“Puse rosas negras

sobre nuestra cama.

Sobre su memoria

puse rosas blancas.

Y a la luz difusa

de la madrugada,

me quité la vida

para no matarla”

Jorge Falcón, ‘El amor desolado’

Una calaverita tiende a ser burlona; versos para reírse del individuo a quien se le dedica. Políticamente hablando, la mejor de esta temporada tal vez sea la que le escribió Diego Fernández de Cevallos a Andrés Manuel López Obrador (AMLO).

Yo no le dedicaré ninguna. No se merece ni siquiera eso. Han sido tantos ‘los muertos de AMLO’ en esta primera mitad de sexenio, que lo único que le corresponde es cargar con la culpa —la pena nunca la experimentará— de no haber hecho todo lo posible para evitarlas.

Si bien los Días de Muertos en México son una ocasión —entre otras cosas— para celebrar, no podemos congratularnos por todos aquellos que murieron antes de tiempo. Las muertas por el solo hecho de ser mujeres, los muertos por Covid-19 (los oficiales —más de 500 mil (INEGI)— y los no oficiales —muchos adicionales—, usted escoja), los que fueron asesinados en manos del narco (100 mil producto de la violencia en estos tres años), los que murieron calcinados por falta de mantenimiento por parte de Pemex, los de la tragedia de la Línea 12 del Metro, los resultantes de la estulticia del gobierno ante el huachicol en Hidalgo y ahora en Puebla…

Aquellos quienes huyendo de una pobreza absoluta, murieron cruzando el país, los que por falta de medicinas partieron pero antes sufrieron horrores, los que fallecieron en los pasillos de los hospitales por falta de atención…

El cuerpo médico carente de equipos de protección. Los que murieron por una crecida de un río.

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Los muertos que respiraron la contaminación producida por la quema ingente de combustóleo y carbón para generar electricidad, y los que fallecieron por falta de protección en su trabajo, sea en Dos Bocas, el Tren Maya, Santa Lucía u otras obras públicas.

Los niños que murieron por no tener medicamentos oncológicos y los que lloran a sus padres (no se olvide, México ocupa el deshonroso primer lugar a nivel mundial de huérfanos a causa del Covid-19).

Todos aquellos que por su pobreza no tienen el alimento mínimo indispensable para sobrevivir (en los últimos años su número no ha dejado de incrementarse).

Todos los muertos que aquí no enumero y que solo quienes les lloran conocen la causa.

López Obrador ha cobrado vidas literalmente, mas también en sentido figurado. La matanza se prolonga; el altar de muertos continúa.

Contabilizan fideicomisos, asociaciones civiles, guarderías, estancias, becas para estudiar en el extranjero, la división de poderes, la autonomía de la CRE, la competitividad.

Insiste en atacar la autonomía del INE, del Banco de México y de nuestra UNAM. Mientras, la impunidad y la corrupción se burlan sonrientes.

Manglares, selvas, bosques, hábitats también conforman este altar.

Con tantas muertes producto de la negligencia gubernamental, ¿cómo osa López Obrador auto proclamarse humanista?

Un individuo que dijo que la defensa de los derechos humanos, de las mujeres, de la ecología, de los animales son inventos del neoliberalismo y excusas para robar… Declaración que pasará a la historia —esa sí— grabada en video para todo aquel quien no crea tanta arbitrariedad.

¿Podrán las muuuuuchas mujeres que lo acompañan en la 4T hacerle entender la barbaridad que pronunció? Puede ser que haya féminas en su gabinete, más que en cualquier otra administración, pero dudo mucho que alguna de ellas se atreva a siquiera intentar hacer que el presidente enmiende el error que significa la mencionada declaración.

El director para las Américas de Human Rights Watch (HRW), José Miguel Vivanco, calificó los dichos de López Obrador como un “desquiciamiento total”. No es para menos; este pensar es una declaratoria donde se cortan de un plumazo en nuestro país derechos fundamentales. Un retroceso para sentar el camino a igualarnos en algún momento a las dictaduras más férreas o a los gobiernos absolutistas y teocráticos como hoy es el de Afganistán.

Lo dicho por López Obrador es un escándalo y debería de tener reverberaciones a lo largo y ancho del país; también en el exterior.

Y si de convencimientos se trata, convénzanse de una buena vez, mexicanos, de la supina ignorancia del primer mandatario. Los derechos humanos tienen siglos de existir, pero cobran especial énfasis al término de la II Guerra Mundial para que no vuelvan a suceder las masacres de millones de personas basadas en su religión, grupo étnico y cualquier disparate ideado por un dictador que quiera dividir a su nación o al mundo entero entre conservadores y progresistas.

Negarlos bajo el supuesto que son neoliberales y solo sirven para robar es una declaración autoritaria, donde asume que solo él tiene potestad para otorgar al individuo la garantía de sus derechos.

López Obrador no es humanista; todo lo contrario. Sus posicionamientos y acciones han cobrado vidas. Ha sido leal a la guadaña de la muerte, afilándola con sus equivocadas propuestas.

Y para homenajear a los muertos decidió tomarse estos días (traducción: no acudir a sus mañaneras propagandísticas) y —¿por qué no?— tampoco asistir a reuniones urgentes a nivel mundial. Prefirió desenmascararse de forma total.

Y yo se lo agradezco. Nos cercioramos de que ‘el presidente humanista’ no entiende de lágrimas y que los muertos, ‘SUS muertos’, no tienen ningún peso en su actuar. Mucho menos en su sentir.

Verónica Malo el Twitter: @maloguzmanvero