A la mitad del sexenio del presidente López Obrador y de la llamada Cuarta Transformación existe más que una interrogante, una realidad o tal vez un clímax atípico demasiado anticipado de cara a la sucesión presidencial del 2024.
En el caso de Morena, que estos últimos tres años experimentó un crecimiento exponencial, saborea una etapa álgida pero quizá peligrosa al haber tomado el camino de jugar, antes de tiempo, las piezas o las “corcholatas” en una era o etapa donde la consolidación de la agenda social vive una coyuntura crucial sobre todo de desarrollo económico, político, educativo, cultural; así como el tema primordial de salud y las estrategias para contrarrestar sus efectos negativos.
Por esa razón este factor llegó, sin lugar a dudas, a mover o quizá a inquietar si comprendemos realmente el costo o saldo político que puede provocar una sucesión o, mejor dicho, una disputa que cada vez se convierte en una guerra mediática que no sólo perturba el devenir social, sino propician estrategias de descalificación, posturas radicales e intentonas para descarrilar a los contrincantes.
Por un lado, repetimos los capítulos que más nos provocaron exacerbación. Ese fue uno de los motivos que propició el cambio de paradigma gubernamental; la sociedad se cansó de los agravios y la simulación y optó, como todos sabemos, por una transición que abrazó las causas de los sectores reprimidos, desprotegidos, golpeados; asimismo, arropó a colectivos de trabajadores y sindicatos que durante décadas se les negó el reconocimiento o la apertura a mejores oportunidades de crecimiento.
Quizá mucho de eso esté propiciando una transformación cuando el presidente tomó protesta y asumió el reto de resarcir el espiral de problemas. Sumado a ello, el legislativo Federal atendió su papel con responsabilidad y ha sido, hasta este instante, el motor que alimenta la 4T con Reformas Constitucionales, leyes y modificaciones al marco constitucional.
Así pues, México avanza aunque también existe el riesgo de regresar a las prácticas tradicionales.
En primera, el país está sumamente polarizado; en ocasiones se sigue exhibiendo la dosis no sólo de egocentrismo, sino de burocratismo y abuso de autoridad. Lo que pasó en Veracruz es, por mucho, el ejemplo más claro que evidentemente no abona a la democratización del territorio nacional.
Vivimos por un instante justicia, pero sigue latente la grave situación de violaciones a los derechos humanos. El presidente hace un esfuerzo, lo mismo que el legislativo; empero, persisten uno que otro lastre que ponen en entredicho la responsabilidad de algunos gobiernos estatales máxime, cuando son emanados de Morena donde se supone, hay congruencia, libertad y justicia.
Ese mismo riesgo predomina en Morena hasta este momento. El presidente decidió adelantar el proceso presidencial y, con inequidad, esbozó los perfiles lo que provocó, sin lugar a dudas, una telaraña que simbolizó, por un instante, el anacronismo o tal vez la indiferencia porque hay quienes piensan que, para esa etapa, hay decisiones ya tomadas de quién será, llegada la fase, quién representa el proyecto de Morena.
Éste es el punto de inflexión donde pone a demostración la fragilidad de un método de selección democrático. Realmente no existe: la encuesta es una simulación sin evidencia alguna que resulte creíble.
La metodología es, desde el los tiempos del perredismo, un instrumento que da pie a la especulación y escepticismo sobre las injusticias e irregularidades cometidas a perfiles que, con todo crédito, llegan con gran respaldo popular.
Hoy, de hecho, sigue prevaleciendo la desdicha. Hay decisiones que ante las circunstancias son difíciles de asimilar; también, no se ha logrado democratizar los recursos ni con sólo la acción de intentar mostrar algunas cifras cualitativas y cuantitativas.
Y si a eso le sumamos la guerra sucia y la manipulación desde los órganos directivos del partido, el asunto se agrava sobre todo por la continuidad de un proyecto sexenal. Lo más inquietante y preocupante es el fuego amigo; los golpes bajos siguen siendo otros factores que flagelan la posibilidad de brindar equidad, pluralidad y autenticidad.
Desde ahora hay grupos que se organizan bajo ciertos intereses y, sin compasión, imprimen rabia y odio hacia dentro del partido de Morena. Asimismo, hay prejuicios rigurosos en las redes sociales para sembrar animadversión hacia ciertos perfiles.
Contra esa disyuntiva, será difícil crear condiciones apropiadas de unidad para la transición del 2024. El enemigo sale de adentro hacia afuera; las opciones van desde los golpes políticos de estado, hasta personeros que hacen el papel sucio en voz de los protagonistas.
Si Mario Delgado no llama a la prudencia y serenidad entonces sí, hay incertidumbre y peor aún, quizá le alcance a Morena hasta el 2024; sin embargo, la propia expresión será rehén y verdugo de sus malas decisiones, tal y como pasó con el PRD.
Este singular hecho parecía imposible. Morena camina por ese sendero; siguen predominando los grupos internos.
Por esa razón, debe privilegiar el diálogo y el debate. En todas partes hay apertura a distintos mecanismos no por caprichos, sino por necesidad de devolver la confianza a la militancia, incluso, para no echar abajo todo el trabajo que hasta hoy ha consolidado el presidente López Obrador, el ejecutivo Federal y los funcionarios comprometidos con la transformación.
Por ello, hay mucha razón para fundamentar que en este proceso la historia puede repetirse cómo ha pasado en otras etapas.
Si se supone que en Morena y el gobierno hay pluralidad entonces esto puede ser un síntoma que propicie el diálogo y el consenso; en cambio, si tan solo es una simulación, existe una amenaza latente como hace menos de nueve años donde regresamos al autoritarismo.