¿Qué tanto habrá cambiado la percepción de la sociedad mexicana sobre los partidos políticos en dos años? ¿Seguirá siendo pobre? En marzo de 2021 el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI) publicó los resultados de la Encuesta Nacional de Cultura Cívica (ENCUCI), en donde se observa que 76.4% de la población tiene poco o nada de confianza a los partidos políticos:
Para conocer si la confianza en los partidos políticos ha crecido o no se tendría que contar con los datos actualizados del INEGI, pero dudo que la percepción de los ciudadanos haya dado un salto cualitativo en dos años. Lo interesante de esta encuesta es que va más allá de la preferencia electoral, reflejando la pobre opinión que tiene la gente sobre los partidos políticos.
GEA-ISA realiza un interesante ejercicio demoscópico sobre la opinión que se tiene de cada uno de los partidos políticos nacionales del país. En la Segunda Encuesta de Opinión Ciudadana de 2023 (junio de 2023), los resultados fueron los siguientes:
Vale la pena reiterar que la estadística hace referencia a la percepción positiva que se tiene de cada uno de los partidos políticos y no a las preferencias electorales. En la Segunda Encuesta de 2023 de GEA-ISA, la preferencia electoral por partido político fue la siguiente:
En México existen siete partidos políticos nacionales, es decir, que cuentan con registro ante el Instituto Nacional Electoral, siendo estos, por fecha de registro, los siguientes: PAN (30 de marzo de 1946); PRI (30 de marzo de 1946); PRD (26 de mayo de 1989); PVEM (13 de enero de 1993); PT (13 de enero de 1993); Movimiento Ciudadano (30 de junio de 1999) y Morena (9 de julio de 2014).
Sin prejuzgar cifras, el financiamiento público para estos siete partidos nacionales en 2023 asciende, en números redondos, a 6 mil 224 millones de pesos. Esta erogación que le cuesta a todos lo mexicanos valdría la pena si se cumpliera con lo que establece el artículo 41 de la Constitución Política, mismo que define y aclara cuales son las funciones básicas de los partidos políticos. Conviene subrayar las dos que le dan un sentido vital a su existencia:
- Promover la participación del pueblo en la vida democrática.
- Hacer posible (como organizaciones ciudadanas) su acceso al ejercicio del poder público, de acuerdo con los programas, principios e ideas que postulan y mediante el sufragio universal, libre, secreto y directo.
Estas funciones llevan a determinar que la democracia no puede ser monolítica y que el acto de elegir mediante el sufragio debe conjugarse con la posibilidad de elegir entre diversas opciones. De modo que el proceso democrático se hace perfectible a partir de la lucha electoral de los diferentes partidos políticos; entendiendo que cada uno de ellos manejan diferentes ofertas o plataformas ideológicas y de acción.
La definición de Maurice Duverger es del todo pertinente: “la democracia es un régimen en la cual los gobernantes son escogidos por los gobernados por medio de elecciones sinceras y libres” y agregaría mediante una efectiva competencia de ideas y proyectos. El acceso al poder se ha dado mediante la integración de candidatos a las plataformas de los partidos políticos; lo que significa en los hechos que estos interactúan y luchan por el poder público.
De ahí surgen diferentes dudas, ¿realmente requerimos de siete partidos políticos nacionales? La existencia de cada uno de ellos debe traducirse en el número de opciones que puede tener la ciudadanía para votar a nivel local, estatal o federal. La diversidad es importante, pero, tal vez, carezca de sentido la existencia de siete partidos no sólo porque se diluyen principios y objetivos, sino porque suele ser costoso.
La distancia ideológica entre partidos es trascendente porque ello permite a los ciudadanos contar con preferencias políticas mediante dos principios básicos: identidad y diferenciación. El problema es que esta identidad y diferenciación se ha ido perdiendo, a tal punto que es difícil comprender ahora cuál es la verdadera plataforma política, por un lado, del PRI, del PAN o del PRD y, por otro lado, de Morena, del PT o del PVEM. La decisión de coaligarse a toda costa ha roto principios fundacionales básicos, ahora pocos entienden las diferencias entre el PRI y el PAN y más aún, muchos dudan que el PRD sea un partido de izquierda. Tampoco se entiende cuál es la diferencia ideológica y programática entre Morena y el PT; además se cierne en torno al PVEM la duda de que sea un verdadero partido ecologista,
A ello debe añadirse la intención extraña de algunos personajes del PAN de diferenciarse a partir de la disociación de la esencia ideológica de su partido. Decirse trotskista o de izquierda los acerca a una geometría política que les es distante, haciendo más incomprensible cuales son los verdaderos principios ideológicos o políticos que enarbolan. Tampoco se entiende bien a bien cual es el sentido de la campaña de “las corcholatas” ¿en qué se diferencian? Sólo Ebrard ha hablado con cierta precisión de temas relacionados con el desarrollo económico, política internacional, apertura comercial y desarrollo regional, medio ambiente y agua y seguridad pública.
Luchar por el poder mismo carece de sentido, lo importante es da respuesta al objetivo que le da razón a la contienda política: el contenido de las propuestas para propiciar los cambios que requiere el país para su mejor desarrollo; trayendo consigo los mayores beneficios para los más de 127 millones de mexicanos.
A partir de la segunda mitad de la década de los setenta del siglo pasado se instrumentaron un conjunto de reformas que, en apariencia, le dieron un contenido positivo a nuestra vida democrática: el pluralismo, la alternancia en el poder y la creación de un órgano autónomo electoral imparcial que debe posibilitar no sólo el voto libre, sino el respeto al sufragio y a la voluntad popular.
Cuando se efectuaron estas reformas, nadie dudaba que eran positivas y ahora todos tendríamos que estar satisfechos. ¿Qué pasó en el camino por lo que ahora sólo el 12% de la población de 15 años o más se siente plenamente satisfecho con la democracia (ENCUCI 2021) y que el 76.4% tenga poca o nula confianza por los partidos políticos?
Lo primero que habría que notar es que esa reformas poco han permeado hacia la sociedad y ha quedado la sensación:
- Que el objetivo ha sido fortalecer a los partidos políticos, dejando a un lado elementos sustantivos como la cultura cívica y política hacia los ciudadanos. Toda acción, particularmente del INE, pareciera tener como principio y fin a los partidos políticos.
- En apariencia, nuestra vida democrática se ha concentrado más en la distribución de cuotas de poder político.
- En no pocos ciudadanos ha quedado la percepción que algunas cúpulas partidistas en realidad buscan tener un holgado “modus vivendi” con el acaparamiento y manejo del financiamiento público.
- Las campañas políticas además de ser costosas se sustentan en bajos contenidos. El intercambio de adjetivos y la natural recriminación entre los partidos por actos de corrupción pasados, generalmente ciertos, ensancha insospechadamente el desprestigio de los partidos. Nuestra democracia electiva es una de las más caras del mundo y las campañas se transforman en lodo y rapiña.
- Las prebendas y privilegios a favor de elites económicas y políticas han dañado en mucho el sentido de la democracia. La concentración no es lo que le da vida a la democracia; por el contrario, lo que debe prevalecer es la distribución del poder político y económico.
- La existencia de alianzas o coaliciones oportunistas entre partidos que distan mucho entre ideologías. Lo más grave es que de tener éxito para 2024, pudiera no existir un ejercicio congruente de gobierno y que al final se diluyan los acuerdos, incluso los mínimos, para instrumentar un programa de gobierno o una agenda legislativa consensuada.
Como lo afirmamos desde la Ekonosphera, la lectura de esta columna no debe llevar a desdeñar a los partidos políticos; por el contrario, siendo fieles con su espíritu original son instrumentos indispensables para el ejercicio de la democracia. Las instituciones partidarias surgieron para sustituir institucionalmente a la autocracia monárquica y al absolutismo. Surgieron para darle cauce a las aspiraciones y demandas del pueblo y luego se desarrollaron respetando el derecho, también de las minorías.
En ese cauce requerimos de partidos maduros y responsables, alejados de la mezquindad. Hay que volver al principio de que deben servir para configurar un sistema plural, con opciones, y que se tiene que cumplir con el principio que fundamenta cualquier democracia: alcanzar el poder para servir. Es urgente regenerar y reformar nuestro sistema partidista. Debemos cuidarlo y vigilarlo, sancionar sus excesos y hacer que cumpla con el propósito esencial de consolidar nuestra democracia.