IRREVERENTE
Les platico:
Conozco a Gustavo Ramos desde hace muchos años y tengo el honor de ser su amigo, como lo soy de buena parte de los excelsos músicos de la Orquesta Sinfónica de la UANL.
Eso ha permitido acercarme a sus aficiones extra musicales, como el caso de Bernard Dufrane, oboísta y corno inglés, gran corredor de 5, 10, 15, 21 y hasta 42 kilómetros en las competencias que cada semana tienen lugar en la Ciudad.
Stefanie Lanzrein, excelsa flautista suiza; Ashley Haney, fagotista, si mal no recuerdo, oriunda de Denver, Colorado; Daniel Dimov, violín concertino; Adrian Griffin, trompeta; Alex Manley, trombón, Tanya Krasteva, violinista; Caleb Ahedo y Alicher Kamilov, violistas y por supuesto, Gustavo, percusionista.
Cuando el maestro Eduardo Diazmuñoz llegó a la OSUANL, me tocó dar la noticia en exclusiva y en esa ocasión escribí que llegaba un General de División a la Sinfónica.
Quién sabe por qué habría sido esa una de las características de su elección como tal…
Sirva este preámbulo a manera de explicación, por si notan mis queridos lectores, cierto rasgo de familiaridad en la siguiente crónica.
Por alguna razón estuve alejado de la orquesta un par de años y qué mejor reencuentro que estar entre el público en el Programa II titulado “Argentina-México” que paso a compartirles en seguida. ¡Arre? ¡Arre!
Libertango, de Astor Piazzola
El programa inició con el Libertango, del argentino Astor Piazolla y la orquestación de Castillo.
Había escuchado varias veces esta pieza en vivo, pero siempre en su versión solo interpretada por el bandoneón.
La versión original se desarrolla en apenas 2:45 minutos.
La participación de la sección orquestal de cuerdas, la batería o la guitarra eléctrica, resultan inadmisibles en la concepción del tango tal como lo conocemos.
Lo que vimos este jueves fue la versión orquestada, más rica -sí- pero personalmente me gusta más la versión de solo el bandoneón.
Con la orquesta haciéndole coro, pareció que estábamos escuchando una pieza diferente.
La pulcra ejecución de los músicos de la OSUANL logró un armonioso ensamble, que se perdieron unas cien personas que no alcanzaron a llegar al inicio puntual -como debe ser- del concierto.
Monterrey es un caos de tráfico vehicular que parece no tener remedio y aquí valdría la pena ser un poco tolerantes con el arranque de los conciertos; estoy hablando de niveles mínimos de tolerancia, 5-7 minutos, no más.
Con los elementos orquestales, Piazzolla remarca su estilo y rompe el formato clásico del tango.
En Libertango, el maestro argentino juega otra vez con el formato musical, pero en esta pieza alcanza una mayor madurez.
Piazzolla, introduce relaciones armónicas muy comunes en el jazz y así renueva la sensación auditiva del género, cuya tradición se basa en la armonía clásica.
Desde el inicio del tema original, el bandoneón marca el pulso y la energía de la pieza.
Así, Piazzolla exhibe el primer motivo, acompañado del bajo eléctrico y la percusión.
Poco a poco, se van sumando los elementos de la orquesta, que presentan en el segundo motivo sobre la misma base armónica.
En la versión original, el bandoneón se desmarca para detonar su esplendor melódico y presentar el tercer motivo sobre un desarrollo armónico diferente.
Al final, la orquesta vuelve sobre la primera parte y el tema acaba con un fade out bastante bien logrado.
Me gustaría que escucharan la versión original en bandoneón. Aquí la tienen:
Concierto para timbales y orquesta, Tympanum
Luis Jaime Cortez escribió esta demandante obra e hizo posible que los timbales, usualmente colocados en un rincón al final del escenario, escondidos detrás del resto de los instrumentos, emergieran al centro, justo enfrente del director.
Esto es muy pocas veces visto. De hecho asistimos al estreno de esta pieza.
Solo recuerdo haber asistido hace varios años en la Universidad Estatal de Arizona, a un concierto para timbales y orquesta, compuesto por el estadounidense Peter Tanner.
Gustavo Ramos estuvo a la altura del puesto estelar que el citado concierto le confiere a unos instrumentos habitualmente empleados como fondo y profundidad de las piezas orquestales.
Reconociendo mi estándar de diletante en estos menesteres, un destacado maestro que tuve en mis años de estudiante en la Estatal de Arizona, me dijo que se trata de música abstracta, nada melódica y no solo difícil para el ejecutante, sino también para el público.
En un concierto nunca se sabe qué va a pasar. En esto me igualo con los expertos que narran conciertos de semejante naturaleza.
Gustavo transformó el sonido habitual de las percusiones, en elemento estelar y fue evidente que se recreó a sí mismo en la composición, tal como viene en la partitura, que de vez en vez lo llevaba a cambiar los rollos en que estaba leyendo la pieza.
Le dio vida a la obra y se reveló orgulloso con ella
Sus esfuerzos rindieron frutos, pues al final, el público se fusionó a su interpretación.
Lo que sucede con los timbales es que uno como espectador ve el desplazamiento de brazos y manos de sus ejecutantes, a diferencia de las cuerdas y alientos, cuyos ejecutantes permanecen sentaditos sin moverse en sus sillas.
Gustavo conectó su cuerpo con la partitura.
No me extrañaría que practicara natación o alguna disciplina como el tai chi, el arte marcial chino que ayuda a manejar la localización del peso del cuerpo.
Aquí terminó el primer acto.
Cuatro Danzas Sinfónicas de Estancia. Ginastera
Este autor argentino se ganó a pulso un lugar entre las principales figuras de la música de concierto del siglo XX.
Se le reconoce por mezclar música indígena con los elementos más rigurosos de la artística europea.
Durante su carrera, extendida por más de medio siglo, Ginastera se distanció del lenguaje popular y escribió en estilos más contemporáneos.
Sin embargo, sus obras más interpretadas son del periodo “folclórico” latinoamericano.
No en balde, a los primeros compases de sus “Cuatro Danzas… " llegó a sonar muy parecido a la música de Moncayo, y así se lo hice ver a Ricardo Marcos, presidente de CONARTE, con quien me topé al final, en las escaleras del Auditorio de Mederos.
Estuvo de acuerdo conmigo, lo cual tomé como un elogio, considerando el basto equipaje cultural que Ricardo porta.
La Estancia de Ginastera fue escrita en 1941 atendiendo un encargo del American Ballet Caravan.
Esta pieza fue concebida como un “ballet en un acto y cinco escenas basadas en la vida de las pampas argentinas”, que originalmente incluía elementos hablados y cantados.
Debido a problemas del Ballet Caravan, no se presentó hasta 1952, pero una suite de cuatro danzas de la partitura se introdujo en el venerable e icónico Teatro Coloacuten, de Buenos Aires en 1943.
El primero de los bailes se llama “Los trabajadores agrícolas”, y muestra el desempeño enérgico de los peones de la pampa argentina.
Es evidente que Ginastera se tomó alguna licencia dramática para imprimirle verosimilitud a la representación.
De pronto, el ritmo implacable disminuye un poco y una melodía diferente comienza a emerger.
El segundo elemento de la suite, la “Danza del trigo”, ofrece un interludio lírico muy elemental, al que le sigue una enérgica y rítmicamente sofisticada danza para “Los peones de hacienda”, los que en vez de tierra pisaban piedra o piso pulido.
La furiosa final “Malambo” toma su título de una danza que forma parte de una competencia muy conocida entre los gauchos, los vaqueros argentinos.
Un amigo argentino-judío que se llama Ron Ziv, a quien consulté para este artículo, me dijo que “el malambo se caracteriza por un movimiento rápido y constante en corcheas y un ritmo constante de 6/8″.
Es que Ron, además de ser teniente coronel de la Armada del Estado de Israel, es un músico consumado.
Bosques, de Moncayo
Fue anunciada como estreno mundial, pero tengo mis dudas, porque investigando y preguntando supe que fue estrenada en Guadalajara en 1957, bajo la conducción de Blas Galindo.
Este concierto tuvo que esperar 20 años para tener una segunda audición que permitió al público de la CDMX conocer este magnífico ejemplo de creatividad musical mexicana.
Creo que Moncayo es la imagen personificada del impresionismo nacionalista a través de la música.
Este compositor (Guadalajara, 29 de junio de 1912- Ciudad de México, 16 de junio de 1958) se llamaba a sí mismo con un dejo de tristeza, como José Pablo Huapango, debido al éxito brutal que detonó en su vida con esa composición, considerada como el tercer himno nacional mexicano.
Sus otras obras quedaban opacadas ante el famoso Huapango y entre las “otras”, destaca la denominada “Bosques”, que también fue estrenada en el concierto de este jueves.
No andaba tan errado, pues aún hoy en día, gran parte de su legado permanece en la oscuridad.
“Bosques” fue compuesta en 1954, y es, a mi parecer, la verdadera obra maestra, cumbre, de este compositor jalisciense.
La obra está dotada de una respiración fluida, evocativa, tierna y recia a la vez; finura, transparencia y efectividad; honesta y contundente, que obliga a los músicos que la interpretan a repetir esas características en la ejecución de sus movimientos.
No sé cómo le hizo el maestro Diazmuñoz, pero esa impresión me dio al navegar por cada uno de los instrumentos que siguen los movimientos de “Bosques”.
Me encantó que al final, haya agradecido los aplausos tomando en sus manos la partitura de esta obra. Solo le faltó levantarla sobre su cabeza, para honrar como se debe al autor.
Moncayo nos legó con esta obra, un auténtico corpus musical de excelente factura.
Cajón de Sartre:
· “Veo que estás dejando para el domingo el Episodio III del desmadrito que se traen entre Miguel Treviño, ex alcalde de SPGG y el rector del ITESM, Juan Pablo Murra Lascurain. Está bien, tu reseña del concierto pega muy bien en sábado”, remata la Irreverente de mi Gaby.
· Entonces, mañana, el prometido Episodio III, sin faltar el Incomparable Iván ni dejar de recordarle al respetable público, la falta de acción de Samuel García, del ex alcalde Miguel Treviño, y de los cuerpos consulares, en el caso del técnico extranjero de los Jonas Brothers, que fue atacado por pandillas que operan a mansalva en los alrededores del hotel Aqua Vita, en el otrora municipio más seguro de México.