Siendo objetivos, la de Andrés Manuel no ha sido una presidencia catastrófica como podría pensarse. Ha sido mala, quizás muy mala. Pero hasta ahí. Los resultados tangibles están a la vista. Fuera del flagelo mundial que significó la pandemia, en aspectos macro y micro económicos no nos ha ido tan mal. Tampoco hubo expropiaciones ni las devaluaciones apocalípticas que se profetizaban. Ahí está el tipo cambiario estable y la inflación podría estar mucho peor.
Durante la crisis de salud se cometieron un sinfín de errores. Definitivamente el peor de ellos fue el de no abordarla con la seriedad que ameritaba. Esto ocasionó cientos de miles de muertes. El manejo fue fatal en todos los sentidos. Sobre todo, en materia de salud pública. También faltó afrontar la pandemia desde un enfoque jurídico laboral. En la Ley Federal del Trabajo se contaba con herramientas que pudieron utilizarse para evitar la pérdida de fuentes de empleos; instrumentos legales que fueron adheridos a la legislación laboral como aprendizaje de la pandemia de 2009. Pero se optó por un leguleyo, por modificar el vocablo contingencia por emergencia. Los daños fueron devastadores.
Otros errores espectaculares han sido más de forma que de fondo. Porque como se ha venido diciendo en este espacio, la administración de López Obrador ha sido por encima de todo ruido, campaña política; una suerte de periplo cacofónico y sexenal que acabará en un mito. La mitocracia. El gobierno de AMLO es sobre todas las cosas un discurso inagotable, la repetición incesante de un mensaje que a fuerza de repetirse apela a devenir verdad. No se logrará porque viene cargado de revanchismo, demagogia y hostilidad, cuando lo que el pueblo lo que necesitaba era que esa esperanza de más de treinta millones de mexicanos se convirtiera, primero que nada, en reconciliación; y después en buenos resultados. Al final: ni una cosa ni la otra.
El grave problema de esto es que el infinito entusiasmo de Andrés Manuel por la grilla ha sido que ésta capte y monopolice la atención de todos los mexicanos. Esto ha evitado que la gente pueda analizar objetivamente la gestión de Obrador. De resultas, simpatizantes no logran dilucidar fracasos y detractores no alcanzan a distinguir proezas. Todo se exalta y nada se razona.
Lo dicho acabará por afectar a quien resulte encabezando la candidatura presidencial de Morena. En primer lugar, porque para lograr la postulación primero deberá encantar al presidente de la República. Es decir, habrá que primero hacer campaña para convencer al titular del Ejecutivo federal y posteriormente tendrán que elaborar una estrategia diametralmente distinta para persuadir al electorado. Empero en el ínter, en el proceso de enamoramiento al líder, habrá que hacer ruido. Mucho ruido. Imitar el discurso y repetir los sofismos obradoristas.
En virtud de lo expuesto, considero que AMLO daña al lopezobradorismo. Porque quienes no simpaticen con el tabasqueño jamás simpatizarán con alguien vinculado a él.
Y ese será el gran reto de quien termine como el candidato presidencial del oficialismo.
Seguramente ganarán la Presidencia. No obstante, si le siguen apostando al discurso no lograrán reconciliarnos.
Diría Unamuno: venceréis, pero no convenceréis.