La calle de Santa Anita no es lo mismo que hace unos pocos años al igual que el predio con el número 50 donde antes se hacía presente la sede nacional de Morena.
Era común en la colonia Viaducto Piedad de la alcaldía Iztacalco ver a los entonces dirigentes e históricos liderazgos del partido guinda caminar por las calles de esa colonia popular para llegar a desayunos, comidas y reuniones políticas en el Toks que se ubica a unas calles del metro Xola sobre Calzada de Tlalpan, era muy normal ver en el interior del antes mencionado restaurante a Martí Batres, César Cravioto, inclusive se podía ver a José Ramón o al mismo Andrés Manuel, todos fieles al discurso de austeridad.
Hoy en día aquel predio de Santa Anita no. 50 pertenece a una empresa que pintó la fachada de negro y puso un nuevo nombre: Provensa; y es que aunque en la página oficial de Morena sigue apareciendo como su actual y aún dirección de registro, cuentan quienes saben que su dirigencia está varios códigos postales más hacia la derecha, con un presidente que despacha en Polanco desde una oficina muy fifí y con una secretaria general que quién sabe donde despacha pero se le ve con frecuencia en lugares de mucho privilegio. También esta dupla se ve y se siente demasiado lejana.
La alcaldía de Iztacalco y más aún la colonia Viaducto Piedad fueron testigos del crecimiento de Morena. Una sede lejos de los restaurantes lujosos, de los reflectores, de las camionetas blindadas y de las mansiones que era congruente con la narrativa Obradorista de “Con el pueblo todo” o la de “Por el bien de todos, primero los pobres”.
Es entendible que con el crecimiento desmesurado del partido, con resultados electorales que parecieran salidos de una película fantástica, con una oposición inexistente y además con una elección presidencial con un triunfo cantado a su favor el partido o al menos su dirigencia pierdan el piso, aunque un poquito de discreción no caería del todo mal.
Morena es un movimiento que vive de los simbolismos, el más grande que tienen en la actualidad es el mismo Presidente y lo explotan al máximo con peluches, playeras, tazas y demás mercancía que bien podría encontrarse afuera de un concierto del Auditorio Nacional; sin embargo los liderazgos que hoy están al frente del partido se sienten y se ven lejanos de estos simbolismos y poco hacen por generar nuevos, por buscar nuevas narrativas y sobre todo por seguir siendo congruentes a sus principios de austeridad y sencillez.
Un partido sin sede con un dirigente que busca más el aplauso y beneficio personal antes que seguir construyendo para el Partido, buscando candidatos priistas, panistas o del partido que sea pero que garanticen el triunfo, hace ver lo que muchos reclaman: El partido del presidente está lejos de ser lo que fue, está lejos de su sencillo origen en Santa Anita.