Hablar sobre el avión presidencial es un tema espinoso por las pasiones que desata a su alrededor. Sin embargo, me parece importante tocar el tema, pues el día 13 de febrero el periódico Reforma cabeceó una nota por demás “amarillista”, en la que Benito Martínez afirma: “nadie quiere reparar el avión presidencial”.
No obstante, desde el 21 de enero de este mismo año, Forbes publicó una nota escrita por Israel Zamarrón: “Declaran desierta licitación para mantenimiento al avión presidencial por falta de propuestas”. En ella explica que la licitación pública electrónica número LA-007000999-E1252-2021 de fecha 18 de enero no recibió ninguna proposición al respecto, declarándose posteriormente “desierta”.
La intención del periódico que dirige Juan Pardiñas, queda más que clara: usar el tema para un golpeteo político, y no para informar a la sociedad. La nota en cuestión tuvo un tímido recibimiento en las redes sociales, mientras a algunos les sorprendió esta información, otros más dijeron que “el avión se echó a perder porque no lo usa el necio que vive en Palacio Nacional”; incluso algunos cuestionaron el pésimo manejo del avión presidencial.
Dejo atrás la estridencia, y aprovecho para hacer algunas aclaraciones sumamente pertinentes. Comienzo diciendo que la adquisición del equipo, un Boeing 787-8 Dreamliner por un precio de 218 millones de dólares en el año 2012, fue realizada por el entonces presidente Felipe Calderón Hinojosa, al final de su sexenio.
Este avión hizo su arribo al país ya durante la presidencia de Enrique Peña Nieto, en el año de 2016, quien lo utilizó en 214 vuelos durante los dos años que le quedaban en la Presidencia de la República.
No nos centraremos en el oropel, sino en los datos contundentes; el avión presidencial, conocido como TP 01 José María Morelos y Pavón, fue un avión prototipo de la empresa constructora de aviones Boeing.
Desde que salió de la fábrica, el entonces N787ZA fue un avión “especial”, pues la aeronave era parte de la “flota de pruebas” del modelo 787 Dreamliner, allá por el año 2000. Como tal, este tipo de aviones son sometidos a extenuantes pruebas, y el avión ahora presidencial no fue la excepción. Fue sometido a tal rigor desde octubre del año 2009. Agréguele usted que es un ejemplar “atípico”, pues al día de hoy no se cuentan con refacciones ya que es un modelo único, y no fabricado en serie, como sí los son otros aviones, como los de Aeroméxico, por ejemplo.
Un dato curioso, que no por ello deja de ser importante e ilustrativo: cuando llegó el avión al país, Peña Nieto solicitó un estudio a la consultora aeronáutica británica Ascend, que entre otras cosas recomendó la posibilidad de “explorar la opción de vender la aeronave” ya que el estudio arrojaba que al haber sido un equipo de pruebas afectaba seriamente su valor, así como la posibilidad de venderlo en un futuro.
El TP-01 tuvo solamente 5 “hermanitos”, y a ustedes amables lectores le interesará saber dónde están y “a qué se dedican”. Pues bien, ninguno de ellos vuela. Tres de ellos fueron enviados a museos y exhibiciones, y Boeing reconoció que “no tenían valor comercial” por “la cantidad excesiva de trabajo y las modificaciones únicas y extensas”, como reportó Airways Magazine.
Los otros dos equipos de prueba fueron a parar, en 2016, a un deshuesadero de aviones de la propia Boeing, y el costo fue completamente absorbido por ellos. El más pequeño de los seis, un avioncito lindo y cortés, fue adquirido por la presidencia de Felipe Calderón.
Con estos datos comprobables, sostengo que Calderón supo desde el principio que estaba comprando chatarra. La consultora aeronáutica británica Ascend estimó que el valor de mercado de una aeronave Dreamliner, ya fabricada en serie (no prototipo) y totalmente nueva, saliendo de la fábrica, costaba entre 158 y 174 millones de dólares. Felipe de Jesús adquirió el avión por 218 millones de dólares. Así como lo lee, pagó 44 millones de dólares más por un avión usado, sometido a pruebas de resistencia desgastantes y cuyas refacciones jamás se fabricaron.
La Boeing utilizó seis aviones prototipo para más adelante poder fabricar en serie los equipos 787 Dreamliner. De los seis, el único que está “en funciones” -por decirlo de una manera elegante- es el avión que Peña Nieto dejó en el Hángar Presidencial antes de irse a vivir al extranjero. El resto de los prototipos no vuela. Y es imperante repetir que la razón es que al ser aviones de prueba sufren tal desgaste que los vuelve equipos inservibles para su uso.
Mis preguntas son serias, ¿será posible que Felipe Calderón, aficionado al automovilismo no sepa que los carros de carrera prototipos no corren en los grandes premios, sino que son desechados al construirse el modelo de automóvil definitivo? Tal vez lo supo, pero no le importó pagar un sobre precio de casi 50 millones de dólares, al fin que eran con cargo al erario público.
¿Por qué Calderón adquirió un avión que resultaba peligroso para volar?, ¿por qué compró un avión “defectuoso” si había perdido a su mejor amigo y consejero, Juan Camilo Mouriño, en un accidente aéreo? Yo no creo que ignorara la clase de avión que estaba comprando.
Antes de que se rasguen las vestiduras todos aquellos que hoy sufren desconsolados porque el avión presidencial no vuela, ¿qué dirían si al volar se accidentara?, ¿sí están conscientes del peligro que ese avión representa?, un avión que de antemano la presidencia de Peña Nieto investigó y se percató que sería difícil de vender, por ser un equipo de prueba.
Ahora salen diversas voces a decir que es culpa de Andrés Manuel, pues ya se “echó a perder” el avión por no volar en él. Ese avión no debería de volver a surcar los cielos. No es casualidad, ni mucho menos algo sorprendente, indignante o inesperado que al realizar la SEDENA una licitación, esta se haya declarado “desierta”. No hay quien pueda darle mantenimiento si varias de sus refacciones ni siquiera existen.
Tal vez podemos culpar a la Boeing de negligente al vender un equipo “chatarra”, pero nadie puede disculpar la falta de una investigación más a fondo del avión que iba a adquirir la Presidencia de la República. En esa transacción participó mucha gente.
Debemos tomar en cuenta que la armadora Boeing ha tenido varios problemas con varios modelos de sus aviones, tal como los Boeing 737 MAX, que tuvieron que ponerlos a todos en tierra hasta no arreglar una falla de fabricación, la cual ocasionó dos accidentes fatales.
Y en junio del año pasado la armadora tuvo un nuevo revés, pues el modelo 787 Dreamliner presentó fallas en el fuselaje. La Agencia Federal de Aviación de los Estados Unidos (FAA) ha criticado algunas prácticas de seguridad de Boeing en los últimos años, imponiéndole una multa de 6,6 millones de dólares. El próximo equipo que están por lanzar es el 777X, y la FAA ya sentenció que no será hasta mediados o fines del 2023 que certifique esta nueva aeronave, derivado de los desaguisados que han tenido con el 737MAX y ahora el 787 Dreamliner. Y todo causado por la competencia que mantiene con la francesa Airbus, por colocar sus respectivos equipos en las diferentes aerolíneas del mundo.
Con toda esta información, ¿queda claro por qué nadie quiere entrarle al mantenimiento del TP01?, ¿cuándo va a pagar Calderón por esta compra desaseada?, ¿cuándo darán la cara los diputados y senadores que aprobaron esta monstruosidad?, ¿por qué tenemos los mexicanos que pagar estas pifias? No es la primera vez -ni será la última, estoy segura- que le pido directamente al Presidente Andrés Manuel López Obrador que corte de tajo esta cadena de interminables errores. Sí, a las arcas del país le hacen mucha falta todo ese dinero que costó el avión, nadie lo duda. Pero más allá de la raja política que pueda sacar con epítetos como “faraónico”, de “súper lujo”, “que no lo tiene ni Obama”, se tiene que pensar en la seguridad, y en las vidas humanas.