La antítesis lópez-obradorista contra-neoliberal y sus propias contradicciones comienzan a encontrar respuestas que en la lógica dialéctica del cambio profundo de las estructuras sociales deberán decantarse en una síntesis en la que se destilen lo mejor de las dos tesis.
Eso significa que el Frente Amplio por México (FAM), a través de Xóchitl Gálvez, está oponiendo al discurso de la coalición gubernamental predominante ciertos conceptos y argumentos tendentes a desautorizar su estrategia prometiendo superarla.
Solo por ejemplificar, esa dialéctica se observa en la hábil forma en que se opone “destrucción” a “transformación”, “inclusión” a “nueva exclusión”, “oportunidad perdida” a “cambio de lado de la esperanza”, o “indígena mujer liberal-social-popular” a “una nueva tecnocracia populista cerrada a la ciudadanía”.
Así mismo, tal dinámica aparece en la dualidad opuesta entre “reconciliación” vs “polarización”, “reconocimiento de errores del pasado neoliberal” vs “obcecación y peores errores de AMLO”, o bien, “nueva confianza” vs “inseguridad agravada” y presuntamente generada por este último.
Más todavía, se contrapone “salvación de la democracia” a su “asedio y destrucción”, tanto debido a supuestas vulneraciones de AMLO al INE, los órganos autónomos o la división de poderes, en particular al poder judicial.
En el mismo sentido van las primeras propuestas sociales que transmiten el mensaje de que se reivindicará aún más y mejor a las clases vulneradas o vulnerables, a través, ilustrativamente, de las pensiones para adultos de 60 años en pobreza extrema, o bien, no “privatizar” sino “modernizar” Pemex.
El discurso frentista de eliminar lo peor y reivindicar lo mejor de las estrategias y políticas del pasado neoliberal y el presente populista, a la vez que agregar innovaciones creativas resulta en sí mismo ecléctico, sintético y pretende ser persuasivo.
En últimos días, dados los ataques y contraataques entre los principales actores políticos, el posicionamiento en la percepción pública de ese discurso de Galvez se ha desdibujado.
Ahora bien, en una primera expresión abarcante y reveladora, Claudia Sheinbaum planteó su principal objetivo: construir el estado de bienestar.
Habrá que esperar para ver cómo se pretende recorrer ese camino y comenzar a identificar las convergencias y divergencias entre las rutas del porvenir, por desgracia manchadas de sangre en virtud de la violencia criminal y sus implicaciones políticas.
Desde mi lectura, la dialéctica de las transformaciones históricas: la de la Independencia autonomista de 1810-1824 frente a las reformas borbónicas y la persistencia imperial, la Reforma liberal de 1855-1874 ante la resiliencia corporativa eclesiástica, o bien, la revolución política y social 1910-1929 en respuesta al autoritarismo y exclusión porfiriana, siempre ha sido así: ecléctica, sintética y con impulso emancipador de las masas depauperadas, luego estabilizadas por las fuerzas contrapuestas.
Según puede advertirse, se trata de procesos que se prolongan más allá de una década.
En nuestro tiempo, en el horizonte de la Cuarta Transformación, aproximadamente de 2018 a 2030 (cuando Morena podría ceder a una nueva alternancia), se dibuja algo parecido a un estado constitucional, democrático, social, liberal, popular e intercultural de Derecho.
Desde luego, si el proceso transformador se descuida o se desbarranca, lo preocupante sería la aparición de fenómenos que advierten en algunos pasajes de la propia historia del país, por ejemplo, los excesos del santanismo frente a la Independencia o la reacción de la Cristiada ante la Revolución, o bien, de otras experiencias nacionales: Ecuador anti-Correa o Bolivia anti-Evo en años recientes. Es decir, la emergencia de cualquier extremo radical, ya sea de izquierda o derecha.