El intento de “golpe de Estado” ocurrido en Bolivia el pasado miércoles 26 de junio, tiene una similitud muy marcada con el modelo que para el mismo fin utilizó en su momento Hugo Chávez en Venezuela. Me refiero al montaje, al autogolpe de Estado, con el claro interés de buscar victimizarse él y a su gobierno para distraer la atención de los temas que fastidian o causan escozor.
En el contexto de lo que parece haber sido un show, un mezquino y bajo montaje, el presidente boliviano, Luis Arce, denunció el miércoles “movimientos irregulares” de militares frente a la sede del gobierno en la ciudad de La Paz, mientras que ciudadanos y medios locales reportaban la presencia de tanques y militares fuertemente armados.
“Denunciamos movilizaciones irregulares de algunas unidades del Ejército Boliviano. La democracia debe respetarse”, alertó Arce en su cuenta de X.
La denuncia del mandatario ocurrió luego de que soldados y vehículos militares tomaran el control de la Plaza Murillo en la capital administrativa boliviana, La Paz, y accedieran al Palacio Quemado, la antigua sede del gobierno.
Las acciones militares fueron encabezadas por el general Juan José Zúñiga, quien recientemente había sido destituido como jefe del ejército tras realizar unas declaraciones en contra del expresidente Evo Morales.
Zúñiga fundamentó su arremetida ante la prensa por la “situación del país” y agregó que las fuerzas armadas pretendían “reestructurar la democracia”.
De inmediato, el presidente Arce obtuvo la repuesta esperada; líderes mundiales, mandatarios., dirigentes de organismos internacionales no tardaron en reprochar la acción y solidarizarse con el pueblo boliviano y su presidente.
Su imagen a las afueras del Quemado, encarando al general que habría orquestado la rebelión dio la vuelta al mundo.
Luis Arce, logró lo que buscaba obtener, un sentimiento solidario en cuanto a que se estaría dañando a la nación y a su integridad como tal y en la persona del jefe del Estado y del gobierno, y con ello tapar los asuntos más importantes, los problemas graves, así como los abusos y actitudes prepotentes, y autoritarias del propio protagonista.
La acción tiene escenas y argumento de una película que ya se conoce en Sudamérica, así como lecciones de dictadores que han dejado la misma escuela; me refiero al esquema de tratar de distraer de lo fundamental, el generar un sentimiento de dejar de lado cualquier cosa que no represente la búsqueda de unidad nacional en torno al líder, en comillas, y opacar cualquier otra cuestión que pudiera ser superior, pero que enmascarada en el protagonismo del suceso auto generado., viene a ensombrecer todo aquello que es superior, para darle paso al arropo de quienes de alguna forma basados en su buena fe, dejan de lado momentáneamente cualquier actitud de reclamo o inconformidad, para generarle una protección, al menos de forma solidaria a quien es víctima del ataque de quienes buscan vulnerar a la patria y generar traición al Estado. Quienes están detrás del presunto montaje, realmente conocen que esto produce esos efectos o tiene esos efectos y quieren aprovecharlos.
Pero el show le duró poco al mandatario boliviano, y el primero en develar lo ocurrido fue justamente el general Zúñiga, quien al momento de su detención no se guardó nada, o por lo menos, dijo bastante para entender lo que acababa de ocurrir.
La teoría del “autogolpe” se vio impulsada pues, por las explosivas declaraciones del general Juan José Zúñiga en el momento de su rápida detención en presencia del viceministro de régimen interior, el general de la policía, Jhonny Aguilera. Zúñiga declaró: “El domingo me reuní con el Presidente en el colegio La Salle y me pidió hacer algo para levantar su popularidad. Me autorizó sacar tanquetas”, relató.
Esta declaración hizo que surgieran comentarios de apoyo a la teoría de “montaje” o “autogolpe” sobre el amotinamiento del ejército en la sede del gobierno.
Por ejemplo, Javier Zavaleta, exministro de defensa de Bolivia dijo en entrevista con Aristegui que había “elementos para creer en las declaraciones del general Juan José Zúñiga”.
Asimismo, seguidores de Evo Morales y detractores del gobierno de Arce refuerzan la teoría apuntando a la amistad que existía entre el presidente y el general destituido.
Rafael Archondo Quiroga, periodista boliviano especializado en temas políticos, dijo que la jornada de alta tensión en Bolivia por la irrupción de unidades del ejército en la sede del gobierno pareciera haber sido un montaje.
“Los hechos ocurridos en Bolivia no fueron un golpe de Estado, pues ocurrieron por la tarde y hubo otros factores cuestionables”, apuntó el también doctor en investigación social con especialización en ciencia política, de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales FLACSO sede México.
“No hubo nunca un golpe de Estado, por las siguientes razones, los golpes de Estado se hacen en la madrugada, cuando todo el mundo está dormido y tienen como principal orden detener al presidente, y a sus secretarios así como cerrar el Parlamento, el Congreso y controlar el país. No puede haber un golpe de Estado que nada más ocupe el Zócalo y se disuelva en dos horas”, explicó Archondo en entrevista para El Financiero.
“El presidente Chávez, bajo la orientación de los servicios de inteligencia cubanos, fabricó un golpe para descubrir la conspiración que se viene desarrollando en el seno de las Fuerzas Armadas y simultáneamente poder destruir los resortes de la resistencia civil que seriamente amenazan la integridad del gobierno. De acuerdo con las informaciones que han circulado en Venezuela, son 58 los generales que participaron en el famoso golpe militar que culminó con el secuestro del presidente. Chávez utilizó un auto secuestro para mantenerse en el poder. Nadie ha podido entender cómo un movimiento militar de proporciones tan extensas pudo haber fracasado, cuando no hubo combate alguno para liberar al presidente.
¿Por qué los golpistas desistieron del golpe? Ese es un misterio, como también lo es tratar de descubrir cómo muchos de los generales que aparecieron respaldando la conspiración siguen tranquilos y contentos, gozando de todas sus prerrogativas. Lucas Rincón Romero, el único general de tres soles que tiene Venezuela y general en jefe de la fuerza armada, es un caso verdaderamente raro en el mundo de la subversión latinoamericana. Apareció primero por la televisión respaldando a Chávez; luego anunciando que Chávez había renunciado y que también lo había hecho el alto mando militar. Horas después, fue nuevamente noticia al reconocer a Chávez cómo el jefe de Estado. Pero lo más raro es que pese a tantas piruetas políticas, conservó intacta la jefatura máxima de las fuerzas armadas.
Chávez llegó maquillado y listo para las cámaras de televisión al Palacio de Miraflores. No era la imagen de un presidente que acababa de ser rescatado del enemigo. Daba más bien la impresión de que alegre y contento venía de unas cuantas horas de veraneo en una buena playa. Todo confirma que fueron los servicios de inteligencia cubanos quienes escribieron la telenovela del secuestro del presidente venezolano”. (Libertad Digital 18/04/22).
¿Qué más nos faltará por ver de mandatarios que gustan de victimizarse al mismo tiempo que se aferran al poder?
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