¿Alguna vez se han preguntado qué sería de nuestro querido México si en 2006 la oligarquía rapaz y los poderes fácticos no hubieran cometido fraude electoral contra la candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador?
En primer lugar, no hubiésemos tenido un presidente espurio anhelante de obtener por cualquier medio la legitimidad política que las urnas no le alcanzaron.
Andrés Manuel hubiera sido un buen presidente. Como lo fue durante su jefatura de gobierno al frente del Distrito Federal. Un poco polémico. Pero eficaz. Sin rencores. Sin odio.
Así que si no se hubiesen robado la presidencia en 2006, López Obrador llevaría ya 18 años en el retiro. Viviendo entre el lujo y la comodidad, aburguesado, en un rancho en Palenque. Tal vez, reflexionando sobre sus días de lucha mientras bebe café orgánico y viendo con sus abogados cómo reclamarle a este medio regalías por la P.
¿Y qué más? Bueno, lo obvio: no habría habido guerra contra el narco. Esa guerra absurda y desalmada que terminó por fortalecer a los cárteles y ensangrentar al país. No, en su lugar, hubiéramos tenido una transición suave, donde el narco sería apenas un mal menor, si acaso un tema de sobremesa.
Y luego, claro, en 2012, Enrique Peña Nieto habría ganado la presidencia. Lo guapo no se lo quitan los universos paralelos.
Durante la presidencia del Gaviotón, la corrupción también hubiese sido encumbrada. No nos íbamos a salvar de que los priistas nos lo chigaran todo. Por supuesto, porque ni modo que cambiaran las cosas solo porque la izquierda llegó primero.
En 2018, Felipe Calderón tendría su revancha. Renovado, pulcro y sin angustias, Calderón Hinojosa habría llegado triunfante a la presidencia derrotando al PRI. Combatiendo a la corrupción del priismo. Desenmascarando la falsa juventud que prometieron los tricolores. Esta vez, con un país donde el crimen organizado ya estaría bien estructurado y funcionando como una multinacional.
Calderón, siempre astuto, habría pactado con el Cártel de Sinaloa. Eso tampoco lo hubieran podido evitar los multiversos. Por conducto de un García Luna todavía libre; pero ahora sin la necesidad de desatar una guerra demencial para legitimarse, se habrían logrado los consensos para mantener la paz. Después de todo, ¿para qué emprender otra cruzada si ya tendrían todo bajo control?
La gestión de Calderón sería impoluta. Reaccionaria, claro está. Pero sin corruptelas. Nada de escándalos de abrazos, no balazos, sino pura diplomacia y acuerdos de caballeros con los capos. Mano dura. Derecha, al fin.
Y en 2024, tras un sexenio que recordaremos como la segunda década dorada —con escándalos de represión—, vendría Ricardo Anaya. Sí, El Chicken, ahora como héroe popular. Opositor dentro del oficialismo blanquiazul.
Su primer acto de gobierno: encarcelar a los gaviotos, a todos. Por rateros y por mal gusto en telenovelas. Justicia poética, le llaman.
El país, bajo su mando, alcanzaría un nuevo esplendor. El peso estaría a 9 dólares, la gasolina a 3 pesos y el aguacate, por fin, al alcance de todos los hogares.
Para 2030, cuando ya no sabríamos qué más pedir, aparecería Luis Donaldo Colosio Riojas. Con él, México se convertiría en una utopía total. Los daneses y suecos volarían en aerolíneas de bajo costo solo para atenderse en el IMSS, maravillados por la calidad de nuestro sistema de salud. Los hijos de Obama vendrían a estudiar a la UNAM, fascinados por el prestigio de nuestra educación pública.
Y así, señores y señoras, México alcanzaría el futuro soñado. Un país tan brillante que hasta los suizos nos pedirían consejos sobre cómo gobernar. Pero claro, eso solo habría pasado si en 2006 no nos hubieran robado la presidencia.