Me llama la atención los paralelismos entre las dos candidatas a la presidencia de la república. Lo primero es que se trata de dos mujeres que harán historia. Hoy en día, la sucesión presidencial se puede anticipar como un hecho histórico, pues el acontecimiento será encabezado por una mujer. Por primera vez en México, el ejecutivo federal tendrá como titular a una mujer.
Pero quizás el paralelismo más notorio e interesante se manifiesta en los lastres que cargan ambas candidatas.
Por un lado, a la candidata opositora, Xóchitl Gálvez, le estorban tres hombres: los dirigentes nacionales de los partidos políticos que la postulan. Aunque pareciera que las sílabas de dichos partidos pudiesen significar un escollo; sin embargo, la negatividad en torno a la partidocracia es resultado de las conductas humanas. Los partidos por sí mismos son consecuencia de consensos, ilusiones, ideas y buenas intenciones, que con el paso del tiempo las personas pervierten y convierten en vehículos para alcanzar ambiciones personales.
Por su parte, a la oficialista, Claudia Sheinbaum, otro hombre le representa una carga: Andrés Manuel López Obrador, quien en su vocación tiránica y su incipiente demencia ha llegado a humillar a la candidata para demostrarle a su feligresía y a la ciudadanía en general que quien manda es él, el presidente de México y líder indiscutible del movimiento.
Esto quiere decir que la falocracia insiste en materializar un obstáculo a la inminente y mayor de las reivindicaciones feministas en el país. No puede entenderse de otra forma, sino de una emancipación cuasi apoteótica que el movimiento feminista haya trascendido y vencido de tal forma que acabará por colocar a una mujer en el cargo de mayor poder político en México. El machismo agoniza. Pero en su última tribulación sigue arrojando golpes.
A causa de lo dicho, he sostenido que, si cualquiera de las dos candidatas, una vez asumido el cargo de presidente, permitiera que un hombre, cualquiera quiera que fuera, pretendiera gobernar a través de ellas, estaría traicionando al feminismo y acabaría por ser cómplice de la mayor de las simulaciones y farsas de la historia política nacional.
Es imperativo que tanto Xóchitl como Claudia tengan lista una agenda que sea ajena a los caprichos de los hombres que se escudan detrás de sus candidaturas; que, en un despliegue de terquedad e insolencia, se ostentan como los arquitectos o responsables de que la próxima presidente de México será mujer.
Hoy hay quienes envilecen la campaña presidencial de Sheinbaum alegando que quienes la voten estarán votando realmente por AMLO.
Y otros que aseguran que Gálvez Ruiz es candidata solamente porque el tabasqueño así lo quiso.
Si estas hipótesis son ciertas o no, a nadie debería importarle. Porque lo que es indiscutible es que una de estas dos mujeres acabará siendo presidente. Y lo primero que deberán hacer una vez que sean electas como tal, es empezar por sacudirse y despojarse de cualquier vestigio de rémora machista y de la masculinidad tóxica que durante todas las campañas presidenciales les fastidiaron sus empresas.