“No podemos avanzar todos, si a la mitad se nos deja atrás”
Malala Yousafzai
Seguramente si usted lee estas líneas estará preparándose para celebrar este 14 de febrero al lado de su pareja, su crush, su novia, novio o como le quiera llamar.
Y es que el mercantilismo, producto de una sociedad consumista --de la cual somos forzosamente parte-- nos dice, casi como regla inamovible, que el llamado Día de San Valentín es para darle rienda a la pasión, algo muy diferente a lo que supondríamos es el amor, que aunque muchos me aleguen que “va junto con pegado”, no necesariamente es así.
Dependiendo del cristal con que se mire, hay personajes que pasan por nuestra vida que nos pueden despertar una pasión desbordante, nos “alborotan la hormona”, dijeran los chavos, nos gustan, sí, pero solo para tener sexo, para disfrutar el momento. Nada más. El amor, insisto, tiene otros matices.
Cuando estudiábamos en la universidad y teníamos la clase de latín (que inevitablemente nos llevaba al estudio de las deidades griegas y latinas) se armó un día tremendo zafarrancho al descubrir que el dios Eros de la mitología griega entre los romanos era el travieso Cupido, ese rubio panzoncito que nos “flecha” y hace que caigamos irremediablemente en las garras del amor.
“Ahí está el problema”, gritó en plena aula Lucía, una feminista recalcitrante (perdone usted el calificativo hacia una ex compañera de clase y actual amiga, pero es así).
“Eros y Cupido son entidades masculinas, hombres, ¡machos!, y por su bendita culpa nuestra sociedad nos condiciona a que sea el varón el encargado del cortejo, de tomar la iniciativa en el acto sexual, ¡de dar placer! y de someter a la hembra hasta manipularla y hacerla objeto de su deseo. Y de este modo nos convierten irremediablemente en objeto de su posesión”, dijo ante los ojos perplejos de la mayoría del grupo.
“Propongo --dijo-- que seamos las mujeres quienes nos hagamos responsables de nuestro erotismo, de nuestra sexualidad. ¡Basta de que dependamos de los hombres hasta para recibir y dar placer”.
Reconozco --y puede usted reírse de mí-- que en esos momentos me escandalizaron esas palabras, pero con el paso de los años y tras recordar aquel acalorado discurso horas previas al día de los enamorados, concluyo que Lucía tenía razón.
La ignorancia de lo que representa nuestra sexualidad y nuestro placer tiene sumidas a millones de mujeres en el mundo en el miedo, la frustración y en el olvido de su propio cuerpo, pues erróneamente creen que éste es solo una “fachada” con la que vinieron al mundo por default y que en temas de sexualidad el que lleva la “batuta” es el varón.
No hace mucho recorría comunidades rurales de algunos municipios de Veracruz para llevar brigadas de alfabetización y salud entre mujeres y niños de aquellas zonas olvidadas por los gobiernos municipales. Se pretendía, entre otras cosas, que las mujeres fueran responsables de su salud reproductiva y se hicieran estudios ginecológicos para prevenir el cáncer mamario y cérvico-uterino.
Con horror veíamos que aún se tenía arraigada la creencia de que era el varón quien debía darles permiso de acudir a las pláticas y que la mayoría de las veces no se les permitía acceder a ellas, pues todo eso “eran tonterías” que nada les iba a servir, debido a que las mujeres estaban hechas para parir y para que el hombre saciara sus “ganas” con ellas.
Preguntarles si sabían lo que era el orgasmo era una labor épica, ya que de sexualidad solo sabían que debían “subirse la falda y dejar que el hombre se montara en ellas en las noches”.
En esas comunidades, donde aún pervive la compra de niñas para llevárselas como esclavas sexuales y donde pese a lo delicado del tema siguen existiendo, en forma clandestina la mayoría de las veces, el matrimonio infantil, hablar de orgasmos femeninos no solo es tema tabú, es de plano algo inexistente para ellas, en algunos casos “pecado” y casi siempre tema asociado a las “loquillas”, “mujeres malas” o “prostitutas”.
Lo grave de estas falsas creencias, el desconocimiento de su propio cuerpo y su sexualidad, es que la mayoría de las veces esta opresión patriarcal desencadena en violaciones y feminicidios, pues se le da tanto poder al hombre sobre nosotras y nuestro cuerpo, que le permitimos que nos violente y que nos mate.
Seguro pensará usted, si ha continuado con la lectura, que soy presa de delirios nocturnos cuando aseguro que la falta del disfrute de nuestra sexualidad no solo afecta nuestra salud y le da al traste a nuestra autoestima.
Y más aún, cuando aseguro que este temor a autoconocerse y autovalorarse que tienen muchas mujeres en la actualidad ha sido uno de los grandes muros que aún hace falta derribar para convivir en una sociedad más justa y de mayores oportunidades para nosotras.
Hablé líneas arriba de las zonas rurales y las mujeres que en ellas habitan, pero estos tabúes existen en todos los medios sociales y culturales, aunque sí, quizá en menor medida.
Cambiemos, pues, el paradigma de ceder el control al varón sobre nuestros orgasmos.
Construyamos, trabajemos, inventemos y disfrutemos el orgasmo tanto hombres como mujeres en complicidad, armonía y equidad. Suena bien, ¿qué no?
Por cierto...
No sé en realidad si Cupido es hombre o mujer, pero lo mismo da. Si usted lo celebra, disfrútelo: Feliz Día del Amor y la Amistad.