En su conferencia de prensa matutina del viernes pasado, el presidente AMLO dijo:
“Nosotros somos de la idea desde el principio, desde hace años, es algo que nos hace distintos a los neoliberales, es el sostener que debemos producir lo que consumimos. Los neoliberales dicen: ‘Eso no importa, en un mundo globalizado se puede comprar afuera lo que se necesita y al mejor precio’, de manera muy simplista, economicista, sin tomar en cuenta otros factores. Por eso estuvo mal que durante mucho tiempo se elevara a rango supremo la economía y que los países estuviesen manejados por tecnócratas, porque se elevó a rango supremo la economía y se subordinó todo lo demás. Entonces, como nosotros tenemos esa filosofía, dijimos: Vamos a buscar la autosuficiencia en energéticos. ¡Cuánto nos criticaron! Muchísimo”.
Podemos estar de acuerdo, o no, con esta visión. La verdadera pregunta es, si a estas alturas del siglo XXI, ¿podemos en realidad buscar la autosuficiencia nacional? ¿Es posible? ¿Es deseable? Es claro que la propuesta del presidente AMLO es una reacción comprensible por su desprecio a la “rapaz” economía globalizada.
¿Queremos avanzar por el camino del aislacionismo y el nacionalismo extremo? ¿Deseamos hacer a un lado el derecho y las instituciones internacionales? Tal vez la pandemia enfermó algunas mentes con la fiebre de la insularidad. ¿Hay un sentido de urgencia por lograr una mayor autonomía? ¿Son los nuevos demonios las importaciones de combustibles y la agroindustria multinacional?
Siempre pensé que el entusiasmo por la autosuficiencia en algunos países se constreñía a los nacionalistas de derecha. Pero ahora veo que no es así, en el caso de México. Se quiere encontrar un antídoto contra el capitalismo global.
La verdad es que parecería que el llamado a la autosuficiencia es también un medio para consolidar el poder. Es un paso más en la narrativa “anti-extranjera”: proteger las tradiciones nacionales; controlar a las abusivas multinacionales.
Lo que a mí me queda claro es que el comercio internacional, cuando se lleva a cabo de manera justa, beneficia a todos. La autosuficiencia económica perjudicaría a la nación. Recuperar la “soberanía económica” es un “gancho al hígado” del PIB de un país. No podemos darnos ese lujo. El llamado a la autosuficiencia es un discurso exclusivo de las naciones poderosas, que sí pueden hacerlo. Es como decirle al mundo: “Yo no necesito a los demás” y “los demás no me necesitan”. Eso es una ilusión. Aspirar a eliminar nuestra dependencia de los demás es una forma de negar nuestra fragilidad. Es un mito romántico. Es una derivada del individualismo. Es lo contrario a la solidaridad. Es una política de exclusión.
La pandemia puso en evidencia nuestra interdependencia. No nos podemos esconder ahora detrás de nuestras fronteras. El supuesto atractivo de la búsqueda de la autosuficiencia nacional se basa en la premisa falsa de que la vida parroquiana, sin necesidad de los demás, es tanto posible como deseable.
La globalización, como todas las cosas, ha tenido impactos positivos y negativos en las empresas y en la sociedad. La globalización ha permitido el aumento en el flujo de bienes, servicios, capital, personas e ideas a través de las fronteras de los países. Las economías nacionales están cada vez más conectadas entre sí.
¿Cuáles son las ventajas de la globalización? En primer lugar, el crecimiento económico. La globalización brinda a todas las naciones acceso a una fuente de mano de obra más amplia, acceso a puestos de trabajo, acceso a recursos.
Una de las principales razones por las que las naciones comercian es precisamente para obtener acceso a recursos que de otro modo no tendrían. Las naciones se especializan. La cooperación permite que las naciones se apoyen en gran medida en sus fortalezas económicas, sabiendo que pueden intercambiar productos por otros recursos. El comercio libre siempre beneficia a ambas partes.
Lo que tal vez convendría que nuestros líderes políticos entiendan muy bien es que para que exista una economía globalizada, las naciones deben estar dispuestas a dejar de lado sus diferencias y trabajar juntas.
La globalización ha logrado también un aumento de la inversión transfronteriza. Y con eso se crean empleos y se mejora la calidad de vida de la gente. El país que recibe las inversiones extranjeras se beneficia. La inversión extranjera viene junto con mejores prácticas, tecnología, nuevos conocimientos, acceso a canales de distribución.
Es cierto que también hay desventajas de la globalización. Hay empresas individuales que pueden verse perjudicadas por la competencia global. Por eso, a veces los gobiernos quieren aplicar políticas diseñadas para proteger a las empresas o trabajadores nacionales de la competencia extranjera. El proteccionismo a menudo adopta la forma de aranceles, cuotas o barreras no arancelarias, como requisitos de calidad o saneamiento que dificultan que una nación o empresa competidora justifique hacer negocios en el país. Estos esfuerzos a menudo pueden ser perjudiciales para el desempeño económico general de ambas partes.
A veces, los discursos y las acciones de algunos integrantes del gobierno de la 4T, particularmente en el sector eléctrico, nos dirían que, aunque vivamos en una era de globalización, en México vivimos en una era de antiglobalización. Los responsables de la política energética de México viven una retórica de insatisfacción. Se preocupan por la inversión extranjera. Pero no se dan cuenta que con sus acciones amenazan también a la democracia.
Sin duda, la globalización ha aumentado la desigualdad. La pobreza sigue. Es cierto que impulsó un crecimiento desigual dentro de los países. Aumentó las migraciones. La globalización ha venido aparejada de los desafíos ambientales. Deforestación y pérdida de biodiversidad causada por la especialización económica y el desarrollo de infraestructura. Emisiones de gases de efecto invernadero y otras formas de contaminación provocadas por el aumento del transporte de mercancías.
Pero, más que hacer hoy un llamado a la autosuficiencia, en lugar de implementar políticas que mejoran la globalización, debemos estar dispuestos a prepararnos para enfrentar los desafíos y riesgos de la globalización. El beneficio potencial es enorme para México.
Durante los últimos 40 años, los críticos del neoliberalismo en el mundo lo han declarado muerto en muchas ocasiones. Pero lo que siempre escuchamos es una retórica llena de etiquetas y descalificaciones con poco fundamento. Parecería que los críticos del neoliberalismo en nuestro país creen que se llevó a cabo una liberación total de los mercados. Lo que no han entendido, tal vez, es que la economía mundial no se liberó a partir de la década de 1980 en el sentido de permitir la existencia de un espacio sin gobierno. Lo que ha ocurrido, en realidad, es que la economía se ha legalizado cada vez más y ha pasado de la supervisión arbitraria de los gobiernos a la supervisión de las leyes. Y eso fue una buena noticia. Los mercados no fueron liberados, más bien fueron encerrados en el contexto de las leyes y tratados.
Por ejemplo, los tratados bilaterales de protección recíproca de inversiones, diseñados para defender a los inversionistas extranjeros y permitir que las empresas demanden a los gobiernos nacionales, pasaron de 500 en 1990 a más de 3,000 en la actualidad. Hoy contamos con una gran cantidad de tratados bilaterales, multilaterales, leyes comerciales, tribunales de arbitraje y acuerdos. El texto original del tratado de la Organización Mundial de Comercio, en 1994, constaba de más de 30,000 páginas de acuerdos, anexos y decisiones jurídicas.
En la realidad del mundo moderno no hay curas milagrosas económicas como la autosuficiencia. Para los críticos del neoliberalismo, puede tener sentido político atacar a los adversarios, las élites, los superricos, las empresas abusivas. No es en el ámbito de la retórica donde vive o muere el neoliberalismo, sino en el conjunto de leyes e instituciones, reglas claras y certidumbre de un estado de derecho.