Quizás para muchos mexicanos el nombre de Martín Domingo Morales Rangel, “Mingo”, no les diga nada, pero encierra una de las no pocas historias entrañables de nuestro futbol, a la Selección Mexicana en lo general, y al tan lleno de tradiciones e historias mágicas y flamante campeón de México, el Atlas de Guadalajara, tan de moda este fin de año 2021.
El referido “Mingo” comenzó su carrera como aficionado emblemático en la temporada 80-81, concretamente en abril de 1980, en un partido Atlas-Tampico Madero (el Club, por entonces, de La Quina y su poderosísimo sindicato petrolero), donde el Atlas anotó gol, uno que rompía una desesperante mala racha de no anotar ni uno por varios meses.
La tradición se quedó después de que “Mingo” corrió eufórico por entre las gradas con su bandera, en ese tiempo de poco más de dos metros. Desde entonces fue creciendo a las dimensiones que aún hoy tiene: seis metros de largo (tubo) y largo (tela).
“Mingo” viajó durante el Mundial de México 1986 a la ciudad de Irapuato, a presenciar el partido correspondiente al grupo “C” entre la entonces Unión Soviética y Hungría, el 2 de Junio de aquel año, el cual ganaron los rusos por goleada de seis por cero. De ahí viajó hasta la Ciudad de México a atestiguar el debut de la Selección nacional contra Bélgica el día siguiente: 3 de Junio. En el trayecto compró tela y un tubo, con la intención de armar una bandera gigante réplica de la del Atlas, pero con los colores nacionales.
Al llegar a la entrada y puertas de acceso al monumental Estadio Azteca, los encargados de la seguridad (militares) hicieron valer el reglamento: 60 centímetros como medida máxima a cualquier bandera. Al toparse con un periodista importante del ámbito deportivo, amigo suyo, le comentó el hecho de su bandera, y el comunicador pidió que le mostrara su bandera a un “Mingo” ya resignado a no poder entrar con ella al estadio, al cual accedió. La armó y la ondeó, causando una emoción a los militares tal que, incluso pasando por alto el reglamento, permitieron su entrada y a partir de ese momento y para la posteridad esa grandota bandera quedó cómo un símbolo indeleble del mismo campeonato, y en particular de la Selección Mexicana en dicha justa planetaria.
Hoy México se entera, 35 años después (curiosamente la mitad exacta del tiempo, 70 años, que el Atlas tardó en volver a ser campeón) que el portador de la gigante bandera rojinegra, tan ondeada, hasta por los futbolistas mismos, en esta última liguilla es el mismo que el del 86. En fin, casualidades y anécdotas románticas (una más de tantas) de las que hacen aún más hermoso a este deporte.
En un texto escrito hace días hablaba de las razones de que un equipo, que prácticamente no le daba a su afición más que frustraciones y sufrimiento, tuviera una de las más admirables aficiones en México, y sobre eso, ahora sé, un antiguo dirigente atlista trató incluso el tema en una tesis universitaria, con un resultado en datos sorprendente: las entradas al Estadio Jalisco eran mayores cuándo el Atlas peleaba el descenso que cuando este llevaba buena marcha, incluso con posibilidades de pelear por el campeonato.
Las razones de ello pueden ser variadas, desde psicológicas hasta sociológicas, pero no únicas, ni mucho menos, en el mundo. En España, por ejemplo, el Betis de Sevilla tiene una afición ejemplar, en cuanto a cantidad y calidad se refiere, y prácticamente nunca ganan títulos. El tan recitado “Al Betis manque pierda” es famoso no solo en la ciudad andaluza, sino en toda España y fuera también de sus fronteras. Del Atlas, he leído que ahora se dice: “Al Atlas, aunque gane”.
Ginés Sánchez en Twitter: @ginesacapulco