Dijo Marcelo Ebrard que el día 5 de junio expondría públicamente una solución para que la elección del candidato presidencial del oficialismo sea el resultado de una metodología justa, equitativa y democrática. Todo se quedará en ruido. El canciller se encuentra atrapado en su propia cámara de eco, de resonancia mediática.
La realidad es que todos sabemos que quien bregará por la presidencia de México bajo las siglas del partido en el poder será la mujer u hombre que Andrés Manuel López Obrador elija. No habrá ninguna fórmula o procedimiento real para definir esta candidatura. La encuesta que se utilizará como base no surgirá de un ejercicio demoscópico, sino de la decisión de un solo hombre.
Ahora bien, definitivamente el oficialismo tratará de disfrazar de democrático lo que será a todas luces un arbitraje lapidario. Lo tendrán que hacer, o de lo contrario restarán legitimidad a su alternativa para la sucesión presidencial.
Actualmente, pareciera ser que no hay duda sobre quién será la postulada por el oficialismo para contender por la titularidad del ejecutivo federal. No sólo por la rumorología en cuanto a que AMLO así lo ha determinado, pues del mismo existen números y evidencia al respecto que lo soportan. Claudia Sheinbaum figura como puntera en las más de cuarenta encuestas que se han venido publicando en el último año en distintos medios de comunicación en el país.
De mantenerse la tendencia, López Obrador no tendría ni que simular que la nominación de su candidato a relevarlo fue la consecuencia de un proceso democrático. Siempre se ha manejado que el candidato será el que resulte favorecido en una encuesta. Pues si fuera mañana, Claudia encabeza todas y cada una de las encuestas.
Claro que falta mucho. La jefa de gobierno de la CDMX deberá estar muy pendiente de lo que suceda en la elección del Estado de México. Un triunfo de la candidata oficialista por más de un dígito le daría la tranquilidad a Andrés Manuel de que cualquiera que postule su movimiento puede ganar cualquier elección. Y es que, si Delfina Gómez pudiera ganar la gubernatura del Edomex, entonces ¿quién no pudiera ganar lo que sea mientras lo abandere Morena?
Por otro lado, Sheinbaum Pardo tendrá que estar pendiente de las inevitables pugnas que se suscitarán al interior del partido. Seguramente habrá conatos de boicot y rencillas. No importa que los aspirantes a la presidencia acaben tomando con estoicismo la decisión del presidente; porque al final, las estructuras de cada uno de los presidenciables están compuestas por personas de carne y hueso que no necesariamente entenderán o sabrán comprender la importancia de la disciplina partidista rumbo a una elección presidencial.
Difícilmente los cuadros de Ebrard sabrían operar haciendo sinergia con los de Sheinbaum; y viceversa. Eso podría complicar las cosas.
Empero la realidad es que al día de hoy se antoja sumamente improbable que acontezca alguna situación que le arrebate a Claudia Sheinbaum la candidatura presidencial del bloque oficialista.
Incluso una derrota en el Estado de México y en la capital del país no necesariamente significarían un impedimento para que la titular de la jefatura de gobierno compitiera por la presidencia. De hecho, en caso de que esto sucediera, una eventual administración encabezada por Sheinbaum Pardo transitaría con mayor suavidad si no compartiera colores políticos con los poderes ejecutivos de la CDMX y del Edomex.
Y es que cualquier problema que surgiera en cualquiera de estas dos entidades, le serían atribuibles al partido en el poder y por consiguiente al presidente de la república si compartiera partido con sus posibles correligionarios en las dependencias de gobierno en cuestión.
La Ciudad y el Estado de México son dos entidades federativas complejas. Por facilidad y por el bien del equilibrio democrático deberían ser opositoras al ejecutivo federal.
En caso de que Delfina Gómez perdiera, sería por un margen sumamente estrecho, lo que no podría considerarse ni como una derrota de Sheinbaum ni como un rotundo fracaso del oficialismo.
El que la derrota de Delfina sea posible, aunque improbable, ha estado desde siempre en el presupuesto político de Andrés Manuel López Obrador; quien también podría capitalizar política y mediáticamente un remedo de conflicto poselectoral, para unir a su movimiento de cara a los comicios federales de 2024.