Espero que el Presidente AMLO haya tenido el tiempo para leer una imprescindible obra de nuestros días: “El Árbol de las Revoluciones” Ideas y Poder en América Latina, de Rafael Rojas. Un libro “sobre la pasión revolucionaria”, sobre esa gran construcción social, teórica, histórica y política que es la revolución, con la cual muchos millones nos educamos como universitarios en la América Latina dominada desde el exterior, empobrecida, con millones de personas marginadas, represiva por antonomasia, y muchos lastres más. Pero también ojalá pudieran leerla sus críticos y adversarios. Ganaríamos mucho todos si logramos entender varias cuestiones que destaca el autor de la obra mencionada sobre los procesos de cambio, tanto revolucionarios, como evolutivos, desde una perspectiva histórica más amplia que la de nuestro país, es decir, desde una perspectiva latinoamericana. Porque aunque las élites políticas, intelectuales y económicas no lo hayan deseado nunca, somos más latinoamericanos hoy que nunca, a pesar de nuestra inserción en América del Norte.

De esta manera podríamos sobreponernos a los lugares comunes, a las simplificaciones y a las descalificaciones de fácil acceso, sean desde el poder, los medios, las plumas críticas y adversarias, los partidarios del régimen actual, y entraríamos a un debate de altura y sustanciado, para esclarecer lo que se desarrolla hoy en México y hacia donde nos lleva la conflictiva actual en los términos planteados por el programa de la 4T-4R.

Desde el Prólogo la obra nos abre ventanas amplias para comprender tales procesos sociales, que son “fenómenos que desafían la imaginación del pensamiento moderno”, que sacuden las bases de una sociedad, de una nación, del poder, del capital y generan un nivel mayor de conflictividad:

“Toda revolución es un proceso de aceleración del cambio histórico que, sin embargo, preserva o acentúa aspectos del antiguo régimen. Es por ello que en el curso de una revolución por radical que sea, se producen movimientos de reversa que no logran detener aunque sí interrumpir, la marcha del cambio”

Rafael Rojas

¿Cuáles son los aspectos de continuidad que se aprecian en el régimen actual del cambio con los regímenes anteriores? El Presidente AMLO dirá que no hay nada similar, pero siguiendo a los extraordinarios teóricos que en el libro se citan, claro que los hay, no en México, sino en cualquier proceso revolucionario, radical o no. Para muchos, las “continuidades” están en la “centralización” del mando político, para otros, en el “híper presidencialismo”, para otros más, en que “la economía se maneja desde Palacio Nacional” (antes se decía “desde Los Pinos”). En fin, hay distintas posiciones, algunas descabelladas como la del “golpe de Estado”.

Este es “el carácter paradójico de las revoluciones” que destacó en muchos pasajes de su obra el gran historiador de origen inglés Eric Hobsbawm y que resaltó en su álgida polémica con la brillante politóloga alemana Hannah Arendt. En ella el historiador inglés insistió en que las revoluciones son “procesos ambivalentes envueltos en un halo de esperanza y a la vez, desilusión, de amor, odio y temor”. En suma, procesos enormemente contradictorios y desiguales, a veces sesgados y luego integrados, actuando “desde sus propios mitos, como desde la contra propaganda”. No existen procesos de cambio “lineales” ni “puros”, tampoco desprovisto de reminiscencias del pasado. En el presente se va muriendo el pasado pero éste último expresa las características que le son propias mezcladas con los nuevos contenidos en despunte o en evolución. Nada muere totalmente ni nace totalmente al unísono hablando de procesos socio-históricos.

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Escribí –y adherí así a este tipo de análisis- que la 4T-4R es un prototipo de “revolución pasiva” distinta a una “revolución activa”, de “ruptura revolucionaria”. En la obra citada se trae al presente el concepto de E.P. Thompson quien planteó la existencia de “modelos de las revoluciones modernas”, dos básicamente: “la cataclísmica” y “la evolucionista”. En todo el transcurrir de los siglos XIX y XX en Latinoamérica, se han producido ambos tipos de procesos de cambio social. En todos los casos se trata de construir una nueva hegemonía. La revolución en México de 1910 a 1940 es parte de las “revoluciones activas o cataclísmicas” en sus orígenes, producto de una insurrección popular armada como en Cuba y Nicaragua. Hay una tradición latinoamericana en medio de una enorme heterogeneidad de procesos, pero también parámetros comunes. Y la revolución en México se articuló con los procesos insurreccionales en la vieja Rusia Zarista (1917) y pocos años después con la lucha armada en la milenaria China para derrotar al Kuomintang (1927-49).

Hoy desde luego, estamos dentro de un contexto nacional y regional-global muy distinto, pero nuevamente, inmersos en un proceso que pretende y se dirige hacia un nuevo cambio evolutivo o de revolución pasiva con el actual Presidente AMLO, en un entorno latinoamericano marcado por un “nuevo progresismo” nada radical, como plataforma ideológica, organizativa y programática de convergencias heterodoxas que impulsa la recuperación de los procesos de cambio, luego de tres décadas de “estabilización conservadora” y del fracaso de propuestas y proyectos de mutación social y política de diversos tipos en toda la región. Y claro, del gran derrumbe del “socialismo real” (URSS).

“El liberalismo latinoamericano del siglo XIX legó dos maneras de conceptualizar la revolución: como revuelta o reforma”, nos dice el autor de la obra citada. Pero también, en el siglo XX la reforma liberal se inscribió no solo en la economía y la política, sino en y desde el Estado. Los resultados distaron enormemente del proyecto concebido, pero considero necesario entender que el liberalismo en sus versiones del siglo XIX y del XX tienen un lugar dentro del “progresismo” y del “nuevo progresismo” heterodoxo y convergente con otras doctrinas, teorías y políticas. Es decir, tienen cabida dentro de este “carácter ambivalente de las revoluciones”, dentro de los “procesos de reversa”, de los desarrollos contradictorios que marcan una revolución pasiva o evolutiva como la actual. Incluyendo un lugar en el ideario de los liderazgos, dada la naturaleza misma del proceso de cambio en curso, en el entendido de que la iniciativa, el control  y la dirección del proceso no está en el campo del liberalismo sino del “nuevo progresismo” del actual Presidente.

Considero que ha sido un error estratégico de la gran empresa privada en México no entender el proceso actual de la 4T-4R y no localizar su posicionamiento dentro del mismo, promoverlo y luchar por acceder a él, sintiendo que su única ruta es la deslegitimación y hasta su estigmatización y la de sus dirigentes, y ubicar como su única tarea la obstrucción. No están frente a una revolución castrista. Hay un amplio espacio político-institucional y económico para ellos. No han aprendido de la clase empresarial europea, del gran auge que ella tuvo dentro de los pactos nacionales para construir y desarrollar el Estado de Bienestar. Aquí la apuesta es muy menor, es sólo para contener y revertir los estragos de un modelo anterior que creó una brutal concentración de la riqueza en manos privadas que desnaturalizó y capturó al Estado, volviéndolo ícono de la corrupción mundial.

El escándalo mediático armado sobre la “polarización política” actual es un escenario de lo más natural en un proceso político de mutación de las estructuras sociales y las instituciones públicas, que inaugura una nueva fase en la conflictividad social, aunque no sea el actual un proceso radical sino evolutivo. Se acude al “espantapájaros” de la “polarización” como recurso de falsificación ideológica en el contexto de la lucha política actual. Se busca deslegitimar el proceso en sí y a quienes lo conducen, no hay otra postura realmente. Es indispensable profundizar en los análisis para abrir nuevas ventanas de interpretación.

Puede revisarse con el autor que se desee el proceso político mexicano durante los años 20 y 30 del pasado siglo (sin comparaciones absurdas con lo de hoy) y verán cómo lo menos que existía era “Unidad Nacional” en torno al proceso de cambio. Este es siempre un proceso de enfrentamientos continuos que pueden agudizarse. El símil actual con aquella época (de 20 años) es el impulso a un proceso de cambio. En aquél momento, una vez superada la etapa insurreccional armada.

Los disensos al interior del proceso revolucionario, las rebeliones armadas y la aparición de nuevas fuerzas que se agruparon en la confrontación con el régimen revolucionario fueron hechos irrebatibles: en la derecha, el PAN y el Sinarquismo, el Partido Fascista Mexicano, los Camisas Doradas, y hacia la izquierda, el Partido Comunista y el Partido Socialista del Sureste (el de Felipe Carrillo Puerto), todos ellos, lo constatan. Precisamente, el presidente Ávila Camacho luego del torbellino de las reformas cardenistas, llamó a la “Unidad Nacional”. Con el Lic. Miguel Alemán las bases del pacto político cambian sin lograr tal “Unidad Nacional”; se accede sí una nueva hegemonía que funda nuevos mitos y da continuidad a otros anteriores: es la revolución institucionalizada del poder civil, la modernización y la industrialización. Nuevo bloque de poder que apuesta por la evolución.

Ugo Pipitone se refiere a ello así: “la renovación de una élite política que supera sus orígenes sociales populares para asumir los rasgos propios de una clase media que incorpora a su léxico, si bien con cierta socarronería, el lenguaje y la carga simbólica de la Revolución convertida en ritualidad civil (…) Los generales herederos de la Revolución pasan a reserva (…) La revolución institucionalizada readquiere el frío perfil positivista contra el cual se había combatido a inicios del siglo XX”. (2017:32)

Por supuesto que la historia alecciona y mucho. El Presidente AMLO lo sabe.