En la conferencia sobre seguridad realizada en Múnich en días pasados, frente a lo más granado de la clase política europea, el vicepresidente de los Estados Unidos, J.D. Vance, de quien se esperaba un discurso sobre las conversaciones entre Washington, Moscú, Kiev y Berlín, para poner fin a la guerra en Ucrania, inopinadamente dedicó su discurso a hacer una acre crítica a las democracias europeas a las que en diversas ocasiones señaló como instrumentadoras de políticas lesivas contra sus propias sociedades, alejándose, tanto de los principios democráticos, como de los valores occidentales y cristianos que alguna vez fueron el eje aglutinador del occidente.

Al terminar el discurso, figuras notorias como el ministro de defensa alemán Boris Pistorius, calificaron como no aceptable el discurso del vicepresidente; no sólo porque Vance (tangencial pero contundentemente) señaló que Europa debía defenderse a sí misma incrementando de manera importante su gasto en defensa, sino sobre todo, porque el discurso de Vance -alineado con el del presidente Trump- se coloca en las antípodas de la “asfixiante corrección política” que caracterizó la administración Biden y justificó cuestionables decisiones que llevaron al mundo entero al borde de la guerra nuclear, Vance, en modo sencillo, contundente y claro, llamó al pan, pan, y al vino, vino.

Afirmó en este contexto el vicepresidente norteamericano, que la característica medular de una democracia consiste en seguir la voluntad popular y no en tratar de imponer desde la cúpula con toda clase de medidas represivas como elemento de convicción, un credo ideológico que las élites califican de políticamente correcto, pero que los ciudadanos medios en occidente rechazan por considerarlo en primer lugar ilógico y, en segundo término, como una cortina de humo tendiente a ocultar oscuras intenciones que amordazan, imponen y definen los nuevos valores de la cuestionable cultura woke y, peor aún, de un estado orwelliano que empieza a dar sentencias sobre “crímenes de conciencia”, o mucho más grave aún, son capaces de (con medidas jurídicas), descalificar la voluntad popular como en el caso de Rumania, en el que la cúpula europea echó abajo las elecciones generales por considerar políticamente inadecuado al ganador mayoritario.

La pesadilla de la dictadura de los ineptos y los corruptos parece estar llegando a su fin en occidente y es sustituida por el gobierno de la lógica, la claridad y la contundencia. Se demuestra que a una oligarquía absolutamente alejada del sentir de sus sociedades, que busca que estas se reduzcan, sustituyan sus valores, cedan en todo frente a impulsos civilizatorios opuestos como el islam, estaba instalada sobre el poder y el dinero pero, como gigante de barro, no calculó la fuerza moral del conglomerado humano más rico y comprometido que es el ciudadano norteamericano medio que, con su rebelión a “lo correcto”, dio a Trump un mandato que éste replica desde su atalaya de guardián de occidente y lleva las cosas al reino de la lógica y la buena política.

Le propone a China y a Rusia que dejen de gastar en armas y privilegien el apoyo al libre comercio. Asume lo obvio pues sabe que el gran detonante de la economía mundial es el enorme poder adquisitivo del norteamericano medio y que ese poder adquisitivo viene del ahorro interno y los buenos salarios.

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El presidente Trump busca por todos los medios a su alcance (aranceles incluidos), que los buenos trabajos y los buenos salarios regresen a los Estados Unidos; que el occidente cristiano sienta orgullo de su pasado y confianza en su futuro si preserva su axiología originaria y su vocación de garante civilizatorio. No teme invocar la doctrina del destino manifiesto que coloca a su país y su gobierno como el impulsor responsable de la paz, el libre mercado y la democracia.

La vieja frase de “para hacer omelette hay que romper algunos huevos” parece aplicarse en los muy enriquecidos y corruptos dirigentes de las naciones occidentales que, dispuestos a mantenerse en el poder y a implantar a cualquier costo su agenda suicida, ahora tienen que re-ponderar su rol, o sufrir las consecuencias de la libertad.

Que la voluntad de los más se imponga, que la lógica como esquema de gobierno prevalezca y que el mundo se aleje de defensas de falsos valores polarizantes. Deus vult.