Se entiende el debate acalorado, pero no se justifica convocar al detrimento a raíz de una determinación tomada en la división de poderes. Eso, en relación a todo lo que ha pasado luego del proceso legislativo que vivimos los mexicanos en torno al proyecto de materia eléctrica.

Por esa razón, la decisión del contrapeso fue, el pasado domingo, no avalar la iniciativa del presidente; desde diversas perspectivas, incluso la concepción del redactor de esta columna- hizo falta una operación política eficaz con las fuerzas de oposición, incluyendo a las minorías que jamás hay que minimizar, sobre todo porque pueden marcar la diferencia en votos para promover una Ley o Reforma.

Asimismo, radicó más el intercambio de señalamientos que nunca fueron propositivos, ni fundamentados más que señalar a rajatabla. Tal vez algunas voces argumentaron la viabilidad con sólidos criterios y juicios, pero, al final de cuentas, se perdía la sintonía. De ahí podemos encontrar puntos importantes que se perdieron por la inercia o efecto que provocó el sofocante clima que se vivió en San Lázaro el pasado domingo.

Eso debe servir de lección. El país necesita todavía leyes y reformas que, por prioridades del presidente AMLO, se enviarán al legislativo federal de un instante a otro. Hay que recordar que, tanto la propuesta electoral, como el asunto de la Guardia Nacional, siguen siendo indispensables para la agenda de López Obrador. Dada esas circunstancias, es momento de reencontrarnos con el proyecto de transformación, tal y como tuvo la coyuntura estelar cuando se aprobó la Ley Minera en el Senado de la República hace un par de días.

Eso debe ser una motivación para seguir adelante. Sin embargo, el saldo que arrojó el marco de discusión del pasado domingo acarreó un vendaval de calificativos. Quizá eso, por un instante, se trató de pasar al pleno de la Cámara Alta donde siempre reina el respeto de todos los grupos parlamentarios. Podrá existir un acalorado debate, pero nunca se ha desbordado la pasión que genere insultos. Jamás.

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Y es que eso recientemente trató de pasar en el informe de la Guardia Nacional tal vez, ya lo dijimos, por el efecto que provocó el tema eléctrico y la hostilidad o, mejor dicho, la guerra propagandística que pretenden exhibir a los legisladores de oposición que tomaron su decisión el pasado domingo. Por tal motivo, eso significa señalamientos, descalificación y adjetivos de odio.

No creemos, como las voces expertas del legislativo, que esa sea una buena determinación dadas las circunstancias y los proyectos que el país aún necesita- persistir promoviendo una campaña de desprestigio. Además de continuar polarizando al territorio nacional, puede seguir ocasionando grietas que detonarán en negativas para construir acuerdos; aunado a ello, es probable que se desgastarán los puentes de interlocución con las fuerzas de oposición- que más allá de su posición, no hay que elevar la confrontación porque, en temas fundamentales, se requiere mayoría, es decir, votos de la oposición.

A raíz de ello, se deben priorizar estrategias de entendimiento y no de confrontación. El debate es parte de la naturaleza de una discusión legislativa, pero, dadas las coyunturas de que existen los contrapesos, hay que hacerlo con altura porque, mediante ese canal, se puede convencer a un número importante de legisladores que hagan la diferencia. Eso pasó en el Senado hace un par de días; los votos para aprobar la Ley Minera provinieron, en gran medida, del bloque de Morena y aliados, aunque también de otros partidos.

Eso habla de que, allí, sí se operan los asuntos con planeación, organización y respeto con todas las fuerzas, incluyendo a las minorías a fin de generar condiciones idóneas para la viabilidad de las propuestas, eso sí, sin tener que llegar a la descalificación, ni mucho menos a la agresión.

Por tal motivo, debate y no confrontación; es tiempo de enmendar para reencontrar la ruta correcta en beneficio del país.