Nacer desde el poder fue la circunstancia que marcó la primera etapa del PRI, pues a pesar de que los partidos políticos habían surgido en Europa y en los Estados Unidos desde la mitad del siglo XIX, en México eran organizaciones tímidas e incipientes a la altura de los finales de la década de 1920. Sin duda que en ello tuvo mucho que ver el pasado porfirista que, al concentrar el poder en una persona, miró con reticencia a los partidos; también influyó la larga propensión a las reelecciones presidenciales en el período de la reforma con Juárez y Lerdo, que hacían depender las posibilidades de triunfo de candidaturas postuladas desde el propio gobierno y al frente del mismo, con el control de una estructura electoral que dependía de ellos; entonces ¿para qué los partidos?
Pero la situación que se planteó ante el asesinato del presidente electo en 1928 -Álvaro Obregón-, formuló el riesgo de retornar al escenario de resolver la lucha por el poder mediante la violencia o de insistir en la vía reelectoral de quien se encontraba al frente del gobierno, Plutarco Elías Calles. Sin duda que la decisión de no transitar por ninguna de esas dos opciones fue un acierto, y la pieza maestra para lograrlo fue la formación del Partido Nacional Revolucionario, PNR, en marzo de 1929.
La tribuna de la Cámara de Diputados en la rendición del cuarto informe de gobierno del entonces presidente Calles, fue el espacio para proclamar la formación de un partido político para superar la etapa de los caudillos mediante la formación de una auténtica fuerza nacional a constituir por quienes simpatizaban con el proyecto de la Revolución Mexicana, al tiempo de plantear que otras corrientes políticas hicieran lo propio.
El hecho es que el PRI, en ese momento como PNR, surgió del poder y se orientó a desarrollar y disponer de las condiciones necesarias para conservarlo, de modo que asentó un dominio político que llegó a ser incontrastable, no sin antes sortear las controvertidas elecciones de 1940, 46 y 52, cuando se disputaron la presidencia de la República, respectivamente, Manuel Ávila Camacho y Juan A Almazán; Miguel Alemán y Ezequiel Padilla; y Adolfo Ruíz Cortínez y Miguel Henríquez Guzmán.
El PRI se encaminó hacia la ruta de un claro predominio o condición hegemónica hasta que, en 1988, se presentó la posibilidad de su derrota por la vía electoral cuando, el conjunto de los votos de la oposición fue equiparable a los sufragios por él obtenidos, pero todavía pudo continuar con su dominio. El ciclo de la permanencia ininterrumpida del PRI en el poder, que inició con el hecho de nacer desde el propio gobierno, se fracturó en el año 2000, en circunstancias donde el último tramo dejó ver la necesidad de reformular su modo de operación y estructura; primero Colosio planteó la reforma del poder, la necesidad de eludir la fórmula de votos al margen de la ley y de las negociaciones al margen de los votos (concertacesiones como un modelo autoritario para arribar a la pluralidad política), para optar, en su lugar, por la competencia política; en tanto Zedillo formuló la tesis de la “sana distancia” entre su partido y el gobierno, pero sólo la aplicó de ida y no de vuelta; es decir, independencia del gobierno ante su partido, pero no del partido ante el gobierno.
A partir del año 2000, con la alternancia del partido en la presidencia de la República, al PRI le tocó desprenderse de su hegemonía e inaugurarse como oposición; sin embargo, una fuerza política que mantuvo el primer lugar a través de la suma de su presencia nacional en el Senado, la diputación federal, los congresos locales y los gobiernos de las entidades federativas; situación que prácticamente le permitió cogobernar del 2000 al 2012. El retorno del PRI al poder en el 2012-2018, se dio de la mano de un candidato carismático, Enrique Peña Nieto, que supo potenciar la capacidad electoral que conservaba el PRI, pero sin que se atendiera la necesidad de actualizar una estructura y modo de operación que mantuvo el diseño propio de su etapa hegemónica.
La situación de la derrota del PRI en el 2018, si bien tiene que ver con las habilidades y capacidades de quien obtuvo el triunfo, también se relaciona con la obsolescencia del modelo organizativo y operacional que mantuvo; de ahí que se requería un nuevo diseño para colocarse con capacidad frente al poder, lo que explica las modificaciones incorporadas a su estatuto en la reforma de 2020 y, especialmente, la apertura hacia una política consolidada de coaliciones electorales, que ahora lo identifica y que ha podido afirmar vínculos entre el PRI, PAN y PRD.
La gestión de Alejandro Moreno en el PRI se encamina por la ruta de diseñar el ciclo del PRI frente al poder, ya sea como oposición o, incluso, si logra recuperar el gobierno. El PRI meramente instrumental si se tenía el poder, o como “oposición responsable” por su involucramiento con el gobierno, culminó. Ahora se trata de un PRI que si está en el gobierno no extravíe su identidad y capacidad política propia; que si se encuentra en la oposición no sea cooptado o asimilado y se plante como una oposición competitiva, que desde su espacio diseña sus condiciones para recuperar el poder.