En la búsqueda de una denominación adecuada que evite caer en los raseros acostumbrados de populismo o de autoritarismo ya desgastados, o que para hacerlos vigentes se les aplican el prefijo de “neo”, aquí hemos optado por una forma de identificar la naturaleza de esta administración con lo que hemos llamado “ogro exabrupto”, que sin duda se inspira en lo que Octavio Paz dijera del régimen posterior a la Revolución Mexicana, para la que acuñó aquello de “Ogro Filantrópico”.
Pues bien, nuestro ogro exabrupto se caracteriza por un estilo en donde los rasgos del gobierno y de quien lo encabeza dominan el ejercicio de las políticas públicas, a partir de la convicción de que su titular dispone del mandato político y del prestigio ético para hacerlo, en tanto el entramado legal y de instituciones que heredó se encuentran deterioradas y carecen de antecedentes que las prestigien en su aplicación o desempeño.
De esa forma, sustituye el cuerpo normativo que debiera enmarcar, regular las tareas y funciones de la administración pública, las pulsiones de una persona que convierte sus definiciones, instrucciones y declaraciones en la fuente que avala y ordena el accionar institucional.
Libre de mandatos, la gestión del gobierno se inscribe como producto de decisiones, muchas veces intempestivas, que luce su desembarazo para observar o apagarse a requisitos, procedimientos y reglamentos establecidos con anterioridad y que son derruidos por medio del discurso, del ejercicio de los márgenes de discrecionalidad que existen, así como de nuevas definiciones o de pretendidas reformas para replantear disposiciones que incomodan. Si es necesario, ocurre la descalificación retórica hacia el desempeño de autoridades que se muestran renuentes a plegarse y de, requerirse mayor contundencia, ocurre la exhibición de datos o informes que sugieren o acreditan la falta de integridad de quien es sometido a denostación.
A partir del juicio de lo que se hizo en el pasado reciente se encuentra claramente descalificado por prácticas corruptas y por el extravío de los propósitos que se dijo alcanzar -no se precisa la fecha que repudia ese pasado, pero se asume que comprende desde 1982 hasta 2018-, ha iniciado un nuevo estadio o etapa, la cual debe ser detonada bajo condiciones de discrecionalidad al nuevo liderazgo, como una especie de gracia a concederse como crédito a su inmaculado ejemplo personal, a la perseverancia de su esfuerzo y al respaldo que alcanzó su triunfo electoral en el 2018 y que se reitera en el apoyo social que ofrecen las encuestas que miden sus índices de aceptación entre la sociedad.
El nuevo silogismo pretende que la probidad del presente avasalla el oprobio del pasado reciente. Pueden desplegarse las velas sin temor a las recriminaciones, pues los críticos viven en medio de la detonación de un derrumbe que encamina su descrédito, de mensajes de intimidación y de un abanico de medidas para disciplinarlos; las autoridades que pueden llamar a rectificación o que pueden imponer acciones disciplinarias se debilitan, son descalificadas o se ven sometidas a prácticas que conducen a su anulación.
Desde esa trayectoria se marca las acciones llevadas a cabo para asimilar a la Comisión de Derechos Humanos, para paralizar al Instituto Nacional de Acceso a la Información, para debilitar a la Comisión Reguladora de Energía; desaparecer a la Financiera Nacional de Desarrollo Rural, Forestal y Pesquero, así como a Notimex, como también a múltiples fideicomisos cuyas tareas pretenden cumplirse desde la administración central.
Se plantea una dinámica de relación entre el gobierno y la sociedad que propende a eliminar cualquier forma de intermediación institucional, especialmente en materia de otorgamiento de estímulos o apoyos a los grupos sociales. El ogro exabrupto es generoso y dispone de recursos para brindar apoyos y lo realiza de forma directa, con elusión de controles y de rendición de cuentas.
La iniciativa de reformas en materia administrativa del gobierno Federal plantea un marco más abierto a la discrecionalidad de la autoridad para las contrataciones y para finiquitarlas, lo que brinda una línea de continuidad a la idea de dar sustento a una administración incontrastable en sus definiciones y que corre un velo de opacidad en sus decisiones, mismo que no se puede descorrer ante la anulación de l órgano que garantice el acceso a la información y de cara a la cooptación de la Comisión de derechos Humanos.
El ogro exabrupto no admite regulaciones y contrapesos; si éstos se despliegan, el ogro tiene la capacidad y vocación para someterlos, diezmarlos y diluirlos; el paso del ogro se hace más enérgico hacia el fin de la administración; sus exabruptos avasallan y muestran que no se intimida, que no tiene freno, ni rienda que lo detenga.