A lo largo de la más reciente década han avanzado en México los estudios de epistemología jurídica y hermenéutica.
La epistemología equivale a la teoría del conocimiento o la disciplina que nos permite indagar cómo sabemos que estamos seguros de conocer algo.
La hermenéutica es la ciencia filosófica y práctica de la interpretación o asignación de significados, y la argumentación o justificación, desde luego aplicable a lo jurídico.
En esta esfera, naturalmente que el concepto y significado dependerá del enfoque, los métodos y el lenguaje que se utilicen para conocerlo. Otro tanto pasa con las nociones de democracia y constitución.
En esos términos, en Mexico a la vista tenemos un debate fuerte sobre lo jurídico, lo político, democracia y constitución. Lo que parece una conversación entre sordos, en rigor corresponde a que los conceptos y sus contenidos no son comparables. Paradójicamente, los dos tienen razón y los dos no la tienen. Son y no son justificables dependiendo del modelo epistémico y la hermenéutica que se use.
De un lado, quienes observan lo jurídico y la constitución como un ámbito no político y a la democracia como un conjunto de reglas procedimentales para obtener la mayoría ciudadana con respeto a las minorías, en un entorno armónico, considera que el presidente López Obrador y Morena están demoliendo las instituciones que le dan sustento.
Ese discurso tiene varias implicaciones, por ejemplo, que la 4T busca anular la división de poderes o que tiende a establecer una autocracia constitucional en detrimento de los derechos fundamentales (individuales) de las personas, en todo lo cual, se dice, habíamos avanzado a lo largo de transición democrática por lo menos desde 1994 en adelante. En particular, se señala a la reforma judicial como el mazo que derrumba el pilar clave de la independencia judicial, la cual, a su vez, es base del pluralismo, la democracia y los derechos.
Del otro lado, quienes miran a lo jurídico y la constitución como parte de lo político o de la arena de la lucha por el poder o la dominación, y a la democracia en términos del poder del pueblo ejercido sin intermediarios y para su propio beneficio, estiman lo contrario.
Estos últimos creen que lo que se está desestructurando en todo caso es una forma de entender lo jurídico, constitucional y democrático que en realidad opera en contra de la mayoría popular a la que ha mantenido postrada a lo largo de la transición.
A cambio, este discurso defiende que se está cimentando y reedificando una auténtica democracia, la cual transfiere poder de participación y decisión a la ciudadanía que debe asumir que el goce de sus derechos es parte del ejercicio del poder y que el Derecho debe servir en su mesa y no en la de las élites o la nueva burguesía.
Vista así la trama política en curso, no hay diálogo posible pues los presupuestos teóricos están radicalmente opuestos.
Aunque aquí he argumentado que el modelo popular de pensar el Derecho y el Poder sí forma parte del paradigma liberal, así sea en su extremo izquierdo o derecho, hay que admitir que algunas de sus soluciones, por ejemplo, la reforma judicial 2024 es fuertemente disruptiva frente a la matriz convencional de la constitución democrática y la democracia representativa en tanto tradiciones heredadas. Empero, ello no la torna injustificable o impertinente.
Dado que el relevo de un modelo por otro implica un recambio de elites políticas, jurídicas e intelectuales, la discusión se convierte en lucha que abona a la polarización mediante argumentos y subargumentos, muchos de ellos incomparables.
Lo que se observa es que la Epistemología constitucional popular está poco a poco desplazando en la acción a la poderosa y mediáticamente dominante visión de la epistemología y hermenéutica constitucional liberal y hasta socialdemócrata.
Lo está haciendo a partir de una acción colectiva tanto voluntaria como inducida en la psicología social ciudadana mayoritaria y se enfrenta, según lo ha hecho cada vez que ha tenido una oportunidad de emanciparse del modelo impuesto por las clases y grupos que la subordinan, al reto de conducir su rebelión con máxima ética de la responsabilidad, lo que implica un balance entre principios y eficacia.
Por el bien de todos, y bajo nuestra corresponsabilidad, opositores o no, liberales, socialdemócratas o populares, será mejor que así sea.