Los resultados del gobierno de la 4T son la mejor evidencia de que deberíamos dejar que los líderes de las ciudades resuelvan mejor los mayores problemas que México enfrenta en el siglo XXI.
¿Son la ciudades mejores que las naciones? ¿Es una ciudad la mejor esperanza de una democracia? Hace algunos años, en el 2013, leí el libro de Benjamin Barber, “If Mayors Ruled the World”. Si los alcaldes de las ciudades gobernaran el mundo, evitaríamos los problemas que generan las naciones disfuncionales. Con los perfiles de una docena de alcaldes de todo el mundo, Barber presenta una nueva visión de la gobernanza para este siglo. El argumento del libro es un caso persuasivo de que la ciudad es la mejor esperanza de la democracia en un mundo globalizado; y los mejores alcaldes ya lo están demostrando.
Frente a los desafíos más peligrosos de nuestro tiempo—pobreza, cambio climático, inseguridad, terrorismo, tráfico de drogas, armas y personas—México parece paralizado. Los problemas son demasiado grandes, demasiado interdependientes, demasiado divisivos. Los alcaldes que dirigen dos de las principales ciudades del país (CDMX y Monterrey) podrían hacerlo mejor.
¿Cuáles son las cualidades únicas que comparten los alcaldes de esas ciudades? pragmatismo, confianza cívica, participación, indiferencia hacia una mentalidad antigua de fronteras y soberanía, una inclinación democrática por la creación de redes, innovación, creatividad y cooperación. Los alcaldes de las ciudades, individualmente, están respondiendo a los problemas transnacionales de manera más efectiva que un estado-nación sumido en luchas ideológicas internas y rivalidades soberanas. Los alcaldes sí vinculan las ideas con la acción.
Benjamin Barber vio claramente el futuro: un mundo urbano, interdependiente y democrático. Cuando en 2017 falleció, a los 77 años, estaba convencido de que se necesitaban grandes ideas para abordar grandes desafíos, que teníamos que rechazar el alarmismo y abrazar la confianza, la conexión y la cooperación.
Hoy vivimos un parteaguas en México. A medida que el gobierno federal se volvió hacia el nacionalismo, los gobiernos locales podrían y deberían servir como faros esenciales del pluralismo: la voz cosmopolita es la voz de las ciudades. Ahí está el antídoto natural contra el fracaso de la 4T. Las ciudades tienen la obligación de lograr soluciones a los problemas nacionales. Los alcaldes de las ciudades son la alternativa. Están preparados para la acción.
Se espera que en las principales ciudades de México se garantice la justicia y la igualdad para todos; se protejan los derechos humanos de todas las personas; se asegure que los más pequeños disfruten de las mismas libertades que los grandes y poderosos. Esperamos que los alcaldes forjen un entorno seguro y sostenible para todos; ofrezcan a los niños salud y educación de calidad; fomenten políticas e instituciones democráticas que expresen y protejan nuestra comunidad. Todos esperamos disfrutar vivienda, empleo, transporte, salud y educación; espacios libres en los que nuestras distintas identidades religiosas, étnicas y culturales puedan florecer y donde podamos vivir con dignidad.
Los ciudadanos queremos pragmatismo en lugar de política, innovación en lugar de ideología y soluciones en lugar de discursos sobre soberanía.
Benjamin Barber escribe que los alcaldes definen las ciudades de una forma que los líderes nacionales no pueden hacer. El exvicepresidente Al Gore dijo recientemente en una conferencia de urbanistas que “el estado-nación se está desintermediando”, en otras palabras, se está convirtiendo en un intermediario irrelevante.
Cuando la política nacional es el problema, un alcalde de una gran ciudad puede ser la solución. Es la alternativa real al poder federal atrofiado.
Barber escribe: “Como fue nuestro origen, la ciudad aparece ahora como nuestro destino. Es donde se desata la creatividad, se solidifica la comunidad y se realiza la ciudadanía. Si vamos a ser rescatados, la ciudad, más que el estado-nación, debe ser el agente del cambio. Las ciudades han evitado el exceso de equipaje del nacionalismo que impide que los países resuelvan los problemas que deberían estar resolviendo”.
Quienes son alcaldes de un gran ciudad hoy son una nueva raza de servidores públicos. Entienden las oportunidades que tienen en este momento. Son valientes. Saben que tienen que reinventarse, sin las regulaciones y restricciones del pasado. Nos presentan una visión audaz para el futuro. Entienden que tienen que construir una coalición de partidarios. Con victorias inmediatas que demuestren el poder de la innovación. Confiados en que la tecnología puede mejorar la vida de los ciudadanos. La inclusión es crucial. Un alcalde exitoso no intenta hacer todo por sí mismo. Encuentra nuevas formas de resolver los problemas de la ciudad. Tiene la visión correcta aunque no tenga todas las respuestas.
Los ciudadanos sólo se involucrarán si confían en el gobierno de un alcalde; participan si pueden ver cómo se toman las decisiones. Y la transparencia es clave para esto. Los alcaldes exitosos hacen de sus ciudades un lugar donde la gente asume su responsabilidad y ve que sus impuestos se gastan de manera responsable.
Los mejores alcaldes no tienen miedo de pedir ayuda, aprender de los demás ni de compartir sus éxitos. Utilizan la tecnología y servicios basados en la nube. Se comparan a sí mismos y con otros. Mejoran radicalmente los procesos internos. Promueven el cambio desde adentro. Saben que la colaboración es clave. Fomentan el intercambio de ideas innovadoras. Y han entendido que la nube es el habilitador de todo esto.
Más que la obsesión con un legado, estos alcaldes están capacitando a sus ciudades para hacer frente al futuro. Transforman su infraestructura. Nunca subestiman el valor de construir relaciones con otros alcaldes, con su equipo y con la comunidad en general. Saben que la ruina yace en la falta de respeto, el desprecio y los ataques personales. Porque todo eso socava el buen gobierno.
Saben que el fracaso de uno es el fracaso de todos. Por eso son jugadores de equipo. Defienden su posición mientras mantienen la curiosidad y la mente abierta sobre la posición de los demás. Trabajan constructivamente con otros sin dominar el flujo de información o de ideas. Debaten y votan como individuos pero luego respetan y apoyan la decisión de la mayoría. Son capaces de dejar a un lado sus intereses personales por el bien común.
Los alcaldes de las grandes ciudades son emocionalmente maduros. Dado que deben tomar decisiones en el mejor interés de la comunidad, a pesar de la oposición, deben poder resistir las críticas. Se mantienen comprometidos, dan la bienvenida a la disidencia y no reaccionan de forma exagerada. Son accesibles. Escuchan atentamente a los demás con el deseo de comprender sus preocupaciones, ideas y perspectivas.
Los mejores alcaldes asumen un compromiso con una comunicación clara, diversa y regular con la comunidad. Son pensadores críticos. Saben que los problemas que están enfrentando hoy provienen de las soluciones que otros adoptaron ayer. Por eso aceptan que tienen que limitar el traslado de un problema al futuro manteniendo una perspectiva a largo plazo y considerando el impacto potencial de sus decisiones.
Un buen alcalde siempre está preparado. Nunca subestima la necesidad de prepararse para participar en reuniones y debates investigando y leyendo todos los materiales de referencia. Entiende la información financiera básica y es capaz de evaluar presupuestos y estados financieros. Comprende las consecuencias fiscales y presupuestarias a largo plazo de sus propuestas y decisiones.
Creo que todas estas habilidades se han construido en los liderazgos de dos lugares, principalmente: en la Ciudad de México y en Monterrey. Son buenas noticias. Como nunca antes, necesitamos líderes relevantes, auténticos y con visión de futuro que comprendan las complejidades de gobernar en tiempos de incertidumbre y cambio.