(Para entender el terremoto electoral de ayer en España reproduciré enseguida un artículo del periodista Pere Rusiñol publicado en la revista Alternativas económicas, “El PP Avista la Moncloa”).
Las elecciones municipales y autonómicas celebradas el 28 de mayo en España dejaron tan contra las cuerdas al Gobierno de coalición de izquierdas que el presidente, Pedro Sánchez, respondió el día siguiente mismo con la última opción posible para tratar patear el tablero y seguir con opciones: anunció el adelanto de las elecciones generales, previstas para fin de año, pero que se celebrarán el 23 de julio, recién estrenada la presidencia de la UE.
El movimiento aspira a cortar en seco una lenta agonía del gobierno, cercado por la presión de un PP que pone en duda su legitimidad, forzar un acuerdo rápido en el espacio a la izquierda del PSOE que ponga fin al ruido y lograr la movilización del conjunto de la izquierda aprovechando que está en estado de shock tras la debacle del 28-M.
Las fugas de agua abiertas el 28-M empezaban a parecer inmanejables: el avance del PP, que alcanza casi todos los objetivos que se había marcado ante los comicios; la normalización de Vox como aliado potencial, la pérdida de poder territorial de la izquierda en su conjunto y, en particular, el hundimiento del espacio a la izquierda del PSOE, lastrado por el enfrentamiento interno, dibujan un escenario muy complicado para las fuerzas progresistas ante una derecha envalentonada que parece tener al alcance de la mano su gran objetivo de recuperar la Moncloa.
En las elecciones municipales, que se celebraron el 28 de mayo en toda España, el PP superó al PSOE en más de 700 mil votos y tres puntos porcentuales de diferencia, un auténtico vuelco respecto a los resultados de 2019. Y en las autonómicas, disputadas en 12 comunidades autónomas, los conservadores alcanzaron sus principales objetivos y muy singularmente un vuelco nítido en la Comunidad Valenciana, la plaza que medía con más claridad la intensidad en la escala de Richter del terremoto electoral.
La debacle de la izquierda en Andalucía, con el PSOE desplazado de los grandes ayuntamientos; Madrid —con mayoría absoluta del PP tanto en la capital como en la comunidad— y Valencia, con el hundimiento del pacto del Botànic, dejan a la izquierda muy mermada ante la batalla decisiva de las generales de julio. Solo Cataluña, donde los socialistas recuperan la primera posición pero fracasan en su intento de llegar en cabeza en la ciudad de Barcelona, y el País Vasco, con EH-Bildu por encima del PNV en número de concejales, escapan con claridad de la ola azul.
Los independentistas catalanes y singularmente ERC sufrieron un varapalo, del que no escapó Junts, a pesar del primer lugar obtenido en Barcelona por Xavier Trias con una campaña moderada y hasta sin exhibir las siglas de partido.
Campaña embarrada
El PP planteó los comicios como un plebiscito contra el “sanchismo” y el PSOE pareció aceptar este marco de primera vuelta de elecciones generales con sus continuos anuncios desde el Consejo de Ministros. Sin embargo, la campaña no discurrió sobre el balance de medidas concretas del Ejecutivo, sino que el PP logró situarla en un terreno de juego embarrado por polémicas sobre Bildu y la supuesta compra de votos en Melilla, con lo que logró orillar el debate sobre economía y las medidas reformistas del Ejecutivo.
El año pasado, los conservadores auguraban una especie de apocalipsis económica en España, pero al no producirse giraron el foco y modificaron con éxito el terreno de debate electoral hacia cuestiones que movilizan especialmente su base electoral, incluso al precio de poner en duda la legitimidad del gobierno.
El esquema ha acabado beneficiando al líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, que ha logrado triunfos relevantes mucho más allá de la Comunidad de Madrid, con lo que no solo avanza con respecto al PSOE sino que también ha reforzado su autoridad frente al empuje de su principal rival en el partido, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, por mucho que ésta haya alcanzado la mayoría absoluta.
Los conservadores cimentaron su victoria en la recuperación de la práctica totalidad de fugas que habían tenido en los anteriores comicios hacia Ciudadanos, partido que queda absolutamente borrado del mapa. Y han logrado que su gran salto no impida a Vox seguir al alza. El 28-M ha normalizado a la extrema derecha como un actor más del paisaje político en España, ya sin ninguna presión por establecer algún tipo de cordón sanitario como el que ha funcionado en Francia durante décadas para contener al partido de Le Pen.
¿Cuadratura del círculo?
La cuadratura del círculo a la que aspira Feijóo es presentarse paradójicamente como la mejor garantía para reducir la influencia de Vox siguiendo el camino trazado por el PP de Andalucía, donde en las pasadas autonómicas obtuvo un plus de voto útil precisamente para que no estuviese maniatado por los ultras. Este planteamiento implica que el PP buscará el apoyo de Vox solo donde no le quede más remedio y evitando transmitir una imagen de bloque compacto, aunque en la práctica funcione como tal.
El PSOE ha tenido un importante retroceso, pero el auténtico boquete en el espacio progresista se sitúa en la izquierda de los socialistas, que han perdido todas las plazas conquistadas en 2015, en el momento álgido de la emergencia Podemos y sus aliados con el empuje del 15-M, incluido el gran símbolo de Barcelona, aunque la izquierda se resiste todavía a darla por perdida. La división entre Sumar, la coalición que impulsa la vicepresidenta del gobierno, Yolanda Díaz, y Podemos, que el 28-M se quedó sin representación incluso en muchas de sus plazas más emblemáticas, ha tenido efectos devastadores: recoser este espacio se antoja ahora la tarea más urgente si la izquierda aspira a por lo menos dar la batalla en julio.