - para rechazar el proyecto fueron prácticamente iguales a los expuestos por Morena para resistir alguna resolución que impusiera medidas cautelares hacia el activismo que escenifica la corcholatiza; la postura adoptada para no imponer ninguna medida disciplinaria a quienes aspiran a la nominación de la candidatura presidencial por Morena, muestran una clara abdicación del papel a desempeñar por el órgano electoral para regular lo que a todas luces es un proceso anticipado de campaña.

De conformidad con esa resolución puede asumirse que el INE ha mutado de institución que regula a entidades que participan en los procesos electorales y en la vida política del país, a una que es regulada por los intereses del partido en el gobierno. Eso explica que se hayan plegado y reproducido los argumentos de éste para eludir cualquier resolución que pretendiera afectar, a través de medidas cautelares, el proceso que tiene lugar para decidir la postulación de quien tomará su candidatura presidencial.

Resuenan los ecos de aquella reunión entre el presidente de la república con los integrantes del Consejo del INE, que en su momento se leyó como un acto de cortesía y de acercamiento institucional, pero que ahora ha emitido un tufo que huele a subordinación.

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El INE vive una metamorfosis kafkiana, se vuelve una organización que transmuta su carácter para dejar de ser autoridad que regula, y devenir en feliz acompañante del despliegue que tiene lugar por parte del partido en el gobierno, tornándose en un testigo de palo respecto del activismo que éste realiza para impactar en los electores mediante un claro despliegue propagandístico y proselitista, fuera de los tiempos de campaña o de precampaña.

No sólo se trata del relajamiento de una autoridad y del papel que debe desempeñar en un momento clave en la vida democrática del país, sino, a más de eso, de un debilitamiento institucional evidente, justo en el momento que está por desatarse el proceso electoral y en donde el desempeño riguroso de las autoridades electorales resulta fundamental para la confiabilidad de las elecciones y para su buen resultado.

Las omisiones de la autoridad o su laxitud operan como una señal de permisibilidad para partidos, candidatos, activistas, operadores y promotores de las campañas, de modo que puedan actuar con desenfado y sin restricciones ante la tentación de incurrir en abusos o para realizar actos ilícitos. En este contexto, el pronóstico para el desarrollo de las elecciones de 2024 es reservado y desde ahora prende los focos de alarma.

Pareciera una revancha para mostrar que si bien al INE no lo pudieron tocar mediante la puesta en marcha de reformas electorales que modificaban su organización y operación, sí lo han podido hacer por la vía de los hechos a través de la influencia y peso que ejerce el gobierno en la renovada composición del Consejo que toma las decisiones de esa entidad.

El órgano llamado a regular ha adoptado la posición de ente regulado por el gobierno; juega un papel parcial y de comparsa, se disciplina y somete, acomoda sus resoluciones a los intereses del partido gobernante y en su ruta dibuja una vuelta en “u” que retorna a la etapa de las elecciones parciales e inequitativas que aseguraban la permanencia del partido en el poder. A eso se le llamó hegemonía, de modo que esa vuelta de retorno dibuja el regreso del partido hegemónico, de su predominio incontrastable, de los juegos perversos a los que dio lugar, sin importar que la mudanza de ese modelo para arribar a la etapa del sistema plural de partidos con competencia política y alternancia no fue mera dádiva o concesión, pues implicó un cambio resuelto hacia la búsqueda de consolidar el régimen democrático, en el entendido que la vía de retorno que ahora se plantea quedaba cancelada.

La abdicación del INE respecto de jugar efectivamente su papel de ente que regula la lucha electoral es la peor de las noticias. Al final, si bien el INE no se tocó, sí se trastocó