La semana pasada fue lamentable ver a los secretarios de Defensa y Marina en el Senado de la República recibiendo fuertes cuestionamientos por parte de varios senadores de oposición y no poder explicarse, mucho menos defenderse. Sirvieron sólo de compañeros de asiento de la secretaria de Seguridad Federal, Rosa Icela Rodríguez, quien quedó corta en su defensa ante la vorágine de los cuestionamientos. Una misión difícil para cualquiera, dado que se les quería oír a ellos, a nadie más.

Las Fuerzas Armadas y, en particular, la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) llevan varias semanas “bajo metralla”: porque se les transfirió a la Guardia Nacional en un cuestionable decreto; porque se amplió el plazo para que estén en las calles realizando acciones policiales hasta el 2028; porque, desde la Subsecretaría de Gobernación, se señala a algunos de sus elementos de desaparecer a estudiantes de Ayotzinapa; porque se niegan –o no les dejan– comparecer ante la Cámara de Diputados; porque sufrieron un hackeo histórico a sus servidores y son fuente inagotable de historias “secretas” en la prensa; porque tienen mapeada a la delincuencia, pero no actúan con prontitud; porque el presidente no deja que el secretario de Defensa responda a las preguntas de la prensa durante su mañanera; porque a alguien se le “ocurrió” que, además de manejar aeropuertos, la Defensa tuviera una línea aérea propia; y porque el tramo del Tren Maya que están construyendo no avanza ante las quejas de ambientalistas y ejidatarios.

Buena parte de lo señalado arriba ha acontecido en tan solo 4 semanas y ha generado en medios de comunicación y en redes sociales una conversación muy negativa hacia las fuerzas armadas. Tan solo en la arena digital, el alcance de la actividad ha sido de más de 126 millones de personas con una actitud hacia la Sedena 88% negativa.

Algunos de los hechos arriba señalados son errores de mandos de la Sedena, como el hackeo, aunque el Presidente ha señalado que detrás de la fuga masiva de información estuvo una “agencia extranjera”. Sin embargo, la mayor parte de los temas mencionados son ocurrencias en las que la 4T ha metido a la Sedena.

El común denominador es que, a pesar de tener un ambiente tan complejo, éste se complica aún más porque a las fuerzas armadas no se les permite dar una narrativa propia. Bueno, ni una explicación de lo sucedido se les autoriza dar y los vacíos informativos los están llenando sus detractores, que son muchos y se encuentran tanto en la oposición, como en el Gobierno y, desde luego, en los medios de comunicación y en las redes sociales.

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Es contraintuitivo, pero da la impresión de que en el momento de mayor peso de las fuerzas armadas en la vida nacional –ahora que, además de la seguridad pública, hacen grandes obras, manejan aeropuertos y aduanas, y ponen a los secretarios de seguridad en las entidades federativas– es en realidad cuando más endebles se encuentran.

Pareciera que, como si se tratara de una guerra, están “peleando” en un frente tan amplio que ya no lo pueden sostener. Y menos pueden si desde el propio Gobierno Federal se les acusa –como lo hizo la Comisión de la Verdad de Ayotzinapa- o si, como ha venido sucediendo, no se les permite defenderse.

Frente a los serios cuestionamientos de los grupos vinculados a Ayotzinapa, de senadores y diputados de oposición y, desde luego, de los medios de comunicación, sólo hemos visto tres tenues, aunque interesantes, respuestas relacionadas con las fuerzas armadas: I) la entrevista que dio el General José Rodríguez, desde la prisión militar, argumentando su inocencia en el caso de Ayotzinapa; II) la rueda de prensa que dieron los abogados de los cuatro militares detenidos por el caso Ayotzinapa, misma que se dio desde la banqueta de la calle donde se ubica el cuartel 1-A; y, III) el cuestionable señalamiento del Secretario de Gobernación, cuando dijo que los titulares de Defensa y Marina no comparecen ante la Comisión de la Defensa Nacional, al ésta no tener atribuciones. Lo que no es cierto, desde luego.

El que las Fuerzas Armadas se sientan agraviadas y que sus detractores piensen que están debilitadas, ambos factores conjugados, hacen posibles todo tipo de escenarios. Ninguno idóneo.

Así, una institución que ha sido pilar en la estabilidad nacional está entrando, ya sea por diseño de terceros, por involucramiento político o, por instrucción superior, en una estrategia de polarización que está tomando a todo el país por asalto.

Pero si la Sedena sigue sin tener una estrategia mediática y legal propia, su futuro podría estar a la deriva. Y mientras más desprestigiada quede, más difícil será que alguien vaya a su rescate. Ojalá que logre salir de este embrollo en el que la clase política la ha metido, pues, sin lugar a dudas, es su momento más complejo desde 1968 y este tipo de cuestionamientos, una vez que permean, son difíciles de retrotraer.

Aún le quedan dos años al presente Gobierno federal que ha tenido que utilizar para muchas cosas a las Fuerzas Armadas –desde organizar eventos cívicos, hasta construcciones, pasando por temas de seguridad pública-. Ojalá que a éstas se les dé la oportunidad de ser escuchadas y de dar a conocer su propia narrativa de las cosas. Nadie mejor que ellas para explicar qué está pasando y hacia dónde desearían ir, pero por alguna razón no se les está permitiendo explicarse/defenderse, ni siquiera ante las Comisiones del Congreso frente a las cuales rinden cuentas. En el mediano y largo plazo esto será a todas luces un error, pues sencillamente los vacíos de información se llenarán con la información de terceros.