Casi siete décadas han transcurrido en México desde que la mujer pudo emitir su voto y elegir a sus gobernantes.
En un primer momento, en 1947, se modificó el artículo 115 de la Constitución Política de nuestro país, permitiendo que las mujeres votaran y fueran elegidas en votación a algún cargo de elección popular.
Sin embargo, fue hasta 1955, siete años después, cuando el voto femenino se hizo realidad.
Innegablemente, la discriminación que hemos sufrido las mujeres a lo largo de la historia ha sido un factor fundamental para que en México vivamos en tal atraso democrático.
Fueron otros países, como Nueva Zelanda, los que aceleraron el paso para permitirle a la “madurez suficiente” para poder elegir a un gobernante.
Se pudo votar, sí, pero la presencia real de la mujer en una elección presidencial se observó hasta 1982, cuando doña Rosario Ibarra de Piedra, fallecida en 2022, se postuló por el extinto Partido Revolucionario de los Trabajadores.
Ibarra de Piedra tuvo un nuevo intento por llegar a la Presidencia en las siguientes elecciones de 1988, donde resultó ganador el priista Miguel de la Madrid.
El mérito de Rosario Ibarra no fue menor: tras 29 años de sufragios femeninos en México fue la primera en atreverse a lo que otras no hicieron: competir por la Presidencia y tratar de derrocar no solo al entonces partido en el poder (PRI), Ibarra de Piedra enfrentó al patriarcado, político, social y cultural.
En épocas sucesivas quisieron ser presidentas otras mujeres: Cecilia Soto, por el Partido del Trabajo en 1994, Marcela Lombardo por el Partido Popular Socialista (PPS), quien también compitió en 1994, Patricia Mercado, candidata de Movimiento Ciudadano en 2006, Josefina Vázquez Mota, candidata del PAN en 2012 y Margarita Zavala, quien quiso ser candidata independiente en las pasadas elecciones de 2018, donde ganó Andrés Manuel López Obrador.
Todas estas mujeres no lograron una votación mayor al 2.7 por ciento del padrón electoral, pero vale el mérito de haber roto paradigmas y competir en un ambiente predominantemente masculino hasta hace poco: la política.
2004: Una elección inédita
Valga el anterior recorrido histórico para situarnos en las elecciones que tendrán lugar el próximo año, donde ya nuestro país está en los ojos del mundo por tener, hasta el momento, a dos mujeres que se disputarán la Presidencia: Xóchitl Gálvez, abanderada del Frente Amplio por México y Claudia Sheinbaum, quien encabeza la mayoría de las encuestas para ser candidata presidencial por el partido Morena.
Lo inédito no solo radica en que sean dos mujeres las posibles presidentas de México; en los meses anteriores las figuras masculinas prácticamente brillaron por su ausencia y con excepción de los llamados “corcholatas”, aspirantes a ser candidatos de Morena (todos, sin posibilidades reales ganar la encuesta de su partido), los demás señores quedaron fuera de la jugada.
Habrá, por supuesto, más candidatos o candidatas en tanto los tiempos y las normas de nuestro Instituto Electoral Nacional (INE) lo permitan, pero difícilmente quien ahora se postule tendrá el triunfo. La presidencia será o de Gálvez o de Sheinbaum, No hay más.
¿Fin del patriarcado en la política?
El anuncio (anticipado y grotesco desde mi perspectiva) de la declinación de la senadora priista Beatriz Paredes a ser candidata del Frente Amplio por México hecho por el dirigente nacional de su partido, Alejandro “Alito” Moreno y con ella ausente nos deja un pésimo sabor de boca.
Entendamos: siendo hasta hace un par de días tres las mujeres que sonaban con fuerza para ser candidatas presidenciales, el manotazo de Moreno a las aspiraciones de la senadora Paredes nos indica que al menos en el PRI, quien tiene la última palabra es un varón.
El mensaje es terrible: en México se siguen callando las voces de mujeres tan capaces como Paredes Rangel y de nuevo el patriarcado priista se mostró a rajatabla, aplastando la dignidad de una mujer cuya trayectoria y experiencia política no está ni estará jamás en duda.
En los días siguientes debemos centrarnos, pues, en lo que Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum ofrecerán a los electores o electoras, que por cierto, estas últimas son mayoría en nuestro país.
Titánica labor en un país donde hombres y mujeres somos “iguales, pero no tanto”, parafraseando a Helena María Varela Guinot, investigadora de la Universidad Iberoamericana, quien usa a menudo la frase para demostrar que pese al innegable avance de la mujer en la sociedad, no hemos conseguido tener una verdadera equidad.
Y es cierto, tan iguales que somos diferentes. O tan dispares que, al menos hasta hoy, quien tuvo la última palabra en el Frente Amplio por México, fue un hombre.
Vaya manera de empezar un proyecto que se disfrazó de demócratico y donde en verdad lo que ocurrió es que se palomeó una candidata a conveniencia de los mismos sectores de la sociedad que han oprimido por décadas a la mujer.
Xóchitl, ¿imitación de la masculinidad o imposición de lo masculino?
Escucho en estos momentos la entrevista telefónica que le hace el periodista Ciro Gómez Leya a Xóchitl Gálvez, virtual candidata del bloque opositor en México y me convenzo con cada frase que la senadora panista y virtual candidata del Frente Amplio por México, “está donde está, pero no está”.
Me refiero con lo anterior que supondríamos, o al menos esperaríamos que siendo una mujer quien aspira a alcanzar la Presidencia fuera auténtica, sensible o empática, además de preparada y capaz, pero la senadora blanquiazul, tras el madruguete priista de ayer a Beatriz Paredes, se muestra confusa, falsamente consternada y también, falsamente solidaria.
No nos hagamos: a Gálvez no le duele lo que el PRI le hizo a Paredes pues sabía, de siempre, que ella era la elegida para abanderar la oposición.
Subrayo “falsamente” no en tono ofensivo, más bien crítico, porque a Xóchitl se le ha mal asesorado en muchos sentidos y se ha asegurado que es un producto moldeado en la mente de empresarios (varones, claro está) e impuesto por políticos machistas y misóginos. Con lo ocurrido ayer estas ideas se refuerzan y Gálvez tendrá durante la marcha que desmentir o reafirmar lo anterior.
Desde que dijo que quería ser candidata presidencial, Gálvez ha tomado actitudes opuestas a las de cualquier feminista que lucha por voluntad propia y convicción por un puesto de elección popular.
En Gálvez hemos visto un “feminismo masculinizado” (valga el término improvisado, pero viene a la perfección) al adoptar actitudes estereotipadas del varón, como la rudeza de expresiones, las malas palabras y la utilización, subliminal o no, de una figura fálica como representación del poder al comerse un alimento en forma de miembro viril.
Siendo esta elección presidencial la primera en que una mujer tiene la posibilidad de llegar al poder, las dos visibles candidatas tienen la importantísima tarea de demostrar a un país dominado ideológica y culturalmente por hombres que es tiempo de visibilizar lo femenino en la esfera pública, sin imitar patrones de conducta machistas, pues uno de los factores que han llevado al fracaso a las políticas públicas es precisamente la falta de inclusión de lo femenino en las mismas.
En México el voto de las mujeres es determinante para ganar la elección y no es que hoy sea tiempo de mujeres: siempre ha sido tiempo de mujeres, solo que en nuestro país debieron transcurrir 68 largos años desde el primer voto femenino hasta tener una mujer en la presidencia.
Desaprovechar esta oportunidad será echar por tierra todo el camino recorrido. Claudia y Xóchitl serán las candidatas, nosotras, por mayoría, quienes tomemos la decisión.
Construyamos juntas.