En la dirigencia Nacional de Morena han salido a decir que, dentro del partido, las decisiones fluyen de la participación ciudadana como una forma democrática. Si bien la ideología nació con una nueva cultura en las determinaciones tomadas, por desgracia la expresión ha dado señales de ir perdiendo la esencia porque no han sabido comportarse a la altura de las circunstancias y todo lo que representa un movimiento alimentado por gran parte de la población civil.
Fue atinada la determinación de abrir las puertas a los actores de buena voluntad como una vez mencionó el presidente López Obrador. Pero hay testimonios y evidencias de que, muchos de ellos, han llegado a contaminar el clima democrático en el interior del partido. Otro aspecto es que, tanto la dirigencia Nacional de Morena, como los dirigentes no han fomentado una verdadera cultura democrática en el seno morenista; sigue llamando la atención las formas y los métodos tan cuestionados para elegir aspirantes a puestos de elección popular.
Y es que en lugar de promover los valores sagrados del movimiento de no mentir, no robar y no traicionar, tal parece que viven un anacronismo que, hasta ahora, revive las prácticas tradicionales del PRI- que hoy enfrenta una crisis profunda de identidad. Quizá Morena no ha tocado fondo porque experimentó un crecimiento acelerado luego de llegar al poder bajo el liderazgo de López Obrador; y el mismo presidente sostiene simbólicamente al partido.
Pero en cuestión de tiempo eso puede llegar a derrumbarse si el partido adopta un pragmatismo que condenó a la derecha a la decadencia política. Y por ello Morena, a pesar de no estar a la altura de millones de mexicanos que han respaldado el proyecto, continúa manteniendo buenos niveles de aceptación; no hay oposición en México; sigue extraviada y sin rumbo y eso, sin lugar a dudas, lo ha capitalizado el partido guinda.
No siempre será así, al menos de que Morena se abra a la democratización interna para evitar que la expresión viva una crisis de la que ya hay indicios, en todo caso por la lucha presidencial adelantada. Lo correcto sería, hoy por hoy, hacer un llamado a la unidad, pero también al respeto entre los aspirantes reconocidos por la opinión pública. Esto será posible evitando la descalificación de grupos minoritarios que, con ataques bajos y agresiones, intentan descarrilar aspiraciones legítimas ya que velan los intereses particulares de otros.
Y eso no es todo, tiene muchísimo sentido la lectura que hacen algunos actores dentro del partido. Morena no puede convertirse en una emulación del PRI; costó mucho trabajo formarlo porque, desde que se propusieron a darle vida orgánica, fue un largo proceso para formar asambleas constitutivas; también las consultas y la organización de una gran estructura que, bajo el liderazgo de López Obrador, cerró filas a favor.
No fue cosa sencilla. Quizá hoy muchos gocen de los beneficios de una resistencia pacífica; sin embargo, fueron pocos precursores los que llegaron a ser piezas claves con el respaldo de una sociedad civil que buscaba nuevas trincheras que ondearan la bandera de una verdadera democracia. Y es que la sociedad está cansada de la simulación; hay caminos o manifestaciones de que, el partido de Morena, camina hacia el autoritarismo, ese que centralizó el poder para intereses particulares.
Muchas veces la propia dirigencia Nacional de Morena no da señales o signos de democracia. Y peor aún, si tienes una opinión que busque fortalecer, te señalan de traidor. Es lamentable que eso suceda; se supone que, tanto el partido como el movimiento que lo alimenta, surge ante la necesidad de un nuevo vehículo de participación política que abrazaba la causas de millones de mexicanos. Por eso confiamos en Morena- porque era necesario encontrar un proyecto distinto que eso sí, ha llevado al país a un cambio en muchas materias, aprovechando el gran respaldo popular.
Empero, Morena no ha sostenido o, mejor dicho, no ha evolucionado en los procesos democráticos internos empezando por las reglas de participación que son, hasta cierto punto, un factor contradictorio que no ha superado las expectativas depositadas.
Se han dado casos de injusticia en algunos ejemplos que, incluso, ya hemos citado anteriormente. Y eso sigue dañando la imagen de Morena que hoy, efectivamente, vive un gran momento político, sin embargo, puede haber un punto de ruptura interna si el proceso de la sucesión presidencial se presta al dedazo y la manipulación. Eso sería promover las prácticas que tanto criticó la sociedad- ya que fue el hito para convencer a millones de mexicanos que, en 2018, salimos a votar por el cambio.
Morena está a tiempo de corregir los signos de autoritarismo que, desde este momento, ya se esbozan en la dirigencia Nacional luego de que se ha formado un clima de favoritismo desde la cúpula del poder. Eso, a todas luces, es un hecho evidente. No podemos ser tan ingenuos ante una realidad- porque sería cegarnos. Por tal motivo, el partido y los liderazgos tienen que reflexionar a fin de evitar pugnas internas.
En primera, Morena no puede, por ningún motivo, abandonar su esencia ni mucho menos las causas; alejarse de ellas significa, a grandes rasgos, estar en la antesala de la traición si el partido sigue adoptando las prácticas tradicionales dañinas. Y muchos referentes ya levantan la mano para impedir que eso ocurra y, por supuesto, que se repitan.
Además de ello, falta que la transición política se consolide del todo. Hay pilares, pero falta edificarlos.