“‘El fin de la historia’ es un concepto político y filosófico que supone que puede desarrollarse un sistema político, económico o social particular que constituiría el punto final de la evolución sociocultural de la humanidad y la forma final de gobierno humano. Diversos autores han sostenido que un sistema particular es el ‘fin de la historia’, entre ellos Thomas More en «Utopía», Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Vladimir Solovyov, Alexandre Kojève y Francis Fukuyama en el libro de 1992 «El fin de la historia y el último hombre».”
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“Al final de la historia no es necesario que todas las sociedades se conviertan en sociedades liberales exitosas, sino simplemente que pongan fin a sus pretensiones ideológicas de representar formas diferentes y superiores de sociedad humana”.
FRANCIS FUKUYAMA
Tanto Hegel como Marx creían que la evolución de las sociedades humanas no estaba concluida, sino que finalizaría cuando la humanidad hubiera logrado una forma de organización que satisficiera sus anhelos más profundos y fundamentales. Para el obradorismo, con relación a México, eso es precisamente lo que sucedió este miércoles y se consolidará a partir del domingo con el ‘segundo piso de la transformación’. En ese sentido, plantear que este nuevo peldaño será de ‘continuidad con cambio’ no solo es una contradicción en términos, sino una imposibilidad filosófica y programática. Esa expresión ha sido utilizada tanto por Claudia Sheinbaum como por otros morenistas únicamente para tranquilizar a incrédulos y para no sonar más soberbios de lo que de por sí son.
Dicho de otro modo, lo que vendrá con el control —hoy súper mayoritario— de la 4t es más de lo mismo. Un nivel político-social particular fue siempre su objetivo, su meta, y lograron alcanzarlo.
Ahora bien, además de este ‘fin de la historia’, hay quienes ven con ello ‘el fin de México’. Al respecto es menester decirles que, debido al mismo razonamiento que antes he expuesto, NO hay ningún indicio de que a partir del 1 de octubre algo nuevo comenzará o que vendrá un mundo mejor. Simple y sencillamente el legislativo 4t se convertirá en un constituyente (entiéndase, el creador de una nueva Constitución) a imagen y semejanza de Regeneración Nacional y a hechura de los preceptos trazados por su fundador. Repito: un fortalecimiento de lo ya alcanzado y de lo que YA conocemos.
Las nuevas bancadas de diputados y senadores del oficialismo seguirán el recorrido del camino pactado, y la aprobación de la reforma al Poder Judicial no será sino un elemento más de ese sistema político, económico y social particular de la 4t y para ellos el punto final de la “evolución sociocultural” de México.
El que el TEPJF terminara con la época democrática del país (validó la determinación del INE de asignación de legisladores plurinominales para Morena que le da el dominio absoluto de la votación en la Cámara de Diputados) es para el lopezobradorismo solo un proceso necesario y lógico. El único voto de disenso, el de la magistrada Janine Otalora, si bien impecable por cuanto a su argumentación normativa y espíritu democrático (a mí en lo personal me pareció intachable y, a quienes no lo han hecho, les recomiendo leer su ponencia), tiene una debilidad fundamental y esta es que la Cuarta Transformación está convencida de que su movimiento representa un periodo —llamado ‘el fin de la historia’— mucho muy superior al de la democracia liberal de occidente…
Cuando la pureza moral se ha alcanzado, “¿por qué harían falta las exquisiteces de un sistema democrático?”, se dicen los cuatroteístas.
Nos esperan muchos años en que los críticos intentaremos sobrevivir en un sistema que estructural y filosóficamente hablando no contempla a las minorías. En donde se nos tachará de traidores —o cuando menos de imbéciles, maleables y manipulables— (esa es la actitud que asumió la presidenta electa frente a los estudiantes universitarios que protestaban ayer contra la reforma); por insistir en que se debe aspirar a otro tipo de bienes materiales, formativos, laborales o educativos (el desprecio mostrado por López Obrador a la profesión de la abogacía, afirmando que el Derecho “no es tan complejo” y basta con un título para actuar con rectitud); por no entender el espíritu que cobija la etapa final y “más avanzada” del desarrollo social que es el resarcimiento del pueblo y de sus agravios ancestrales; por resistir a adherirnos a lo que la Cuarta Transformación considera la supuesta culminación de una madurez moral de la sociedad mexicana.
La inmoralidad que muchos de nosotros vemos en la victoria de la presidenta electa y de Morena y sus aliados es para ellos la culminación de un movimiento democrático que arribó a un límite evolutivo suprademocrático llamado ‘la voz y el accionar del pueblo mexicano’. Lo que se tendrá —que bajo todo estándar del mundo libre occidental no es democrático— enseña perfectamente bien su perfil: un movimiento que gestiona el resarcimiento psicológico de una sociedad sin tener que echar mano de las instituciones liberales —para ellos ficticias, decadentes y esclavizantes— de una etapa de desarrollo previa: elecciones libres, libre comercio, transparencia, rendición de cuentas, inclusión y equilibrio de poderes.