Hace unos meses, como sabemos, Claudia Sheinbaum ganó la elección presidencial con amplio margen de diferencia. Lo hizo, además de tener la mejor plataforma de nación, por la preparación y el compromiso que signó con la ciudadanía en tiempos de campaña. De igual forma, la jefa de Estado es, por así decirlo, la heredera del proyecto de lucha social que inició Andrés Manuel López Obrador. Siendo así, los votantes tuvieron muchos motivos para refrendar el cariño a la coalición Seguimos Haciendo Historia. Se trató, ni más ni menos, de la ratificación de la 4T. Basta observar a una sociedad totalmente volcada a lo que representa las siglas de un partido, pero sobre todo a la imagen del expresidente de la república. Eso, junto al trabajo realizado, desencadenó un triunfo abrumador que sacudió a la oposición y, de paso, enterró los últimos vestigios del perredismo en México.

Eso significa que, por lo tanto, la oposición no fue capaz de aglutinar a sectores sociales, especialmente a las clases medias que, al final de cuentas, terminaron por darles la espalda. La lectura más clara de todo ello, evidentemente, fue la victoria contundente de Morena en 31 entidades; faltó Aguascalientes, sin embargo, la mínima diferencia entre una coalición y otra es mínima. Esa responsabilidad, indudablemente, recayó en la mala apuesta de la candidata del Frente Amplio por México, Xóchitl Gálvez, y por supuesto el lastre de la corrupción que cargan los partidos del conservadurismo. La culpa y el costo político que tuvieron que pagar fue muy alto. Además de la presidencia, perdieron estados claves y, por ende, la inmensa mayoría de congresos locales. Es decir, se colapsó la derecha y todas sus aspiraciones a futuro por construir un contrapeso real. En ambas cámaras, por ejemplo, el PRIAN no puede ni asomar las narices; pierden los debates y posicionamientos, lo mismo que las votaciones.

Muchos dirán que el PAN acaba de renovarse y reinventarse para lo que viene en puerta. De entrada, su dirigente nacional, Jorge Romero, tiene señalamientos de corrupción. Él, de hecho, no produce ningún efecto y relevancia, pese a cambiar la narrativa en los medios de comunicación. Es, para ser más precisos, un partido totalmente resquebrajado y dividido, especialmente por el anuncio que ha efectuado Xóchitl Gálvez en la creación de un nuevo instituto de participación. Optar por esa alternativa, evidentemente, dividirá más a los grupos conservadores. A estas alturas, Acción Nacional, puede estar concluyendo, que cualquier aspiración no tiene ningún futuro para las elecciones que se avecinan. Quien fuese su abanderada presidencial, a propósito de ello, fragmentará las estructuras conservadoras y, por ende, alargará la vida de Morena en el poder.

El principal verdugo de la oposición, de manera paradójica, son ellos mismos. Su política, su visión, lo mismo que su narrativa, sigue siendo insuficiente para impactar a la población civil. Siendo así, es muy fácil ir visualizando el porvenir de la derecha, aún y con una estrategia de alianzas entre ellos. Desde luego, eso ha sido un componente que influye en los procesos para que la sociedad tome decisiones, especialmente a favor de la causa de Morena. Aunque, por mucho, el punto medular del éxito del proyecto de la 4T radica en su política pública, que bien vale la pena poner sobre la mesa. Hace unos meses, por ejemplo, los votantes apostaron nuevamente por la continuidad como consecuencia del cumplimiento de las promesas de campaña. Eso, en todo caso, es la parte más sustancial para que la gente tome determinaciones. Morena, por lo tanto, es un movimiento consagrado que institucionalmente tiene, ante las condiciones, una larga vida en el poder.

Hay que estar atentos a ello, pues se acercan las elecciones intermedias del 2027 y posteriormente las de 2030. El primer ejercicio, desde luego, será ampliamente dominado por la coalición Seguimos Haciendo Historia. No necesitamos ser muy suspicaces para saber lo que acontecerá. Morena, sumado a los aliados, están en plenitud; su alta competitividad y el arraigo que tiene a lo largo y ancho del país, son elementos inherentes que se suman a la unidad que reina en las bases del lopezobradorismo. En esa lógica, las 15 gubernaturas que se disputarán, sin lugar a dudas, serán para la causa del partido guinda.

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En lo político, desde luego, la identificación por Morena va cada vez más en aumento. En un tiempo próximo, se prevé, el partido contará con una estructura sólida de más de diez millones de simpatizantes que, de forma decidida, se ha planteado la dirigencia nacional sumar a sus filas. Mientras eso sucede, la derecha, que camina dividida con una reacción tardía, acelerará la correlación de fuerzas al poder gobernante. Está claro: el PRIAN, y el nuevo partido que muy pronto nacerá bajo la tutela de Xóchitl Gálvez, seguirán siendo, en efecto, solamente fuerzas que engrosan una lista de participantes. Lo que sí tiene asegurado el conservadurismo, en definitiva, es el fracaso inminente por su volatilidad que, como puede observarse, brotará de las filas del Frente Amplio por México o, mejor dicho, de la marea rosa que, al final de cuentas, es lo mismo, pero bajo el retrato que desemboca en otras siglas.

Ese nuevo partido, por más intentos que haga, no tendrá la capacidad de poder movilizar la magnitud social que hoy constituye Morena. Es más, con la división inminente del conservadurismo, dará larga vida institucional en el poder al lopezobradorismo. Por supuesto que eso abonará, pero, más allá de eso, el partido guinda seguirá dominante en el mapa electoral por una sencilla razón: le ha cumplido al pueblo de México las promesas de campaña.