Andrés Manuel López Obrador sigue comportándose como un proto fascista. Ahora, su maquinaria de propaganda se vuelca contra los estudiantes, aquellos que, según decía Violeta Parra, cuando hablan, rugen como los vientos. El presidente olvida lo que alguna vez aprendió de las voces de protesta: que los universitarios no temen ni a la policía ni al poder; son, en esencia, aves de libertades. Ellos, con su intelecto y valentía, representan un oxímoron frente a AMLO, quien encarna un poder ignorante y bruto, anquilosado en su propia retórica populista. Los estudiantes son el contraste, el desafío encarnado, los faros de intelecto que iluminan las tinieblas de la ignorancia institucionalizada.
En su afán por desacreditarlos, AMLO y su séquito han optado por reducir a los jóvenes a una caricatura, pintándolos como una masa manipulable y cretina, semejante a la feligresía obtusa que celebra cada una de sus ocurrencias y lambisconea sus disparates. No ven en ellos más que a simples marionetas de intereses oscuros, sin comprender que detrás de cada manifestación hay un grito genuino de hartazgo y un deseo irrefrenable de cambio. En contraste, la presidencia se ha convertido en un símbolo de estupidez y necedad, en una representación clara de cómo el poder, cuando no se sustenta en el conocimiento y la razón, puede convertirse en una fuerza destructiva y vacía.
No hay espacio para la duda: apoyar a los estudiantes es hoy más que nunca una necesidad imperiosa. Ellos simbolizan el futuro, la lucha y la inteligencia. Son la última línea de defensa ante un régimen que busca perpetuarse mediante la desinformación y el control absoluto. Marchar con ellos es caminar sobre las ruinas de lo que el lopezobradorismo ha demolido, es alzar la voz para evitar que continúe destruyendo el tejido democrático de nuestro país. Es también una forma de recordar que la indiferencia es cómplice de la tiranía, y que el silencio, lejos de ser neutral, favorece siempre al opresor.
La marcha estudiantil no es un simple acto de protesta; es un grito colectivo, un llamado a la acción contra la amenaza tangible de dinamitar nuestro Poder Judicial, el último vestigio republicano en un país donde, paulatinamente, se construye una autocracia. Este régimen despótico, mentiroso y pueril, pretende silenciar a quienes cuestionan su autoridad, a quienes buscan justicia y verdad. Pero las calles no se quedarán vacías. Serán tomadas por jueces y abogados, obreros y campesinos, ciudadanos de todas las edades y procedencias, y, sobre todo, por estudiantes. Porque la lucha no es solo por ellos, es por todos. Es por el derecho a una justicia que no se politice, por la verdad que debe prevalecer ante la mentira absoluta.
En estos tiempos, la amenaza de la autocracia no se presenta como un golpe de estado abierto, sino como un proceso paulatino de erosión de las instituciones, de manipulación de la verdad y de control del pensamiento crítico. Hoy, más que nunca, es fundamental unirse a esta causa. Marchar con los estudiantes es dar la batalla por la democracia y por la República, es rechazar el poder bruto e ignorante que intenta sofocar el rugido de los vientos. Porque en ese rugido residen nuestras esperanzas, nuestras luchas, y nuestro compromiso con un México donde la justicia y la libertad no sean más que un eco lejano, sino una realidad viva y palpable.
Los estudiantes representan no solo la juventud y el ímpetu del cambio, sino también la conciencia crítica que tanto se necesita en tiempos de incertidumbre. Ellos nos recuerdan que la indiferencia no es una opción, y que cada paso que damos junto a ellos es un paso hacia un México más justo, más libre, más nuestro. En sus manos está el porvenir de la nación, y en nuestra decisión de apoyarlos, el destino de nuestra democracia. La historia nos juzgará, no solo por lo que hacemos, sino por lo que dejamos de hacer. Por eso, mañana y siempre, hay que marchar con ellos.