Es muy mañoso Marcelo Ebrard, muy grillo. Experiencia en la politiquería le sobra y, como el alacrán, su naturaleza le obliga a buscar siempre cómo eliminar rivales. Está obsesionado con llegar a la presidencia de México.

Ebrard hizo berrinche, pataleta enorme por cierto, cuando Claudia Sheinbaum lo derrotó en la contienda interna de Morena. Llegó al extremo de insultar con inaceptable misoginia a la ganadora: “No nos vamos a someter a esta señora”. Pero sí, se sometió. Lo hizo porque considera que estar en el equipo de Claudia es la mejor ruta para llegar a la titularidad del poder ejecutivo.

Sabe Ebrard que en la carrera sucesoria tendrá rivales fuertes, uno de ellos, Omar García Harfuch, quien lleva ventaja ahora mismo. Entonces, Marcelo ha decidido no dejarlo escapar. ¿Que es demasiado temprano para hablar de la elección presidencial de 2030? Es verdad, pero si no se denuncian a tiempo las artimañas de quienes ya se ven en Palacio Nacional, la cosa terminará mal.

Marcelo Ebrard le dijo a Joaquín López Dóriga, en referencia a Omar García Harfuch: “Dependo de ti, hermanito”. ¿Son hermanitos? Por favor. Ebrard y Harfuch no son amigos, no son de la misma generación, no se juntan a hablar de lo que sea, seguramente no verán juntos el Super Bowl, ¿o Marcelo, grillo entre los politiqueros grillos, convencerá a Harfuch de tomarse la foto viendo en la tele la final del futbol americano? A Ebrard le encantaría porque, de esa manera, se pondría al nivel del hombre más popular del gabinete.

¿Hermanitos? Es la primera vez que trabajan en un mismo equipo bajo la órdenes de una misma jefa. Pero Ebrard ya hermanea a Harfuch. Fariseísmo puro. Desde luego, no ignoro que en México, en ciertos ambientes profesionales, particularmente en la política, se utiliza muchísimo –y con muchísima hipocresía– llamar hermano a cualquier persona con la que se tenga relación. Es lo más común en los informes de gobierno, en las conmemoraciones nacionalistas, en las tomas de protesta de funcionarios electos, en las sesiones legislativas, en los pasillos de Palacio Nacional y de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

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De muy mal gusto resulta escuchar tantas veces, cuando hay políticos reunidos, que unos y otros se saluden llamándose hermanos. Y es que, muy hermanos, muy hermanos —y ya en el extremo de la falsedad muy hermanitos—, lo cierto es que en cuanto pueden se golpean entre sí y suelen hacerlo de manera muy despiadada.

Si Harfuch se traga el hermaneo que le dirige Ebrard, va a perder.

El “dependo de ti, hermanito” lo dijo Marcelo Ebrard para lambisconear y, al mismo tiempo, meter en una trampa política a Omar García Harfuch. Esto porque, según Marcelo —sea verdad o no, dado el contexto es lo de menos— Harfuch es la figura clave para calmar a Donald Trump. Es decir, si Trump no se calma –los narcisistas empoderados se alocan ante cualquier circunstancia–, entonces Harfuch habrá fallado.

Con el “dependo de ti, hermanito” Marcelo está dando el banderazo de salida a la cacería del líder, que es Harfuch: sabe que si se habla de este como el mero mero del gabinete todos los interesados en el 2030, en Morena y en la oposición, se lanzarán a acabarlo. Si ello divide a Morena, a Ebrard le da lo mismo. Este grillo en su última oportunidad buscará la presidencia al costo que sea, si se puede en Morena, y si no, en los partidos opositores, donde se le recibirá con entusiasmo ya que él siempre ha sido oposición en la 4T.

Por lo demás, el “dependo de ti, hermanito” lo utiliza Ebrard para decir que el jefe de las negociaciones es él y solo él: don Marcelo, quien tiene a sus órdenes a un grupo de operadores, destacadamente Harfuch, para llevar a la victoria al equipo mexicano.

La verdad de las cosas es que, sin duda, un papel más importante en este mes fundamental para México y para el mundo globalizado lo va a desempeñar el el secretario de Relaciones Exteriores, Juan Ramón de la Fuente. Por supuesto, Marcelo Ebrard no se atrevería a decirle al canciller “dependo de ti, hermanito” porque sabe que De la Fuente, hombre muy experimentado, ya no está en edad para tragarse los enredos de don Marcelo.

Es obvio que Ebrard con su “dependo de ti, hermanito” está joveneando a Harfuch, esto es, lo considera demasiado novato en el teatro de las intrigas del poder y, por lo tanto, vulnerable ante las palabras hipócritas que son la especialidad de políticos como Marcelo formados en el PRI más maniobrero de la historia, el del sexenio de Carlos Salinas.

Lo cierto es que la negociación de 30 días, ya en marcha, entre los equipos de la presidenta Claudia Sheinbaum y del presidente Donald Trump parte de un hecho: la mexicana, mujer muy preparada para el diálogo racional y absolutamente agradable en la conversación en corto, calmó al ogro estadounidense. Así lo ha reconocido la prensa de todas partes del mundo.

Desconozco cómo se desarrolló la charla entre Claudia y Trump, pero seguramente ella le dijo que hay una estrategia de seguridad, encabezada por Harfuch, que está funcionando. Y no sé si en la plática le recordó al presidente de Estados Unidos algo que la presidenta de México ha dicho en público: los gobiernos aliados al narcotráfico son cosa del pasado, como lo demuestra la prisión en Estados Unidos en la que está encerrado el principal colaborador de Felipe Calderón.

Los gobiernos narcos ya se fueron, pero hicieron mucho daño y ha costado demasiado esfuerzo superarlo porque, falsamente, Calderón y su hermanito Genaro García Luna declararon una guerra a las mafias del narco para supuestamente destruirlas, pero que en realidad las fortaleció ya que el operador de las acciones bélicas dependía más del cártel de Sinaloa que de las instituciones del Estado mexicano.

Harfuch sabrá cuidarse. De hecho, sabe hacerlo: se cuida bastante. Se mueve rodeado por un grupo bien calificado en la protección de gente amenazada por las mafias. Ya sufrió un atentado y afortunadamente sobrevivió. Pero, ni hablar, ahora tendrá que aprender a no dejarse destrozar por bichos más peligrosos que los narcos: los grillos que durante tantos años han perfeccionado su capacidad para enredar rivales y llevarlos a la ruina política.

Estuve el 5 de febrero en Querétaro en el evento del aniversario de la Constitución. Me invité yo solo, es decir, nadie en el gobierno tuvo la idea de llamarme para convocarme. Lo digo porque mucha gente me preguntó quién me había invitado. Fui yo quien tomó el teléfono y buscó una invitación. Hablé con varias personas y me dieron acceso. Así de oportunista, pues. Me interesaba estar ahí como periodista, pero no en el área de la prensa, sino en medio del grillerío para medir el ambiente. Tuve la oportunidad de ver y escuchar el hermaneo entre senadores, integrantes del gabinete, políticos locales, etcétera.

Al final vi a Marcelo Ebrard, por cierto desesperado —como muchos otros políticos— buscando el lugar por el que iba a salir la presidenta Claudia Sheinbaum. Obviamente para felicitarla, para saludarla, para abrazarla, en una palabra para grillar. Así son. Gúacala.

Bueno, no todos son así. Por ahí apareció un gobernador con bastantes años en el oficio. Me saludó, lo saludé —con gusto porque me cae bien—. Este no se sumó a la cargada. No le habría costado nada acercarse a la presidenta porque Claudia caminaba directamente hacia donde estábamos para honrar a la bandera. Con dar dos pasos nos habríamos puesto frente a ella para saludarla, abrazarla, felicitarla, grillar. No era mi intención, Tampoco era la intención de ese gobernador. Nos fuimos en sentido contrario. Él es un político que cumple con el undécimo mandamiento del poder: “No andar de aparecido donde no te llaman”. Nos alejamos de la marabunta grillera platicando muy a gusto.