La polémica en torno a los libros de texto gratuitos para el ciclo escolar 2023-2024 ha puesto nuevamente de relieve la problemática estructural que ha inhibido el desarrollo de la educación: la presencia del SNTE en la vida nacional.
En tanto que poder fáctico, los líderes sindicales han ejercido el chantaje frente al gobierno federal y estatales para proteger sus intereses gremiales. Sin embargo, no se trata de beneficiar al conjunto del gremio, sino a un puñado de personas que han obtenido prebendas.
A cambio de mantener el status quo y la gobernabilidad en los estados, el sindicato, y en algunas regiones del país, la CNTE, ha históricamente doblado a los gobiernos locales para que estos beneficien a los líderes, sea a través de cargos en los gabinetes locales (secretarios de Educación estales, entre otros) o de una “política educativa” orientada a beneficiarles, en detrimento, desde luego, de los niños.
En otras palabras, los liderazgos sindicales, motivados por intereses personales y de una reducida “élite” de su gremio, han tenido una perversa injerencia en la política educativa, lo que se ha traducido en el fracaso de las reformas educativas encabezadas desde la presidencia y el Congreso federal.
La reforma de 2013, encabezada por Peña Nieto en el marco del Pacto por México, perseguía precisamente el objetivo de arrebatar al perverso SNTE el control de la asignación de plazas. Es decir, buscaba, mediante un novedoso engranaje jurídico, devolver al Estado mexicano la rectoría de la educación.
Muchos opositores al Pacto, entre ellos, desde luego, AMLO y la dirigencia sindical, culparon a Peña Nieto y a su gobierno de buscar “lastimar” a los maestros, pues se trataba, a su juicio, de una reforma que distaba de ser educativa y que se ceñía exclusivamente a la materia laboral.
Y sí que era una reforma laboral; una reforma laboral necesaria. Era una exigencia eliminar al SNTE de la asignación de plazas docentes para liberar a los gobernadores del chantaje de los líderes sindicales, y así, en un mediano plazo, implementar el “corazón” de la reforma educativa, dirigida a renovar los métodos de enseñanza y precipitar una genuina transformación en las aulas.
Antes de la reforma otros habían fracasado. Recordemos el pacto de Felipe Calderón con Elba Esther Gordillo, lo que condujo al panista a nombrar al yerno de Elba subsecretario de Educación Básica y a la sumisión de Josefina Vázquez Mota al poder del SNTE.
Todo ello quedó en el olvido tras la abrogación de la reforma en 2019. AMLO y sus legisladores, sabedores de cuán barato resultaba políticamente deshacerse de una reforma mal comprendida, dieron varios pasos atrás en una transformación en ciernes que prometía, con el tiempo, dar frutos en beneficio de los niños.
Hoy, en contraste, nos encontramos ante un panorama aun más gris; un sindicato empoderado, protegido por el presidente, por la secretaria de Educación y por los gobiernos morenistas, sumado a la iniciativa federal de adoctrinar a los niños, sin mirar siquiera hacia lo que verdaderamente resulta pertinente para ofrecerles una educación de calidad. Siempre… el sindicato. Cuando se habla de educación en México el debate siempre termina allí: en el sindicato.