Hay seudónimos célebres con toda justicia.
No los utilizan personas anónimas —es decir, de quienes nada se sabe—, sino gente de talento que, por distintas razones, firmaba o firma con un nombre falso.
No es muy conocido François-Marie Arouet; en cambio, inclusive en sectores no literarios o filosóficos goza de alta popularidad su alias, Voltaire.
¿Que alias y seudónimo no son lo mismo? Seguramente no, pero me justifica haber igualado tales términos una versión, entre tantas ,sobre el origen de Voltaire: que el brillante escritor decidió firmar de esa manera porque de niño lo apodaban Petit Volontaire.
Pablo Neruda —nombre falso— también es más conocido que Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto.
Es el caso de Mark Twain, cuyo nombre real era Samuel Langhorne Clemens.
Ahora el Duque Job no es muy famoso —la fama la tiene Manuel Gutiérrez Nájera—, pero ese seudónimo fue bastante usado en su tiempo para referirse al poeta.
José Joaquín Fernández Lizardi firmaba con el pretencioso nombre falso de El Pensador mexicano.
En tales casos no se recurría a seudónimos para engañar a nadie. Se hacía por otras razones, desde timidad hasta pena por tener nombres feos.
Seudónimos periodísticos
En el periodismo mexicano actual hay algunos seudónimos con los que de ninguna manera se pretende dar, al o a la lectora, gato por liebre: es decir, nadie dedicaría el menor esfuerzo para encontrar una biografía de Fray Bartolomé, autor de la columna Templo Mayor de Reforma: no existe tal personaje, es solo el nombre falso de la dirección editorial del periódico de la familia Junco.
En El Heraldo de México, Sacapuntas es el seudónimo de sus editores.
En El Norte, de Monterrey, M.A. Kiavelo es la dirección periodística.
Hay columnistas con doble seudónimo: El Abogado del Pueblo y Manuel J. Jáuregui son los nombres falsos con los que firma sus columnas —el primero lo utiliza en El Norte y el segundo en Reforma— el señor Rodolfo Junco de la Vega, vicepresidente del consejo de tales diarios.
Salvador Novo tenía dos seudónimos para sus escritos periodísticos, pero en distintos diarios: con Cronos firmaba en Novedades, y con Yancuiquemones en El Sol de México.
Aunque no escribe artículos, Brozo es el nombre falso de Víctor Trujillo.
No hay engaño en los seudónimos anteriores, claro que no: sabemos lectores y lectoras quiénes están o estaban detrás de sus escritos.
En lo que respecta a las columnas firmadas por seudónimos no identificados (Templo Mayor, M.A.Kiavelo, Sacapuntas), claramente equivalen a los editoriales de los diarios que las publican, Reforma, El Norte y El Heraldo de México, respectivamente. Es decir, si hay algún problema con sus contenidos, la responsabilidad la tienen la dirección y la propiedad del medio.
El seudónimo que calumnia en El Financiero
No es el caso de Alejo Sánchez Cano, de El Financiero. Se trata sin duda de un nombre falso, pero ¿de quién?
Esa pregunta debe ser respondida ahora mismo. No tendría sentido esperar siglos para descubrir el nombre verdadero del misterioso autor o de la enigmática escritora.
Digo, no estamos hablando de una obra maestra como el Lazarillo de Tormes, difundida anónimamente en el siglo XVI y cuya autoría se ha atribuido a fray Juan de Ortega, Diego Hurtado de Mendoza, Alfonso de Valdés, Sebastián de Horozco, Pedro de Rúa, Hernán Núñez o Lope de Rueda.
Recientemente supimos, por la paleógrafa Mercedes Agulló, que el autor de La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades fue Diego Hurtado de Mendoza, quien por alguna razón no firmó la novela.
Las columnas de Alejo Sánchez Cano no dan para tanto; no estará en el interés de la paleontografía futura. ¿Por qué, entonces, es importante saber quién está detrás de este pseudónimo? Por la irresponsabilidad enorme con la que escribe en un periódico sin duda influyente.
Este lunes Alejo Sánchez Cano dijo que el presidente López Obrador, “enfermo, debe renunciar”. Mal diagnóstico, ya que en la mañanera de hoy a Andrés Manuel se le vio bastante sano y fuerte.
El columnista de El Financiero se fue bastante más lejos al subrayar que, en su opinión, AMLO “tiene manifestaciones sicológicas que podrían estar mermando sus facultades mentales”. Vaya comentario miserable.
La psiquiatrización con ganas de insultar y difamar es el peor vicio del periodismo.
Conozco al presidente López Obrador. dos hechos de su personalidad son evidentes para cualquier persona que hable con él: (i) su envidiable estabilidad emocional —nada lo saca de quicio, y vaya que a ningún gobernante se le había atacado tanto— y (ii) su sobresaliente capacidad de análisis.
Tiene Andrés Manuel, sí, problemas cardiacos desde 2013, y los atiende; ha recibido los tratamientos adecuados de parte de médicos mexicanos de primer nivel, y está en plena forma.
El presidente López Obrador no ha ocultado nunca su estado de salud, así que ni siquiera cabe el señalamiento de falta de transparencia en temas tan delicados.
Lo que sea, el hecho es que un seudónimo de El Financiero ha calumniado al presidente de México e inclusive ha exigido su renuncia. Lamentable coincidencia con sectores golpistas de la extrema derecha mexicana.
Como no sabemos quién es el redactor de tales disparates ni la intención con la que se publicaron, entonces solo queda atribuir la responsabilidad de esa columna al director editorial del diario, Enrique Quintana, y al propietario del negocio, Manuel Arroyo.
¿Sería mucho pedir que empezaran a actuar con sensatez —al menos con un mínimo de seriedad— de ahora en adelante?