“El reloj, y no por cierto la máquina a vapor, es la máquina clave de la época industrial moderna”. Lo dijo Lewis Mumford en su gran obra de 1934 Técnica y civilización. Pero, me escribe un amigo, ese no es el origen de la obsesión actual por los relojes caros. Una obsesión muy masculina que afecta sobre todo a los políticos, de todo el mundo desde luego, pero más a los mexicanos.

Es otro el origen de lo que se ha llamado tictacolismo, tictacpatía, tictacdicción o CROC, Compra de Relojes Obsesivo Compulsiva —son expresiones de Manolo Ramón, quien escribe en el sitio Sobrerelojes.com—.

Según la persona que me escribió la obsesión por los relojes mucho muy caros —reitero, obsesión muy masculina, muy de políticos— podría relacionarse con el tamaño del pene. Lo demostró un estudio del departamento de psicología experimental de la University College London, ‘Penes pequeños y autos rápidos: evidencia de un vínculo psicológico’. La investigación puso el acento en los coches deportivos, que fascinan a quienes tienen pitos chicos. Pero la conclusión sin duda aplica a otras mercancías de lujo, ostentosas, con precios elevadísimos; sí, como los relojes Rolex, Patek Philippe, Richard Mille, Cartier, Audermans Piguets, etcétera. No lo digo yo, sino los científicos británicos que realizaron tal descubrimiento. Aquí se puede consultar esa investigación: https://osf.io/preprints/psyarxiv/uy7ph

Desde hace un buen número de años, políticos de todo el mundo han presumido sus relojes caros, cuyas adquisiciones no pueden justificar con sus ingresos. La pregunta que me hago es la de por qué solo se ha intentado castigar a la presidenta de Perú, Dina Boluarte Zegarra, quien no ha podido explicar cómo adquirió tres Rolex. Supongo que por haberse atrevido a incursionar en una manía exclusiva de los machos entre los políticos más machos.

Arash Shahbakhshi publicó el año pasado un artículo sobre la obsesión por los relojes masculinos: “A menudo surge del deseo de mostrar sus logros al mundo. Así como un pavo real muestra sus vibrantes plumas para atraer a su pareja, un hombre puede usar un reloj de alta gama para señalar su éxito y atraer atención y admiración”.

El sexenio pasado, en el portal Sin Embargo, la psicóloga Blanca Esther Verdugo Aripes, del Instituto de Salud Mental de Nuevo León, subrayó que “la necesidad de mostrar estos objetos, junto con otras joyas, es una característica de las personalidades narcisistas, que en muchos casos tienen los políticos”. Y no solo los políticos mexicanos, pero con más vulgaridad los nuestros.

En algún sitio de internet he leído esta mañana un texto de Patrycia Centeno, “La obsesión de los políticos por los Rolex”. Ella recuerda algunos casos famosos:

  • El presidente francés Macron “hizo desaparecer bajo la mesa su Bell & Ross al caer en la cuenta que quizá tal accesorio no iba a ser su mejor complemento para convencer a los franceses de la necesidad de reformar las pensiones”.
  • “En EEUU, el Rolex en manos de un presidente es casi una tradición desde que John Kennedy fuera el primero en recibir un Day-Date”.
  • “Y aunque Obama se abstuvo; una vez ya apartado de la Casa Blanca se atrevió con un Cellini de oro blanco”.
  • Jair Bolsonaro ha intentado “vender un Rolex de diamantes saudí considerado un regalo de Estado”.
  • Fidel Castro también estaba obsesionado por los Rolex: “Hasta una joyería alemana empleó hace unos años una foto del líder revolucionario en su escaparate”.
  • El Che Guevara también tenía su Rolex.
  • El papa Juan Pablo II tenía Rolex Datejust dorado.
  • El Dalai Lama se sentía bien fifí con su Patek Philippe.

¿En México qué relojes caros presumen los políticos?

  • Samuel García, gobernador de Nuevo León, un Audermans Piguets Royal Oak de unos 3 millones de pesos.
  • Marcelo Ebrard, derrotado aspirante presidencial de Morena, un Rolex Submariner Date de alrededor de 500 mil pesos. Una baratija comparada con la joya de don Samuel.
  • Alberto Pérez Dayán, ministro de la SCJN, un Rolex que según AMLO costó 2 millones de pesos, pero que en realidad vale nomás 182 mil pesillos, o sea, una baba de perico.
  • El más obsesionado en la 4T por los relojes —un caso que será analizado seriamente en la siguiente investigación de la University College London— es el de Adán Augusto López. Este frustrado presidenciable tiene una fortuna en sus Patek Philippe Aquanaut5167A-001, Omega x Swatch MoonSwatch Mission to Saturn, A Lange and Söhne 1815 Annual Calendar, IWC Portofino Hand Wound Moon Phase, A. Lange and Söhne Grand Lange 1 Moon Phase Platinum y muchos otros.
  • En 2016, un general brigadier sentenciado a 15 años de prisión por vínculos con el Cártel de Sinaloa, Juan Manuel Barragán Espinosa, exigió la devolución de un Rolex Oyster Perpetual Submariner asegurado durante su captura. Costaba casi nada: unos 200 mil pesos.
  • El priista César Camacho lucía en sus tiempos de poder y gloria un Patek Phillippe 5960 de 600 mil pesos.
  • El exgobernador de Quintana Roo, Roberto Borge Angulo, portaba un Richard Mille de cinco millones de pesos.
  • El exgobernador de Coahuila Miguel Ángel Riquelme fue visto con Cartier Diver Calibre, bagatela de 150 mil pesos.
  • Miguel Yunes Linares, exgobernador de Veracruz, era otro que aparecía en público con su Richard Mille de precio millonario.
  • Alfonso Navarrete Prida, secretario del Trabajo del presidente Peña Nieto, denunció que le robaron en 2014 un reloj de 300 mil pesos.
  • El secretario de Medio Ambiente de EPN, Rafael Pacchiano Alamán, tenía su Rolex Submariner de 100 mil pesos.
  • Más modesto, a Miguel Ángel Osorio Chong se le ha visto con un Hublot de poquito menos de 100 mil pesos.
  • El exsecretario de la Defensa, general Salvador Cienfuegos, se sentía bien importante con su IWC.
  • El hoy asesor de Xóchitl Gálvez, Ildefonso Guajardo Villarreal, ha lucido un Montblanc de más de 800 mil pesos.

Si en la universidad británica mencionada quieren completar su investigación “Small Penises and Fast Cars: Evidence for a Psychological Link”, deberían venir a medir aquella cosa de los políticos mexicanos obsesionados con los relojes. En una de esas confirman sus conclusiones, o las refutan. Quién sabe. Lo único cierto es que deberían moderarse los machos que se dedican a la política: indigna a la mayoría de la gente que les dé por presumir que tienen un chingo de lana, tanta que les alcanza para los relojazos que acostumbran lucir en sus apariciones públicas.