Ayer Rocío Nahle asumió formalmente la gubernatura de Veracruz, convirtiéndose en la primera mujer mandataria de ese estado. Del lado de otras como Delfina Gómez y la propia Claudia Sheinbaum, Nahle se ha distinguido como signo de la lucha de las mujeres por alcanzar las máximas magistraturas en el país.

Sin embargo, a pesar de que debe celebrarse el hecho de que mujeres alcancen cargos destacados de toma de decisiones, las carreras políticas de algunas de ellas han estado marcadas por escándalos y sospechas de corrupción.

El caso de la mexiquense Delfina Gómez es bien conocido. Con base en una sentencia del Tribunal Electoral, se ha podido confirmar que la ex alcaldesa de Texcoco operó la retención de los llamados “diezmos” con el objetivo de transferir esos recursos al partido Morena. El partido pagó su multa y hoy Gómez despacha en Toluca.

El caso de Nahle merece atención. De acuerdo a investigaciones y reportajes de numerosos medios como Animal Político y otros, se ha dado a conocer la existencia de lujosas propiedades de la gobernadora en su estado y en el extranjero. De hecho, trascendió hace unos meses que había sido denunciada por un empresario veracruzano por supuesto enriquecimiento ilícito.

En todo caso, si bien los casos de corrupción y conflictos de interés de la gobernadora Nahle no han sido resueltos, la realidad apunta a que existen serias sospechas en torno a su patrimonio, y particularmente, tras su paso al frente de la Secretaría de Energía y la entrega de contratos de obras para la construcción de Dos Bocas.

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En este contexto, un rasgo distintivo de la autoproclamada 4T ha sido su extraordinaria habilidad de “limpiar” a sus candidatos. Poco importa el pasado o lo que hayan hecho, sino que sean bendecidos con las siglas de Morena para que este partido los presente como próceres de la justicia y adalides de los intereses del pueblo.

El estado de Veracruz es especial. En tanto que entidad profundamente lastimada por el crimen organizado y por la corrupción de personajes detestables del pasado como Javier Duarte, merece ahora gobiernos que encabecen una genuina renovación que haga posible el tránsito hacia una sociedad más justa, más segura y menos corrupta. ¿Es Rocio Nahle la solución? El lector tendrá sus propias respuestas.