Ya se acerca el 14 de febrero, Día del Amor y La Amistad, y ni por eso se le ve más amoroso al presidente.
Cada día más enojado, cada día más alejado de los discursos cargados de palabras de amor, de fraternidad, de paz y de perdón. Cada día se le ve más furibundo, más frustrado. ¿A quién o a quiénes realmente ama el señor presidente? Para empezar, que me perdonen los que lo adoran y admiran, pero no me imagino al señor queriendo a nadie más allá de su círculo cercano.
A sus hijos y a su esposa, sí, dicen quienes lo conocen. Lo creo, pero AMLO desde la tribuna mañanera transmite otra cosa: que él es un hombre poco cariñoso y fraterno, alguien que no entienda verdaderamente el lenguaje del amor.
Me queda claro, sí, que se ama a sí mismo, y que “ama” al pueblo. Felicidades por lo primero, y que como dijo Oscar Wilde, el amor a uno mismo siempre es un largo romance: dura toda la vida. Lo otro, lo de “amar” al pueblo en vez de describirlo como alguien magnánimo, lo deshumaniza: entre amar a todos y no amar a nadie solo hay un paso.
¿Ama el presidente a algún amigo? No lo sé, me lo he llegado a cuestionar. Supongo que los amigos que él tiene en estima son a quienes ha metido a trabajar con él. No importando si sean o no capaces, pero sí cuates. Pero, la pregunta es: ¿realmente los querrá? Como por ejemplo, para hacerles una llamada para saber cómo están, escucharlos en sus tristezas, alegrarlos en sus momentos difíciles. Perdón, pero tampoco me lo imagino haciéndolo.
¿Amará verdaderamente a sus hijos? Sí, no puedo ni debo dudarlo. Intentó alguna vez que el joven Jesús saliera en sus videos cotidianos comiendo y paseando con él, pero esto no fue una buena idea: al joven se le veía incómodo, taciturno, ausente, rebelde con su padre, pues; como cualquier muchacho de su edad. Y el presidente pues nomás no logró sacarle una sonrisa o expresar alguna palabra amorosa hacia el menor. Desaprovechó una oportunidad de mostrar que en su intimidad es un padre cariñoso, que debe serlo, como afirman quienes lo han tratado.
Con Beatriz pues nada espectacular, y se agradece. No necesitamos más exhibiciones de amor obsesivo o de plano falso como las de Vicente Fox y su señora Marta, quienes se besuqueaban de más en cuanto veían camarógrafos o fotógrafos. Está bien, es lo políticamente sano, que el trato entre Beatriz y Andrés Manuel sea amable, de cómplices, de cuates, pero no amoroso en exceso: en público hay que saber guardar distancias. Los príncipes fingen amarse mucho, ¿es sano? Hasta Enrique fingió amar a Angélica y ella a él —termino en feo distanciamiento, ni hablar—; pero ahora, el presidente López Obrador y la señora Gutiérrez Müller son como cuates de pupitre. Se ríen y chacotean y nada más. Dejémoos a la especulación si eso del amor ya se les pasó o les parezca cursi o anticuado y este 14 de febrero a lo mucho le dedique en la mañanera una canción de Manzanero o una de protesta de Serrat o cubana, pero ojalá no ocurra, ojalá no: no estamos para esas cosas. Dejemos el amor fuera de los protocolos o los códigos políticos.
Más allá de la forma en la que el presidente ame a otros, el hecho es que se ama a sí mismo y de ahí su enojo, sobre todo con la prensa que ataca a la persona que él más quiere: el propio AMLO. Pero vaya, no es personal, presidente: es que han salido cosas a la luz que le pegan y desde luego le duele que se sepan, no lo tome como una afrenta, como que ya le declararon la guerra. Pero sí lo toma como agresiones mortales. Entonces anda muy enojado. Casi siempre. En todas las mañaneras trata de atacar a alguien implacable y repetidamente. Pero es raro oírle decir que “aprecia a alguien profundamente”. ¿Lo han notado?
Sí que lo noté muy triste con la muerte de Alberto Baillères. Esa muerte parecía haberle dolido mucho, mucho más que las muertes de la Línea 12 del Metro, mucho más que las miles de muertes por el Covid. Tal vez a él sí lo quería. Tal vez… Sí, lo apreciaba porque era un rival leal: contrario a su proyecto pero sin atacarlo directamente.
Me preocupa pensar que solo así quiera realmente a las personas: solo a las que, estén a su favor o en su contra, se comporten dentro de los códigos de lealtad que el presidente establezca. Siendo presidente de una nación cuando no sientes amor incluso por quienes expresan su descontento fuertemente, nunca podrás hacer nada por tu país.
Ahí lo dejo para la reflexión esperando que en este próximo 14 de febrero surjan en el presidente la ternura y el amor.
Claudia Santillana en Twitter: @panaclo