En el siglo XX Theodore Roosevelt Jr. fue electo y se desempeñó como el vigésimo sexto presidente de los Estados Unidos de 1901 a 1908, antes, gobernador de Nueva York y vicepresidente, de sólido pensamiento conservador y formación militar-naval, historiador, naturalista y escritor (su primer libro fue “La Guerra Naval de 1812″, escrito en 1882, sobre la guerra angloestadounidense), nacido al seno de una familia acaudalada, líder del partido republicano y fundador de un efímero partido progresista en 1912, luego de la conclusión de su mandato presidencial. La guerra hispano-estadounidense por apropiarse de Cuba lo encuentra al frente del Departamento de la Armada en el ejército de los EUA, y se distingue como aguerrido combatiente y líder del pequeño regimiento conocido como Rough Riders que obtuvo una nominación para la Medalla de Honor que le fue entregada un siglo después en forma póstuma el año de 2001, durante el gobierno de otro republicano, George W. Bush, el de la invasión a Irak y Afganistán. Theodore Roosevelt profesaba la fe calvinista, y fue egresado de la Universidad de Harvard.

Se ha dicho, palabras más o menos, que era de “salud físicamente débil, pero de personalidad recia y exuberante”, sucedió en el poder al asesinado presidente William McKinley. A pesar de que ya tenía una fuerte presencia en el Partido Republicano, su ascenso al poder estuvo marcado por una tragedia política nacional. Intentó desarrollar acciones de gobierno contra los monopolios y la regulación normativa a los negocios. Sus gobiernos los denominó de “Square Deal” enfatizando que se proponía dar a cada ciudadano lo que justamente le correspondía. Sin embargo, su política internacional se caracterizó por el “Gran Garrote” (Big Stick): promovió la conclusión del Canal de Panamá para su operación por EUA, envió la así llamada Gran Flota Blanca a circunnavegar el mundo para demostrar el poder nacional, y negoció el final de la guerra ruso-japonesa, por lo que fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz.

Cabe destacar también, que Theodore Roosevelt instituyó lo que se conoció como el corolario a la doctrina del ex presidente James MonroeEl Destino Manifiesto” (famoso por su frase de “América para los americanos”), documento en el cual afirmaba que EUA debía intervenir incluso militarmente para defender sus intereses en cualquier parte del mundo, y que podía intervenir en asuntos de los países latinoamericanos si estos cometían faltas flagrantes o anomalías crónicas. Su lema en política exterior fue: “habla en voz baja y lleva un gran garrote; llegarás lejos”. El “gran garrote” era una metáfora para aludir al creciente poderío naval. Así el “Big Stick” se componía de: gran capacidad militar para influir en las respuestas diplomáticas de los adversarios; actuar sólo si se estaba preparado para hacerlo con fuerza, pero también con justicia hacia las naciones, y permitir siempre una salida decorosa para un adversario ante una derrota.

Su geopolítica regional priorizó la zona de El Caribe (Cuba y Puerto Rico) y su proyecto favorito fue el Canal de Panamá, que, entre otras cuestiones, permitía movimientos rápidos de la flota estadounidense, sus acorazados, hacia El Caribe, el Océano Pacífico (se había consumado ya la anexión de Hawái), lo mismo que a rutas atlánticas y europeas. En Puerto Rico creó una base naval vigilante para el propio Caribe y el Canal de Panamá, y promovió la conversión del primero en un Estado, sin incorporarlo plenamente a EUA, entre otros aspectos de peso, debido al creciente racismo de una gran parte de estadounidenses hacia los habitantes de la isla, aunque sí fijó altos aranceles a las mercancías provenientes de la propia isla. Su incorporación como estado de la Unión Americana vino después. El contexto histórico de su presidencia fue de ascenso hacia la hegemonía. Hoy es el inverso.

Para toda la información anterior, se usaron las distintas referencias que ofrece la página Wikipedia, especialmente lo escrito de Robert Murray, Edmund Morris, William Rosco y Khon Edward.

Las columnas más leídas de hoy

El conjunto de semejanzas entre Theodore Roosevelt y Donald Trump, son evidentes a pesar de más de un siglo de diferencia, lapso de tiempo dentro del cual muy distintos eventos han sucedido, tres fundamentales: la etapa de decadencia en que ha entrado la supremacía de los EUA, el fortalecimiento inusitado de las potencias asiáticas emergentes como China y la Federación de Rusia, sobre todo, y a partir de ambas condicionantes históricas, y otros más como el empoderamiento del crimen trasnacional organizado y sus graves estragos en la sociedad estadounidense, está, la evolución del pensamiento conservador que en distintos aspectos es neoconservador, es como se dijo en aquella época, un “nuevo nacionalismo racista”, revestido de “big stick”, y de ideología de supremacía blanca.

Es fundamental entender y destacar que el “supremacismo blanco”, no es solamente un postulado político-social o étnico, sino es una ideología con distintos cuerpos conceptuales que pretende tener uno de sus fundamentos centrales en el llamado “racismo científico”, y decimos un cuerpo ideológico, porque no sólo postula el dominio indiscutido en las distintas sociedades nacionales de la superioridad de la raza de piel blanca, sino que configura una concepción general para perpetuar el dominio social, étnico, político, cultural, histórico, institucional y jurídico, es decir, concretado en un conjunto de estructuras jurídicas que dan cuerpo a un sistema de dominio político-social, cultural y económico.

Tal ideología es renacentista en el sentido de que el postulado de la supremacía de la gente de piel blanca en EUA fue dominante luego de la Guerra de Secesión y persistió en la etapa llamada “Era de la Reconstrucción”. Antes incluyó la opresión social y política sobre la población afrodescendiente que alcanzó la cifra de más de cuatro millones de esclavos presentes en 15 estados, a quienes no les concedían ningún tipo de derecho y que incluía a los gobernantes de los mismos dentro de una organizada macro red de esclavos que partía de África, dicha condición predominó incluso en las regiones de dominio indígena en las cuales, los esclavos fueron los últimos en ser liberados. El predominio racial de los anglosajones europeos del norte (a quienes se consideró una “subespecie humana superior de raza blanca”) ha sido muy señalado (aprobada y reconocida legalmente en 1940), al grado que la negación de los derechos constitucionales para las minorías, especialmente afroamericanas, latinas y asiáticas estuvo vigente hasta 1965.

De acuerdo con el sociólogo Stephen Klinberg la Ley de Inmigración y Nacionalidad de 1965 abrió el ingreso y la posibilidad de reconocer derechos en los EUA a inmigrantes que no fueran grupos germánicos (como los ancestros de Donald Trump) y tradicionales del norte de Europa, y el resultado fue un trastocamiento severo de la estructura demográfica en EUA, incluyendo la aceptación del matrimonio interracial. Hoy la gran preocupación y el enorme riesgo es que hacia mediados del siglo XXI la población de raza blanca sea la primera minoría étnica.

Entonces, la segregación y la superioridad blanca, fueron disminuyendo en términos de base social de apoyo, consignado en encuestas hacia la década de los años 90, en que se expresaban a través de un dígito solamente. Con la primera y la segunda administración de Donald Trump, en el contexto de nuevas circunstancias históricas del Estado de la Unión Americana, de la nación y la sociedad estadounidense, asistimos a una ola renacentista articulada a la tendencia mundial de rechazo a la inmigración desde distintos países, que no logran un lugar destacado ante el orden de la globalización económica, no son ganadores dentro de dicha estructura, y conforman abundantes estratos sociales en condiciones de alta vulnerabilidad que optan por la migración hacia las regiones de mayor riqueza significativa, como Europa Occidental y Norteamérica. Pero son rechazados hasta con violencia.

De México, Donald Trump desea que el gobierno actual bajo coerción económica, militarice sus fronteras y acepte una cierta y clara injerencia militar del ejército de EUA en nuestro país, bajo distintas modalidades, tomando como argumento estelar la presencia y macro fortaleza de las organizaciones del crimen trasnacional, que son armadas -ya lo reconoció el propio gobierno de EUA oficialmente- al 74% de sus capacidades por las armerías establecidas en EUA. El gran negocio de tales armerías estadounidenses, son quienes Donald Trump considera los acérrimos enemigos de la sociedad y la juventud de EUA, el crimen transnacional organizado. Evidentemente hay antinomias de fondo en el planteamiento del primer mandatario de los EUA. Severas incongruencias.

Meter a México en una dinámica de tintes militares con su poderoso vecino del norte (como la declaración de las organizaciones criminales como “organizaciones terroristas”), quiebra el proyecto de la 4T porque define nuevas prioridades y distrae enormes recursos a ello. No es aceptable. Al nivel de intensidad y amplitud con que se está atacando el problema en México desde el ajuste hecho a la estrategia seguida, en tres años podremos ver resultados tangibles. El esfuerzo es mayúsculo. México se estará situando a la vanguardia de la resistencia constructiva al nuevo “gran garrote” que pretende blandir el presidente Donald Trump, no nos tomará desnudos, pondremos sobre el terreno las distintas fortalezas y activos políticos, económicos y diplomáticos existentes. Estaremos a la vanguardia al “nuevo gran garrote” del gobierno de EUA. En México también el tiempo histórico cambió.