En todos los medios, SDPnoticias incluido, personas buenas en dos sentidos —bondadosas en su ética e intelectualmente eficaces como analistas—, han cuestionado a Andrés Manuel por no tratar con lujo de detalles el tema de la venta de niñas en Guerrero.
Le critican, sobre todo, porque no quiso Andrés Manuel responder en La Montaña a algunas periodistas que le preguntaron sobre tan lamentable asunto.
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No respondió porque (i) el presidente sabe que no lo conocen y, por lo tanto, preguntaban a partir de prejuicios, (ii) porque esa no es la regla, sino la excepción en las comunidades marginadas de Guerrero, donde “hay muchos valores culturales, morales, espirituales” y (iii) porque le parece lamentable que por ello se pueda generar la idea de que la prostitución existe nada más entre los pobres.
Andrés Manuel jamás hará nada que lastime el nombre de una comunidad de gente humilde.
Desde luego, si sabe de un delito concreto exigirá que se investigue para sancionar a quien resulte responsable; de esto no puede haber la menor duda, ya que es algo de elemental sentido común. Pero, ¿estigmatizar a quienes por las injusticias de nuestro sistema económico menos recursos tienen? Eso no ocurrirá si AMLO puede evitarlo.
El problema está en no conocer a Andrés Manuel. Aunque es creyente hace suya cierta tesis fundamental de un humanista ateo, Jean Paul Sartre: “Si los valores son vagos, y si son siempre demasiado vastos para el caso preciso y concreto que consideramos, solo nos queda fiarnos de nuestros instintos”.
En efecto, en la conferencia El existencialismo es un humanismo Sartre subrayaba un hecho extremadamente complejo para el ser humano: “Ninguna moral general puede indicar lo que hay que hacer; no hay signos en el mundo”. Es cada persona, entonces, la que decide qué es lo correcto en una situación particular dada.
En el caso de las niñas de Guerrero el instinto, sin duda humanista, de Andrés Manuel le sugiere no hablar de más para no marcar con el hierro ardiente de tan mala fama —la de que ahí se comercia con mujeres menores de edad— a comunidades que no saldrán de la pobreza si se les condena de esa manera.
Nadie conoce más las comunidades guerrerenses que Andrés Manuel. Las ha visitado, para dialogar con sus habitantes, decenas y hasta cientos de veces en una larga trayectoria en la oposición y lo sigue haciendo como presidente de México. Nadie, por lo tanto, está más consciente de lo que ahí ocurre. Esto es demostrable.
Así las cosas, que lo juzguen con severidad si consideran que deben hacerlo quienes se dedican al análisis basados en las que piensan son reglas morales universales. Andrés Manuel en este tema prefiere recurrir a su instinto de humanista y no generalizará. Porque, sin duda, la trata de niñas existe en todas partes y en todas las clases sociales. El presidente no se sumará a ninguna causa, por legítima que sea, que en su opinión manche la honra de comunidades marginadas..., por cierto empobrecidas por culpa de tantas injusticias generadas por tantos gobernantes que no cumplieron con sus obligaciones más elementales, a quienes la sociedad mexicana no juzgó por tan atroz falta. Eso un político decente no lo hará.