El actual Complejo Cultural Los Pinos fue la residencia oficial de trece presidentes de nuestro país.
Desde que llegó al poder el general Lázaro Cárdenas del Río en 1934 decidió vivir en la llamada residencia oficial de Los Pinos y no en el Castillo de Chapultepec, lugar emblemático e histórico, en cuyos pasillos se recuerda el paso de Maximiliano de Habsburgo y su esposa Carlota, quienes en 1863 llegaron a ese legendario sitio tras ser coronados como emperadores durante su efímero imperio mexicano, llamándolo Palacio Imperial de Chapultepec y Miravalle, en recuerdo a su anterior residencia en Italia, el Castillo de Miramar. El castillo de Chapultepec fue testigo del paso de varias personalidades históricas en nuestro país, como Porfirio Díaz, que usaba ese recinto para hacer lujosos festines, dignos de la realeza en ese México lleno de desigualdad e injusticias sociales.
No tenemos duda que los presidentes de tierras aztecas han gozado siempre de lujos excesivos. Opulencia que mata la decencia.
Desde que llegó Lázaro Cárdenas con su familia a Los Pinos, se acostumbró que en ese sitio vivieran todos sus sucesores, hasta el sexenio del priista Enrique Peña Nieto.
No sabemos por qué Cárdenas decidió mudarse a ese lugar conocido como “Rancho La Hormiga”, cuyo propietario fue José Miguel Pacheco, hombre acaudalado que usó ese espacio de 127,951 metros cuadrados como casa de descanso, el general pensó en su comodidad...
Trasladarse desde Los Pinos hasta el centro de la ciudad, donde se encuentra Palacio Nacional era sencillo, pues no se tenía que lidiar con el terrible tráfico que padecemos a diario los capitalinos. Qué delicia poder disfrutar de los árboles, de esa “ciudad de la brevedad inmensa, ciudad del sol detenido, ciudad de calcinaciones largas”, dijera Carlos Fuentes en La Región más Transparente.
Los presidentes que habitaron la residencia oficial de Los Pinos después de Cárdenas del Río fueron Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán Valdés, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo Ponce de León, Vicente Fox Quesada, Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto. Trece a la mesa, dijeran los cabalistas. Número mágico que López Obrador decidió romper al trasladarse junto con su esposa Beatriz y su hijo Jesús Ernesto a Palacio Nacional. Muchos lo criticaron, pero igual lo hubieran hecho si se quedaba en Los Pinos, donde muchos de los llamados neoliberales vieron sus noches y sus días pasar.
El presidente en funciones vive en ese lugar también por comodidad: se evita recorrer la ciudad de madrugada para llegar a su reunión con el gabinete de seguridad, que sesiona todos los días a las seis de la mañana, para después ofrecer la conferencia mañanera.
No hay suntuosidad en el presidente Andrés Manuel. Tampoco la hay en la virtual presidenta electa, Claudia Sheinbaum, quien por cierto, no ha confirmado dónde vivirá a partir del 1 de octubre, fecha en que asuma el cargo.
Llamó mucho la atención la encuesta ClaudiaMetrics, que se publica aquí en SDP Noticias y que nos da cuenta día con día sobre los niveles de aprobación, o en su caso desaprobación, que tiene entre la población la primera mujer presidenta de México.
En su artículo publicado ayer martes, basándose en ese ejercicio demoscópico, el señor Federico Arreola escribió sobre la forma de vida de Claudia Sheinbaum, quien paga renta como millones de mexicanos, es decir, no tiene casa propia.
No es como la mayoría de los políticos, cuyas propiedades se cuentan como racimos de uvas.
Ese nivel de vida, tan similar a la mayoría de nosotros, la hace más cercana, más “de carne y hueso”, lo que se traduce en aprobación por la sociedad.
Coincido el señor Arreola que esa cualidad de Claudia, junto a muchas otras, como su preparación académica, la hace diferente a los demás presidentes, que vivían para amasar fortunas.
Si con Andrés Manuel el mito se rompió y el presidente dejó de ser un político acaudalado para fijarse como meta apoyar a la población, con Claudia esa tradición seguramente continuará.
No me imagino a la doctora Sheinbaum junto a su esposo viviendo en los 127,951 metros cuadrados del recinto cultural Los Pinos, pero tampoco creo que esté convencida de vivir en Palacio Nacional.
Una mujer como ella, intelectual, académica, científica y humanista pensará en habitar un lugar cómodo y rodeada de privacidad.
En realidad no sabemos cuáles sean sus planes, pero cualquier decisión en ese sentido no creo que sea tan relevante.
Qué bueno que hoy podamos hablar que el poder quedará en manos de una mujer sencilla y que ha trabajado con honestidad sin tener la mirada fija en obtener privilegios.
No cabe duda, son tiempos de cambio.