Sin duda, el caso de Yasmín Esquivel Mossa es el paradigma de la ineficiencia que tienen todas las instituciones de educación superior del país: hay que admitir tanta matrícula como se pueda, al final se verá cómo egresarla. Considero que ella, a pesar de decisiones polémicas (y algunas bastante riesgosas para el Estado mexicano, como la que tuvo sobre la Ley de la Industria Eléctrica), ha demostrado no solamente en este escalafón, sino a lo largo de toda su carrera, capacidades técnico-jurídicas y éticas sobradas. Sin embargo, la acusación de plagio que pesa sobre su persona la deja prácticamente inhabilitada para competir por la presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Considero que ella misma debería declinar su candidatura y esperar a que la institución educativa y las autoridades correspondientes se pronuncien al respecto, en aras de salvaguardar la ética y legitimidad del Poder Judicial Federal.
Por lo que hace a la acusación que del ministro Gutiérrez Ortiz Mena se hace desde el púlpito matinal, hay que tomarla de quien viene: un hombre encolerizado que ve parte de su proyecto en riesgo. Aunque es una acusación de mucho menor peso, por estar fundamentada en elementos subjetivos (las tesis de Esquivel Mossa y del posible plagiado existen materialmente y se puede corroborar que son idénticas), quizás también debería pensar en declinar en tanto expertos y autoridades de la materia fiscal concluyan que las afirmaciones de AMLO son correctas.
Empero, el tema de fondo, que es la presidencia de la Corte, sigue ahí, complicándose y en entredicho. Los ministros registrados para ese propósito tienen pros y contras, sin género de duda: son seres humanos y son todos perfectibles.
Pero, al parecer mío y de muchos colegas, hay un ministro que destaca por sobre todos, aunque no esté registrado: mi maestro Juan Luis González Alcántara Carrancá. Tuve oportunidad de conocerlo impartiéndome clases en un posgrado en el Instituto de Estudios Judiciales del entonces Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal. Él es un abogado, un juzgador y un político fuera de serie. Su pedigrí familiar y laboral lo hacen invulnerable, prácticamente, a las veleidades que pudieren llegar a tener sus propios colegas o los otros poderes de la Unión, especialmente, el Ejecutivo federal (máxime, si ha sabido conservar una relación cercana con el propio López Obrador y ha demostrado su independencia de él).
Sus capacidades lógico-argumentativas, su calidad humana y sus sorprendentes intelecto y memoria, lo convierten en el excelente ministro que ya es. Sus dotes políticas lo harían el presidente ideal de nuestro máximo tribunal, ese que restablezca el prestigio del Poder Judicial Federal que tanto perjudicó la sumisión del doctor Zaldívar al presidente del país.
Ojalá mi muy respetado maestro, doctor González Alcántara Carrancá, pueda leer estas líneas, reconsiderar su posición y, como se dice, entrar al quite y echarle el hombro al Poder Judicial Federal.
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El autor, Rodrigo Sánchez Villa, es abogado.